Xole Aramendi
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Entrevue
Mari Puri Herrero

«Hay un intento de hacer una versión light del arte»

Argazkia: Jon Urbe | FOKU
Argazkia: Jon Urbe | FOKU

Mari Puri Herrero (Bilbo, 1942) es una de las artistas con más renombre del panorama del arte plástico en Euskal Herria. Lleva más de cinco décadas creando. Y continúa haciéndolo a sus ochenta años. Muestra de ello es la exposición que presenta hasta el 5 de mayo en la galería Arteko de Donostia, donde cuelga su producción más reciente.

Hacía años que no exhibía su trabajo en la capital guipuzcoana, donde dio sus primeros pasos con el pincel. La familia veraneaba en Donostia y aprendió a pintar con Ascensio Martiarena, «el gran pintor». Prefería subir a Ulia junto a él y ponerse frente al lienzo antes que ir a la playa.

En la sala que da a la calle Iparragirre exhibe toda su última producción en papel. Doce obras en total que parecen levitar. «El papel tiene el problema de la enmarcación y queríamos hacer una propuesta diferente al enmarcado tradicional con cristal. Hemos encontrado soportes que le dan esta volatilidad, como si estuviesen suspendidos en el aire», explica la galerista Cristina de la Fuente.

Estos últimos años Herrero se está decantando por el papel frente a la tela. Y en la actualidad prefiere trabajar en pequeño formato en tela y en formato grande en papel, contrariamente a lo que venía haciendo.

También es de subrayar la utilización de técnicas antiguas como el de la caseína. Se trata de una técnica en la que se utiliza proteína extraída de la leche. Sin olvidar la acuarela, el vinílico y el óleo.

La artista siente fascinación por el papel desde siempre. «Es sencillo. Te surge una idea, coges el papel y lo puedes plasmar inmediatamente, por una parte. Y por otra, aunque lo ves tan frágil, cuesta romper», indica. Hace años que utiliza el papel oriental.

Colores vivos. La obra más reciente de Herrero llama la atención por la viveza de sus colores. En la paleta de la artista predominan el azul lapislázuli, los rojos y naranjas, en contraste con el negro.

Su atracción por el pigmento se despertó bien temprano. «En el recreo del colegio me encantaba coger un trozo de teja, sacar el polvillo y ponerme todas las manos rojas. Me interesaba el pigmento, y me sigue interesando», señala.

Además, completando la exposición, en la sala que da a la calle Corta, la artista ofrece un pequeño recorrido por su obra anterior. Muestra una pequeña selección de obras de anteriores décadas sobre tela, tres de ellas de grandes dimensiones: el tríptico “Edimburgo” (1991), “Mazarredo” (2009) e “Ir y venir” (2003).

Junto a sus obras pictóricas se puede ver una escultura pintada de azul –uno de sus colores favoritos-. Se trata de un cocinero realizado en bronce en 2014, con el que rinde homenaje a la figura de quienes crean y trabajan en la cocina.

La artista bilbaina protagonizó su primera exposición en 1963. Esta mirada hacia atrás permite al visitante ver la continuidad de su creación –así lo confiesa ella–, dado que lo más nuevo en papel está muy ligado a sus trabajos de las últimas décadas en tela. Mientras realizamos la entrevista, De la Fuente señala con emoción a la autora –se acaba de percatar de ello– de las similitudes existentes entre el cuadro “Edimburgo” y la producción más reciente. Herrero asiente. «No había pensado en ello», reconoce.

Pero hay sorpresas. Una de las novedades viene de la mano de la introducción del collage a través de pequeños elementos que parecen pintura pero en realidad son papel. «Una cosa te lleva a otra. Las disciplinas tienen mucho en común», afirma la artista.

La creadora de Marijaia ha recibido diversos premios a lo largo de su carrera. En 2022 en Gasteiz, recibiendo el Gure Artea. Fotografía: Marisol Ramirez | FOKU

Constantes. También se vislumbra una de las constantes de su obra, la presencia de la figura humana, siempre en relación al entorno, al paisaje. Personajes que están pero no están. Realidad y fantasía. Para Herrero van de la mano, no son dos categorías diferenciadas. «Apunto en el cuaderno sueños en los que muchas veces no pasa nada. Son escenas, situaciones... La realidad y la irrealidad es casi lo mismo. Las personas están muy movidas por sus sueños, sus ambiciones, sus experiencias... cosas que son abstractas, como movimientos. Cada vez tengo más esa impresión. Me he ido convenciendo por cómo veo el mundo, sin querer meterme en el terreno de Freud, pero es muy evidente. Nuestra propia experiencia de vida nos hace ver el mundo de una manera y actuar de una manera», constata.

Su amor por la naturaleza viene de lejos. Su infancia transcurrió entre la casa de sus padres en pleno centro de Bilbo y la de su abuela materna en Artziniega. Dos mundos en contraste. Quizás influenciada por sus estancias en tierras alavesas, en la capital la mirada de la pequeña Mari Puri se fijaba en el paisaje que rodeaba la ciudad. «Vivía al lado de la Plaza Elíptica. Cuando iba por Alameda Rekalde hacia la ría, al fondo veía un caserío y movimiento de gente. No es habitual en las ciudades y ocurría en todas las calles, Bilbao es un bocho. Ahora se va tapando esa característica, porque se han construido edificios emblemáticos muy grandes. Me da un poco de pena. Me ha marcado siempre. Empecé trabajando la figura, pero siempre había alguna referencia a la naturaleza», reconoce.

En la actualidad sigue viviendo a caballo entre el verde y el asfalto. Entre Menagarai, en Araba –«me gustan los sitios fronterizos. No sé por qué, tienen un encanto especial»– y Madrid –«tienes muchas exposiciones, museos... y hay cantidad de artistas vascos»–.

Menagarai está a media hora de su Bilbo natal, pero confiesa no frecuentarlo mucho. «Cuando estoy en la naturaleza, me encanta disfrutarla», dice. Del campo le atrae la sensación de misterio al vivir rodeada de «cosas que no puedes ver de noche y que de día no se dejan ver». Como en sus cuadros.

Y le permite vivir a su aire. «Veo que en estos últimos años siento la necesidad de retirarme más. Me ha ido a más. Me gustan los meses que paso en Menagarai, donde hago una vida bastante solitaria, tengo demasiada tendencia...», cuenta, con una sonrisa. «Este invierno estoy de cargar leña con el frío y la humedad que ha hecho... He consumido un tilo entero que se había caído. Me lo cortan y me lo ponen junto a la casa y lo subo yo con la cesta», cuenta.

Le encanta sentir la fuerza de la naturaleza. «Los días de tormenta eres parte de eso. Me impresiona muchísimo», dice.

En este sentido, es muy crítica con algunos de los proyectos arquitectónicos previstos. «Es muy importante la naturaleza y nos la estamos cargando tontamente y no tiene remedio porque todo es dinero y turismo. Alfonso, mi marido, solía decir que turista es aquel que destruye lo que va a ver. Es verdad. Ahora el Museo Guggenheim que quieren construir en Urdaibai... me parece un disparate».

Argazkia: Jon URBE I FOKU

Necesidad vital. Pintar es una necesidad. Herrero mantiene viva la ilusión por acudir cada día a su estudio. Su espacio. Sobre todo al despuntar el día. Su momento. Cuando la luz que entra por la ventana acaricia las pinceladas que da. «Mi estudio es donde más a gusto estoy. Es mi hábitat. Por la mañana es cuando más me gusta. Me despierto prontísimo y por eso tengo que ir a la cama pronto. Me gusta la luz natural, he pintado alguna obra con luz artificial, pero rara vez», cuenta. El título de la muestra es, no en vano, “Los colores del día”.

La muestra alberga pequeños tesoros. Por primera vez ven la luz sus cuadernos de trabajo, cosidos por ella misma. «La primera vez que los saco! Tengo más de un centenar. El cuaderno me sirve mucho», dice.

El de la creación es un camino que exige a una estar dispuesta a cambiar de ruta. «Al ponerte delante del lienzo vas con una idea nebulosa en la cabeza, con una imagen vaga. La creación artística tiene mucho de andar el camino y ver que no es por ahí. Tienes que trabajar de manera inconsciente muchas veces. Estás creyendo algo y de repente te das cuenta de que estabas equivocada. Muchas veces crees que has encontrado el camino, pero no. Pintar es un diálogo y puedes acabar en bronca con el lienzo. Es tu instinto el que te señala el camino y acabas haciendo algo distinto a tu idea original», explica.

Preparar una exposición es subirse a la atalaya. Y mirar. Se muestra feliz por contemplar las obras fuera del estudio. «Simplemente, el hecho de sacar los cuadros de casa aporta otra mirada. Yo miro las obras en la galería y están distintas a como están en el estudio. Por eso es bueno, te da distancia de tu trabajo. Sacar las obras de casa te da una perspectiva muy sana», reconoce.

Trabajadora infatigable, su ojo no para de ver detalles que corregir. Aunque llega un momento en que la artista debe dar por finalizado su proyecto. «A veces ves algún detalle en el que tienes que seguir trabajando y en el caso de otros cuadros no hay más cera que la que arde», apunta.

Muchos han incidido en la singularidad de su creación. Herrero es una reputada pintora, grabadora y escultora. Lo vio claro, quería ejercer las dos disciplinas, la pintura y el grabado. «Me interesaba mucho la figura del pintor-grabador, muy corriente en Europa, pero que no se daba aquí. Por eso me fui allí», explica.

Fue uno de los aspectos puestos en valor por el Premio Gure Artea 2022, otorgado en reconocimiento a su trayectoria artística. «Su obra surge tanto de la reflexión imaginaria como de la inmediatez impresionista», decía la valoración del jurado. El galardón premió su «moderna clasicidad» a través de la que ofrece «su visión más personal e íntima de la vida urbana y rural».

Confiesa a 7K que «el premio la sorprendió muchísimo. «No soy de este tipo de cosas. Hago mi vida y estoy encantada con la vida que llevo. Hombre, te gusta que si has trabajado te lo reconozcan. Hoy en día ves algunos premios que... ni son todos los que están ni están todos los que son. Yo ando por libre y tampoco es fácil recibirlo, normalmente suelen darse en grupo».

La experiencia europea. Era muy joven cuando hizo las maletas para irse a ver mundo. La primera parada del trayecto la realizó en Madrid. Allí se formó gracias a una beca de la Diputación de Bizkaia y el Gobierno holandés. «Me fui en cuanto pude, ¡todo era tan triste aquí! La primera exposición ya me la cerró la Policía. Sin saber por qué. Era 1963, había paisajes y figuras humanas con los brazos levantados. ‘¿Por qué levantan los brazos?’, me preguntaban. ‘No lo sé’, les respondí. Tenía 20 años y me temblaban las piernas al ver a la Brigada Político Social, aquella tan encantadora».

Lo recuerda como un tiempo en que los museos no estaban precisamente llenos de público. «Era todo muy gris, yo me fui de Bilbao porque no había nada de ambiente. El Museo de Bellas Artes era estupendo pero no había nadie, no había costumbre de ir a ver museos. Fui a Madrid porque quería ver museos y aprender grabado. La gente no ha ido allí por ser más inteligente, es que la gente más inquieta de provincias, por decirlo de alguna manera, va allí. En mi Colegio Mayor fui la primera que fui a estudiar, se unieron más chicas de Bilbao muy al final de la carrera. Estudié Farmacia, era lo que estudiaban las chicas, o si no Filosofía. ¡Era un mundo terrible!». Los recuerdos afloran a medida que fluye la conversación.

De Madrid fue a Amsterdam, ciudad que la acogió durante dos años y donde continuó su formación. Amplió sus conocimientos de pintura y grabado y viajó por Europa. «Tienen una cantidad de museos de gran calidad, incluso cada pueblo tiene su pequeño museo. En la escuela vi una diferencia con respecto a Madrid, donde todos querían ser artistas. En Amsterdam no, algunos querían ser diseñadores, otros fotógrafos... aprendían la estética y la técnica y había muchas salidas profesionales, cosa que no ocurría en Madrid».

La capital española fue «el primer escalón». «La gente se interesa por el arte, la literatura... porque en Bilbao las madres decían a sus hijas ‘no hay que destacar, ni lo por lo bueno ni por lo malo’. Y de Madrid a Amsterdam el salto era tremendo, es la ciudad donde he visto más libertad y más inquietud. Unos museos fantásticos, era increíble. Y además tenía la ventaja de que era fácil viajar a Inglaterra, Bélgica, Alemania...».

En Madrid había empezado a aprender a trabajar el linóleo y el aguafuerte, y profundizó en esto último en Holanda. «No tenía nada que ver la enseñanza ni el material utilizado», recuerda. Del aguafuerte le atrajo su halo de misterio. «En casa, cuando de niña cogía los libros de mi padre, me interesaban más las estampas que los textos. Me daban la impresión de un mundo misterioso, me interesaba más la situación que la historia que me cuentan de eso. Cuando ves un aguafuerte todavía es más misterioso, por eso quise aprenderlo».

Tuvo que hacerlo en Madrid, en Bilbo no había ninguna opción. «No había ni tórculo. Más adelante, cuando quise trabajar en Bilbao, me lo hicieron por encargo ex profeso para mí».

Estuvo yendo y viniendo entre Bilbo y Madrid. Y después París, donde vivió varios años con su marido. «Nos fuimos después de casarnos, en 1969. Hemos ido mucho también después. Me encanta. Los fondos que tienen los museos son impresionantes. Mi marido era catedrático de Sociología, íbamos a un centro de investigación al lado de Saint Michel, vivíamos en un pequeño apartamento».

Su estancia en la capital francesa hizo que se decantara por la utilización del papel como soporte. «No tenía caballete y empecé a trabajar sistemáticamente el papel. Lo compraba en la tienda en la que compraba sus materiales Picasso, porque a la vuelta está el lugar donde pintó el ‘Guernica’. Tenían papeles orientales, que siempre me han gustado, siempre que veníamos traía muchos».

La creadora de Marijaia ha recibido diversos premios a lo largo de su carrera. En 2003 en el Ayuntamiento de Bilbo. Fotografía: Jon Hernaez | FOKU

Militancia. La creadora bilbaina es de pocas palabras. Expresa una tras otra breves sentencias –de manera directa, sin tapujos– que resumen perfectamente su pensamiento. Para qué aferrarse a más palabras. Entiende la militancia como la práctica diaria. Siempre ha considerado «injustas» las situaciones que muchas mujeres han vivido en el mundo del arte, pero ella ha preferido combatir la discriminación trabajando. «Dar testimonio de lo que es tu trabajo, que ahí sigues, y continúas exponiendo. No necesitas explicar a quien te dice que ‘porque eres mujer no puedes hacerlo’. Lo haces y ya está».

Su mejor manifiesto, su obra. «El hecho de pintar diariamente, el ser constante es un testimonio en sí... no necesito hacer un manifiesto. ¿Qué iba a hacer si no? Si no sé hacer nada más... Estoy en contra de que un cuadro sea un panfleto, es mucho más sutil. Para eso está el manifiesto. Aunque algo de tus convicciones rezuman los cuadros», afirma.

Lo hizo también tras casarse. Y mantuvo firme su decisión después de ser madre. «Desde que me casé en Bilbao corrió la voz de que iba a dejar de pintar. No dije nada. ‘No voy a desmentir, ya lo verán’, pensé», recuerda con una sonrisa. «Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho», agrega. «Siempre he pensado que la mujer es menos competitiva que el hombre, pero ahora ya no lo afirmaría, porque veo mujeres presidentas de un banco o altas ejecutivas, me imagino que serán tan fieras como los hombres, seguro. Ahora tienes que ser muy corto de miras para plantearte que la mujer es más tonta que el hombre, porque hay cada tonto por ahí...», continúa.

Afirma que el arte le ha servido para analizar aquello que la rodea. «He aprendido mucho a ver el mundo a través del arte. Y me he esforzado en pensar en lo que estoy viendo».

Unos de los mejores ratos de la vida son cuando se encuentra con alguien con quien comparte su interés por el arte. Y aprovecha sus estancias en Madrid para visitar exposiciones. Todas las que puede. También de las nuevas generaciones. «Veo de todo, por supuesto que me interesa. Hay cosas que me gustan más y otras menos, como de los mayores; me sorprenden muchas cosas que veo».

Desvirtualización del arte. No ve con buenos ojos algunos intentos por acercar el arte al gran público. «Había un director de orquesta que hacía versiones de Mozart en plan marchoso. Le pedí al compositor Luis de Pablo su opinión al respecto y me dijo una gran verdad: ‘El que llegue a Mozart por esas versiones nunca llegará a Mozart’. Veo que hay un intento de hacer una versión light del arte. Y todo el marketing, todo este ruido que hay, todo el follón... a la gente le impide ponerse delante de un cuadro en silencio, que es como hay que verlo. Déjame de historias, ponte delante del cuadro. Y todo esto no se limita al arte, nos están atontando; como te dejes, te atontan», afirma.

Menciona “Impresionistas”, la exposición que organizó el Palacio Euskalduna de Bilbo. Consistía en la proyección de imágenes en movimiento, sincronizadas con música. El objetivo era crear al visitante la sensación de estar inmerso en obras que cobran vida. «Los pintores impresionistas eran gente muy sencilla, que iban al campo y componían todo con mucha exactitud y pintaban cuadros de pequeño tamaño. Hacer ese tamaño desmesurado, en movimiento, es desvirtuar su obra. Me mandaron una invitación y les envié una carta argumentando –siempre procuro explicar la razón de mi decisión– mi negativa. ‘Si queréis movimiento podéis proyectar películas de Jean Renoir’, les dije. No me contestaron».

Cree que las galerías online son otro ejemplo de cómo «desvirtuar el arte». «Están haciendo mucho daño», incide.

Y muestra su preocupación por la situación que viven artistas de su generación. «En Madrid la gente de mi edad se ha quedado sin galería porque sus galeristas, de la misma edad, se han retirado o se han muerto. Y las galerías nuevas no los acogen, ahora prefieren a los valores emergentes. Ellos han decidido seguir trabajando en su casa aunque no vayan a exponer. Y es fantástico. Cuando se habla tanto de los artistas emergentes, yo me acuerdo de los otros, ellos sí que tienen valor, porque ya no esperan nada; han tenido una vida muy auténtica».

En 2022 participó en ARCO en los espacios dedicados a obras creadas por mujeres, tradicionalmente menos presentes. Este año también ha presentado su obra en la feria, como habitualmente, de la mano de la galería Álvaro Alcázar. El año pasado Herrero también estuvo presente en “Baginen Bagara”, la exposición que el Museo San Telmo de Donostia organizó con el objetivo de mostrar las prácticas que han llevado a la invisibilidad de la mujer en el arte a lo largo de la historia.

Entre sus obras más conocidas para los vascos se encuentra Marijaia. A Herrero le resulta curioso que siga siendo el símbolo de la Aste Nagusia bilbaina. Utilizó pinturas y colores, material habitual de sus cuadros, aunque con un fin diferente, hacer divertir a la gente. «Es una cosa rara porque yo no soy nada divertida, ni muy chistosa ni nada de eso, pero eso no quiere decir que no me lo pase muy bien, no me aburro nunca», ha solido comentar al respecto.