Àlex Romaguera
Entrevue
Izaskun Arretxe Irigoien

«La literatura en catalán sufre el apriorismo de un Estado alérgico a la diversidad»

Fotografía: Oriol Clavera
Fotografía: Oriol Clavera

Hace medio año que Izaskun Arretxe Irigoien dirige la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), el buque insignia y la única infraestructura que vela por la proyección de la literatura en catalán en todo el dominio lingüístico. Licenciada en Filología Catalana para la Universitat de Barcelona, el recorrido de esta entusiasta de la obra poética de Ausiàs March empezó en el campo editorial a mediados de los años 90. Arretxe (Barcelona, 1969) pasó por Quaderns Crema en 1997, formó parte del departamento de redacción y producción de la Editorial Anagrama entre 1998 y 2003, y más tarde, de los años 2008 a 2016, fue la directora editorial de Ara Llibres, el sello del actual polo cooperativo que forman Som y Abacus. Fruto de su experiencia en este terreno, y su participación en la Associació d’Editors en Llengua Catalana, de la cual fue vicepresidenta, en 2016 fue designada coordinadora del área de literatura y pensamiento del Institut Ramon Llull, el ente de la Generalitat encargado de la internacionalización de la literatura catalana. Hoy, al frente de la ILC, trabaja para implicar a todos los agentes de la creación con el fin de que, ante un ecosistema dominado por las lenguas hegemónicas, las letras catalanas desenvuelvan su riqueza y potencial en las diferentes esferas de la sociedad.

En septiembre de 2021 asumió la dirección de la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), uno de los pilares de la política cultural en Catalunya. ¿Qué importancia tiene este organismo?

Tiene como misión la promoción y defensa de la literatura en catalán dentro de los territorios de habla catalana (Catalunya, País Valencià e Illes Balears). Un objetivo que no ha diferido de sus inicios aunque intenta adaptarse a los nuevos hábitos culturales y las necesidades que experimenta el sector de la creación.

¿En qué medida las prioridades han cambiado los últimos años?

Se han resituado, pues aparte de apoyar las editoriales mediante subvenciones, que son básicas porque garantizan confianza y transparencia, tenemos el encargo de proteger el patrimonio cultural de Catalunya. Y esto pasa por favorecer la literatura infantil y juvenil a través del proyecto ‘Lletres a les aules’, que asegura 500 visitas anuales a las escuelas, y que las bibliotecas pongan al abasto del gran público nuestros creadores. También aspiramos a consolidar eventos importantes como el Día Mundial de la Poesía, el de la Literatura y mantener las conmemoraciones anuales. Este 2022, por ejemplo, lo dedicamos al poeta leridano Guillem Viladot, al escritor valenciano Joan Fuster y al poeta, crítico y lingüista barcelonés Gabriel Ferrater.

¿Con esta agenda, se puede garantizar la salud de la lectura en catalán?

Nos falta mucho por recorrer. En particular llegar a las plataformas digitales, los videojuegos y otros espacios de ocio que hoy polarizan los nuevos usos culturales. Una realidad ante la cual no podemos permanecer de espaldas. De la misma forma que es básico trabajar en toda el área lingüística –en nuestro caso los Països Catalans– y, vinculado a ello, establecer planes que permitan la entrada en los institutos de las traducciones de manuales como de aquellas obras que surgen de la nueva generación de escritores y escritoras.

¿Estos déficits reflejan que la cultura no es percibida aún como una herramienta clave para el empoderamiento y el progreso del país?

Hay que asentar este paradigma, y más si queremos terminar con la falta de lectores en catalán. Por eso hay que impregnar a todas las consejerías de la Generalitat, en especial Educación, y el conjunto de actores públicos y privados que participan de la cadena de creación. De igual forma que tenemos que promover las residencias de creadores, para que puedan trabajar conjuntamente, y dar más visibilidad a la no ficción literaria. Un género emergente en todo el mundo y que en nuestro ámbito lingüístico no se conoce lo suficiente.

¿Cómo interpreta que, mientras de cada tres libros vendidos uno es en catalán, el uso social del idioma se estanca e incluso retrocede entre las capas más jóvenes de la sociedad catalana?

Revela una gran anomalía. No tanto en la literatura infantil, donde el consumo es elevado. Sobre todo ocurre en la literatura juvenil, lo que nos obliga a buscar fórmulas para que los adolescentes reciban con facilidad una oferta atractiva y variada en catalán. Tiene que estar más presente en las escuelas, librerías, bibliotecas y, a razón de su importancia, las nuevas tecnologías y otros entornos de consumo masivos. Insisto: si los jóvenes no se familiarizan con el catalán a través de los nuevos géneros y formatos, acabarán leyendo en castellano e inglés, que ya acaparan el actual ecosistema cultural.

También hay la sensación de que los autores mediáticos eclipsan el circuito comercial en detrimento de otros creadores. ¿Qué opina de esta situación?

Levantar la persiana no es fácil para los grupos editoriales, de ahí que los bestsellers se erigen en las grandes palancas de venta. Aun así, en los últimos años han irrumpido pequeños y medianos proyectos que lanzan propuestas muy potentes. Así lo vemos con la Fira Literal, que reúne a sellos independientes, o cuando salimos al exterior, donde estas obras suscitan un gran interés. Pero comparto esta inquietud: es necesario encontrar maneras para, sin influir en la industria, poder dar un empuje a estas producciones menos visibles.

En el campo de la no ficción proliferan un sinfín de obras que nos acercan a realidades sociales que, como el cooperativismo, la memoria histórica, el feminismo o la lucha ecológica, no están en la agenda mediática de referencia. ¿Hay que facilitar que tengan salida, no cree?

La realidad literaria no refleja lo suficiente la que ofrecen los medios mainstream, es indiscutible. Justamente por esto hay que proyectar el ensayo literario en catalán, permitiendo que estas reflexiones intelectuales ocupen más centralidad y el público las pueda conocer. Sabiendo que si no lo logramos, encontrarán en el castellano la vía para su difusión editorial. El reto no es fácil, pero hay que intentarlo.

¿Ante un Estado español receloso de su diversidad lingüística, como se consigue?

De entrada, hemos de recordar que cada autor está inserido en su propio contexto social, y esto modula su obra para bien y para mal. A partir de ahí, es evidente que la literatura en catalán sufre el apriorismo de un Estado alérgico a la diversidad. Un rechazo por motivos sociopolíticos cuyo resultado perjudica la difusión de nuestras obras.

¿Que el catalán sea la médula espinal de la identidad catalana se percibe como un factor hostil y esto acarrea problemas importantes?

Tiene consecuencias, ya que, si bien se traducen muchas obras al castellano que van al mercado estatal, no se conoce suficiente el peso histórico ni la calidad literaria que existe en catalán. Un hecho que no pasa en el exterior, pues no se mira tanto el idioma como el tipo de creación. Lo comprobé durante mi paso por el Institut Ramon Llull, cuando estuvimos en la Feria del Libro de Bolonia, después en la Feria del Libro de Buenos Aires o cuando hacíamos acto de presencia en la Feria de Frankfurt y otros certámenes de gran envergadura internacional. En el Estado español, en cambio, el pensamiento de matriz castellana impide que se consuma en catalán con normalidad. Es una lástima.

Uno de los ejes que plantea la Institució es fortalecer las relaciones entre autores de los territorios de habla catalana mediante la Acadèmia Valenciana de la Llengua, el Consell Insular y otros organismos. ¿Es fluida esta coordinación?

Queda muchísimo por hacer, porque si bien se celebran encuentros entre escritores, existe una falta de conocimiento mutuo sobre una literatura que, aparte de muy prolífica, puede presumir de un catálogo de gran categoría. Quizás los obstáculos no vienen tanto del campo académico y editorial, que ve la necesidad de enraizar las relaciones y potenciar la distribución, sino en el ámbito institucional, donde la colaboración tiene mucho margen de mejora.

¿Esto explica que la organización del Any Fuster, dedicado a la figura del intelectual de Sueca, solo haya recaído en la Generalitat de Catalunya?

También la Generalitat Valenciana y el Govern de les Illes Balears están comprometidos en su difusión, aunque ciertamente ha fructificado más en el campo académico y universitario que en el institucional. En cualquier caso, el diagnóstico respecto a la precariedad del idioma y la necesidad de superar esta carencia con proyectos conjuntos es muy parecido. Solo hay que ponerse a trabajar e intensificar las sinergias entre las tres administraciones.

En esta tesitura, la Institució está desarrollando el Pla Nacional del Llibre i la Lectura, ¿puede ser el revulsivo para encauzar estos retos?

Pretende incrementar el prestigio social de los autores, involucrar al departamento de Educació en su aplicación y, con el fin de consensuar la hoja de ruta, atraer a editores, escritores, libreros, bibliotecarios y el conjunto de entidades que agrupan estos sectores. Me refiero al Institut Català de les Empreses Culturals (ICEC), el Gremi d’Editors en Català, la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC) o el Centre Català del PEN Club. Compartimentos estancos que han de encontrarse y debatir para que vean satisfechas sus necesidades acorde con las posibilidades que tenemos como país.

Se da la circunstancia que usted es la cuarta directora consecutiva de la Institució de les Lletres Catalanes. ¿Esto indica un cambio de valores?

Refleja que estamos en el siglo XXI y que la Institució va en sintonía con los nuevos tiempos. Al margen que, a mi entender, que sea una mujer quien dirija este y otros organismos favorece una forma de entender la gestión menos competitiva y más colaborativa. Prueba de ello es el Día Mundial de la Literatura, organizado entre distintos agentes literarios, y los proyectos que dan voz a autoras invisibilizadas y creaciones que ofrecen ópticas más democráticas, críticas y transformadoras de la realidad. En la práctica lo veo cada día y esto me alegra especialmente.

 

«He sido editora porque mis padres eran vascos»

¿Qué influencia ha tenido su origen vasco en su trayectoria profesional?

Completamente, pues mis padres afrontaron el proceso migratorio de manera natural, sin apriorismos. Ellos tenían claro que venían de una cultura que también estaba amenazada y entendieron que, para integrarse a una nueva, mis hermanas y hermanos teníamos que recibir la enseñanza en catalán. Hicieron ese esfuerzo en una etapa donde el sistema de inmersión lingüística no existía, para llevarnos a una escuela donde el catalán era el idioma vehicular. Sin estas herramientas, estoy segura de que no hubiera estudiado Filología catalana ni hubiera acabado en el sector del libro. Por eso digo que he sido editora porque mis padres eran vascos.

¿Es óptima la relación que hay entre la literatura catalana y vasca?

Hemos de reforzarla. Una tarea que recae sobre todo en el Institut Ramon Llull, gracias al cual han tenido lugar, con la colaboración de Etxepare Euskal Institutua, el proyecto ‘Voces paralelas: Pirineoak-Pirineus’, de una orilla a la otra, el ciclo ‘Poetas itinerantes’ y otras propuestas destinadas a la promoción y difusión de ambas culturas. Este modelo de colaboración también existe con el Consello da Cultura Galega mediante varios convenios. Igual que son positivos los encuentros que organiza la Fundación Galeusca entre escritores catalanes, vascos y gallegos. En cualquier caso, soy de la opinión que, si bien vivimos en contextos similares, cada cultura tiene sus retos y requiere de respuestas que no son extrapolables. Solo así, no queriendo replicar soluciones de un lugar a otro, podremos avanzar y ayudarnos mutuamente.

Salvo escritores como Bernardo Atxaga, Joseba Sarrionandia, Gabriel Aresti o Kirmen Uribe, el público catalán no tiene demasiadas referencias de la literatura vasca. ¿A qué lo atribuye?

Nos conocemos poco, pues al margen de los intercambios entre creadores, las traducciones son escasas. En los últimos años se ha traducido al euskara a Joan Lluís Lluís, Najat El Hachmi o Irene Solà, y a la inversa: es posible leer en catalán a Miren Agur Meabe, Eider Rodriguez o Joseba Sarrionandia, de quien algunas editoriales han traducido sus poemas. Pero es insuficiente. Como también cada uno podemos aprender de las ferias, certámenes y escaparates del otro. El margen de mejora, pues, es muy amplio, aunque estoy convencida de que vamos por el buen camino.•