Xandra  Romero
Nutricionista
OSASUNA

Alimentos de consumo ocasional o habitual

Tras el verano, es hora de volver a clase y, aunque en parte nos dé un poco de tregua, para algunas madres y algunos padres la elección del hamaiketako y la merienda puede ser un tremendo quebradero de cabeza. Y es que, a pesar de que la alimentación infantil no sea una compleja ecuación, a veces exige tener algo de información para no quedarse con opiniones polarizadas.

En ocasiones, los adultos receptores del constante bombardeo acerca de lo que es y no es una alimentación saludable, pueden tender a ser o bien muy estrictos con respecto a lo que comen sus hijos, o, por el contrario, se rinden a intentar que los más pequeños de la casa realicen elecciones más saludables y acaban tirando a diario de bollería y postres lácteos.

Sin embargo, para adultos y niños, la cuestión de cómo abordar estas ingestas intermedias tiene que basarse en el equilibrio; es decir, que tienen que ser elecciones que sean sostenibles en términos de salud, pero salud integral, no solo haciendo referencia al peso.

Para ello, quizá primero debiéramos tener clara la diferenciación de dos conceptos: consumo habitual y consumo ocasional. En este sentido, las guías dietéticas basadas en alimentos incluyen información cuantitativa sobre los alimentos de consumo diario y semanal, pero para los alimentos de consumo ocasional solo recomiendan limitar su ingesta, sin dar consejos específicos sobre las porciones. Dado que estos alimentos son consumidos por la población en general como parte de la tradición cultural y culinaria de cada país, estos deben poder incluirse en una dieta saludable siempre que se consuman en cantidades razonables y siempre teniendo en cuenta que para que realmente sea un consumo ocasional o puntual, su ingesta no debería desplazar alimentos nutritivos de consumo diario.

Pero, ¿qué alimentos se consideran de consumo ocasional? Pues los denominados derivados cárnicos como el chorizo, la morcilla, la mortadela, el salchichón; los productos de repostería como cruasanes, galletas, magdalenas; los postres lácteos a los que se añade azúcar como son el flan de huevo, arroz con leche, natillas; los snacks y bollería industrial: patatas fritas, chocolatinas, palmeras y aquellos “alimentos precocinados” como salchichas, croquetas, pizzas, barritas de pescado empanado etc.

Sin embargo, antes de dejarnos llevar por el salutismo, hay algo que quizá no nos recuerden en los seguimientos de pediatría, y es que la mayor preferencia de los niños por lo dulce y la aversión por lo amargo refleja la biología básica de los niños y que esta preferencia se da hasta los 5 o 6 años y desaparece sola si no hay influencias (de los adultos).

Por lo tanto, y entendiendo que los más pequeños suelen preferir los alimentos dulces por cuestiones neurofisiológicas y por imitación de lo que vean en su entorno, es preferible tratar de ser buen ejemplo, ofrecer alimentos saludables pero sin obsesionarnos y sin prohibirles los que no lo sean tanto, porque el mayor de los problemas no es que nuestro hijo o hija nos pida galletas o helado, lo realmente importante es que nosotros, los adultos, no les hagamos pensar en términos de alimentos buenos o malos y para ello, además de no prohibir, tampoco debemos usarlos como premios o castigos pues acaban haciendo asociaciones emocionales con la comida y, además, se puede alterar la percepción de los sabores.