Iñaki Zaratiegi • Fotografía: Kutxateka / Fondo Isabel Azkarate Funtsa
ISABEL AZKARATE, ANTOLOGÍA EN TABAKALERA Y SAN TELMO

El mundo y su gente a golpe de click

Cuando se cumplen 200 años de la aparición de la cámara fotográfica, la donostiarra Isabel Azkarate expone en su ciudad una doble muestra antológica en Tabakalera y el Museo San Telmo. Una selección, mayormente en blanco y negro, de su extensa colección de imágenes retratadas durante toda una vida cámara en ristre.

Isabel Azkarate rodeada de colegas masculinos en una imagen que captó el realizador Roman Polanski en Zinemaldia de 1988.
Isabel Azkarate rodeada de colegas masculinos en una imagen que captó el realizador Roman Polanski en Zinemaldia de 1988.

La cita con Isabel Azkarate Morera en la sala Artegunea de la donostiarra Tabakalera es accidentada porque se sucede un goteo de gentes que reconocen a la fotógrafa y acuden a saludarla. Desde que se inauguró a comienzos del pasado diciembre, la muestra está batiendo récords de asistencia que, cuando se cerró este reportaje, podrían haber alcanzado las 13.000 visitas.

La protagonista está lógicamente encantada del reconocimiento porque «no he parado de hacer fotos desde mis 27 años, cuando tuve mi primera cámara, y voy ya para los 75». Isabel recoge felicitaciones y sensaciones.

-Mi madre ha reconocido las loteras del Boulevard.

-Ah, ¿y sabe sus nombres?

-Arrue, no sé si de primero o de segundo apellido.

O, «en esa foto de la Calle Mayor yo estaría al fondo, tirando piedras a la Policía». «Soy de Irun, muy aficionado a la cámara y yo también fotografié Nueva York».

 

Autorretrato de la fotógrafa.

Preparar su retrospectiva le ha llevado bastantes años de escaneo y organización de más de 175.000 objetos de su archivo completo, entre negativos y diapositivas, cámaras, catálogos, publicaciones originales en prensa... que ha donado a Kutxa Fundazioa-Fototeka. Un material acumulado durante cuatro décadas de fotografiar lugares y personas, del que en la muestra de Tabakalera se han seleccionado más de 300 instantáneas, realizadas entre 1978 y 2006. «Por fin, tengo todo bien organizado. Los derechos de obra siguen siendo míos y puedo hacer uso de cualquier material o vender alguna cosa si lo deseara».

La barcelonesa Silvia Omedes, directora de la Fundación Photographic Social Vision (entidad que representa a Azkarate en la gestión de su patrimonio fotográfico) y comisaria de la muestra, ha dicho que «la elección ha sido muy difícil. Están los grandes hits y se podían haber hecho tres exposiciones como esta sin repetir fotos». La editorial Blume ha editado el voluminoso libro que detalla la iniciativa.

La exhibición dura hasta el 25 de febrero y va a coincidir durante un mes con una segunda muestra complementaria, “Arte y parte”, que se abre el viernes 26 en el Museo San Telmo. Isabel explica que, «como aquí no cabía todo, en el museo habrá cuarenta y siete fotos en tres series relacionadas con el arte. Una incluye a espectadores que fui sacando en museos o galerías. Otra son las sesiones que hice en 1980-81, en los almacenes del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York, de bustos afroamericanos y amerindios. Y la tercera, retratos de creadores vascos, desde aita Barandiaran o Caro Baroja a Vicente Ameztoy y muchos otros».

Isabel Azkarate retrató a varios creadores vascos, como el pintor Vicente Ameztoy.

AQUELLA NIKON F2

Isabel Azkarate rememora que la inquieta joven, nacida en la capital guipuzcoana en 1950, parecía destinada a ser «la secretaria general» del exitoso negocio familiar. Su abuelo materno Juan Morera, catalán, había sido un viajero profesor de español para familias pudientes en Argel, Inglaterra o el Estado francés y, al final de la Guerra del 36, montó en Donostia la academia Cursos de Contabilidad por Correspondencia (CCC), que llevó su moderno invento hasta la última aldea.

Azkarate estudió decoración y pasó un año en Inglaterra aprendiendo el idioma. Pero el amor por las imágenes y su instinto viajero («quizás heredado del abuelo catalán»), derivaron su vida hacia otros derroteros. En 1977, un tío que vivía en Miami como componente del amplio grupo musical de cabarets Los Chavales de España, llegó de visita con una flamante cámara Nikon F2 que la sobrina le compró con la «pequeña herencia que me había dejado al morir la abuela Alicia».

La suerte estaba echada y a finales de los años setenta se trasladó a Barcelona para estudiar en el Centro Internacional de Fotografía (CIBF). La casa de los abuelos maternos le sirvió de sede para montar su propio primer laboratorio de revelado en un pequeño cuarto de baño. Se codeó con «amigos catalanes que había conocido esquiando en el valle de Arán. Cineastas, arquitectos o diseñadores, como Fernando Amat, dueño de la gran tienda moderna Vinçon, Xavier Mariscal, Bigas Luna, Pep Salgot… Bajábamos casi todos los días al Café de la Ópera, en las Ramblas, y por allí andaba el pintor Ocaña, que era un tipo genial y nos hicimos amigos. Después viviría una temporada aquí cuando tuvo una exposición en la primera versión de la galería donostiarra Altxerri, que llevaba Juan Cruz Unzurrunzaga, también amigo, en un segundo piso de la Avenida, y que ahora ha cerrado tras cuarenta años».

Funeral en Hernani por el militante de ETA Agustín Arregi Perurena, muerto por la Guardia Civil en 1984.

La periodista Ana Busto, bilbaina residente en la capital catalana, le animó a realizar sus primeras fotos en los camerinos de Rocío Jurado, Los Pecos o Tequila, o a Tina Turner en concierto. «Ahora las está poniendo en Instagram mi amiga Marta».

FIESTA EN MANHATTAN

Tres años pasó Azkarate en Catalunya y el pase definitivo a la fotografía de calle, al retrato social al aire libre y el fotoperiodismo, se fue colando en su vida cuando en 1979 la revista “Dunia” le encargó un amplio reportaje sobre Nueva York, que sería su primera publicación y el inicio de su carrera profesional.

Tras probar la tentación usamericana, decidió ingresar en el Visual Studies Workshop de Rochester. Isabel recuerda el renovador estilo de enseñanza del lugar donde «los profesores te animaban a que hicieras series de fotos de reflejos, edificios o charcos».

Era el comienzo de los años ochenta y residió en el neoyorquino Manhattan, compartiendo vida social y riesgos con otros creadores, porque le robaron en casa más de una vez, aunque respetando curiosamente su apreciada cámara Nikon. En aquellos felices años pre sida, la comunidad LGTBI se adueñaba de la vida social exhibiéndose disfrazada en los desfiles de Halloween y todo tipo de fiestas. «Tenía mi laboratorio en la casa que alquilé y lo que me atraía era la fotografía de calle, sus personajes», recuerda.

Ramon Zuriarrain con su hijo Martin en su caserío de Oiartzun en 1985.

La Gran Manzana, con su riqueza y diversidad social, iba a ser su gran fuente de retratos. Personajes insólitos a los que retrató siempre de frente, posando, casi nunca en actitud más natural. «No les pedía permiso, me gustaba acercarme mucho y disparar. Y no había problema. Alguna vez alguien me decía por qué le sacaba, le decía que porque me parecía interesante y posaba ya a gusto» En aquella etapa descubrió el particular mundo de los circos familiares, que luego fotografiaría también cada vez que estos arribaban a Donostia.

EH, REAL COMO LA VIDA MISMA

En su regreso a casa, Isabel trabajó dando cursos de Historia y técnica de la foto en la Escuela de Fotografía de la empresa familiar. Siguió inmersa en el mundo cultureta y festivo donostiarra, pero se coló entre 1983 y 1985 como única mujer fotoperiodista del fugaz proyecto “La Voz de Euskadi”, periódico asambleario que surgió del clausurado franquista “La Voz de España”.

Aquella era la cara real, sin disfraz ni artificio, de un agitado momento sociopolítico. Click a click, retrató las duras realidades de la cárcel de Martutene o el psiquiátrico arrasatearra de Santa Águeda, algún atraco mortal y, sobre todo, atentados de y contra ETA y las frecuentes broncas callejeras con la Policía.

Bette Davis, en Zinemaldia de 1989, dos semanas antes de fallecer en París.

En aquellos tiempos pre tecnológicos la labor diaria de los departamentos periodísticos de fotografía dependía de un buscador que emitía un aviso. «En ‘La Voz’ éramos dos o tres y era pura adrenalina, pendientes del busca. Cuando sonaba tenías que buscar la cabina telefónica más cercana y llamar a la redacción para que te dijeran dónde había sido el atentado. A veces llegábamos antes que la policía o los servicios jurídicos. Era muy duro ver muertos a esos chicos tan jóvenes o cubrir funerales de ambos lados, fue una época terrible».

La periodista eibartarra Odile Kruzeta informa en el libro de la exposición de Isabel Azkarate que el periodista Fidel Raso recogió las opiniones de 55 profesionales gráficos que trabajaron en Euskal Herria. Coincidían en que “en una situación de conflicto, ninguno de los bandos es el mío”. Compartían también la idea de que “la publicación de fotografías de actos terroristas no es propaganda”. Kruzeta señala, además, “el compromiso implícito” del fotoperiodismo “con las víctimas de un conflicto cuando estas les piden que den a conocer lo sucedido”.

Azkarate vivió ese tipo de experiencia cuando viajó a Perú acompañando a su colega José Usoz, que trabajaba en la agencia Cover, para realizar en 1984 un crudo reportaje sobre la actividad del grupo armado Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, del que hay un buen reflejo en la muestra de Tabakalera.

La actriz suiza Ursula Andress en Zinemaldia de 1986, con el anuncio de la película “27 horas” de Montxo Armendariz al fondo.

GLAMOUR DONOSTIARRA

Antes y durante los trabajos más puramente en clave de fotoperiodismo, Isabel retrató la vida artística donostiarra y vasca como persona activa de la farándula, siempre produciendo imágenes. Tuvo una particular ventana a los saraos artísticos porque trabajó como fotógrafa de Zinemaldia entre 1982 y 2005. Pero su época más original estuvo ligada a gentes como el citado promotor Unzurrunzaga.

En su colección de instantáneas quedaron pintores como Zumeta, Zuriarrain, Goenaga, y otros creadores locales y extranjeros. Isabel recuerda que «todo era a la vez y muy intenso. Pasabas de un atentado a retratar la llegada de Ursula Andress al Festival de Cine. Salía de una fiesta nocturna y revelaba las fotos en casa para que un repartidor las recogiera por la mañana para la revista del Festival».

En esas tareas consiguió las icónicas fotografías de la actriz de Hollywood Bette Davis, que visitó Zinemaldia en septiembre de 1989. La diva estaba gravemente enferma de cáncer y falleció en París dos semanas después. Isabel tuvo la ventaja de poderla fotografiar de cerca y con poca competencia porque la mayoría de redactores gráficos hicieron un plante, ya que la actriz se había negado a posar fuera del photocall. «No podía negarme porque era la fotógrafa del Festival y porque no iba a renunciar a hacer fotos a una persona así», es su explicación.

Una pareja en Central Park de Nueva York en 1981.

En paralelo, trabajó en un campo con bastante menos glamour, como fotógrafa oficial de la Diputación Foral de Gipuzkoa, entre los años 1985 y 2009. Siguió buscando clicks originales en acontecimientos sociales locales como carnavales y otras fiestas y visitó Berlín, Brasil, Bali, Egipto, Nepal, Pakistán o Turquía, una experiencia viajera documentada en la antología que se expone en Donostia.

PIONERA

En su retina permanece la influencia de grandes fotógrafas: «Diane Arbus, Berenice Abbott, Mary Ellen March, la primera fotoperiodista española Joana Biarnés, a la que conocí mucho, Marisa Flórez, tantísimas… Tengo un montón de libros de fotografía que compré en Nueva York, pero tampoco me he fijado mucho en otras. Cuando trajeron la exposición de Vivian Maier, ni había oído hablar de ella».

La retratista donostiarra fue pionera del fotoperiodismo femenino vasco y su archivo es el primero de una mujer de entre los 32 de Kutxa Fundazioa. Odile Kruzeta cita en su prólogo del libro sobre Azkarate a Maite Bartolomé, Isabel Knörr, Marisol Romo y Begoña Rivas como primeras colegas de viaje de la donostiarra en el fotoperiodismo vasco hecho por mujeres. La propia Isabel destaca a Marivi Ibarrola o Susana Rico, aunque su labor ha estado más centrada en el terreno cultural, sobre todo el musical.

De su soledad de pionera da cuenta el posado colectivo de fotoperiodistas que cubrían el Festival de Cine de 1988, retratado por el ahora polémico realizador Roman Polanski. La organización preparó un trípode y una cámara, pero sin carrete. Isabel Azkarate le prestó la suya y se hizo con la elocuente imagen de la única mujer fotógrafa entre una veintena de colegas hombres. Sobre la historia de las mujeres fotoperiodistas debatirán el jueves 1 de febrero en Tabakalera la propia Isabel y las también expertas Sandra Balsells, Anna Surinyach y Anna Turbau.

Payasos del Circo Mundial en Donostia en 1984.

PERIODISMO O ARTE

La colección de Isabel Azkarate es considerada fotoperiodismo mientras que otras exposiciones bastante similares, pero que muestran recreaciones y no noticias, son calificadas como arte. Un equilibrio entre la mirada más espontánea y la más técnica.

Ella confiesa que «nunca he pretendido hace arte, simplemente foto documental, todo lo que me llamaba la atención porque me gustaba o me parecía horrible. Intentando siempre hacer buenas fotos, claro. No he utilizado partes de un negativo, encuadraba instintivamente lo que quería que fuera la foto y no la manipulaba al revelarla. Seguía los pasos de Cartier-Bresson, que utilizaba el reborde negro de la foto para demostrar que era una imagen entera tal cual».

¿Y cuál puede ser el secreto en la mirada para que unas imágenes destaquen sobre otras? «Hacer fotos es fácil, lo difícil es tener un estilo y que, cuando aparezca publicada, se note que la foto es tuya, demostrar que tienes una autoría en lo que haces».

Contemplando su amplísimo bagaje, da la impresión de que ha sido una militante del blanco y negro frente al color, pero ella recuerda que «iba siempre con dos cámaras, para blanco y negro y diapositivas en color. Aunque está claro que me gustaba el suspense del blanco y negro de llegar al laboratorio y la emoción de poder visionar la foto que sabía que era especial».

En la muestra antológica hay también un obligado espacio para los muchos autorretratos que se hacía al llegar a casa porque «aprovechaba los finales de los carretes para hacérmelos frente al espejo y, al ir revelando todo el material, fue apareciendo ese particular archivo». Una personal serie que dejó de aumentar cuando salieron las cámaras digitales y no había fotos finales de carrete que se desperdiciaran.

Turistas descansando en el Palacio Topkapi de Estambul, en 1992.

TODO EL MUNDO TIENE UN MÓVIL

Con la edad y los muchos cambios habidos en el oficio y en el mundo, ¿ha perdido interés y dinamismo o sigue ojo avizor? «Cuando llegué a NY flipaba porque era todo tan diferente. La cantidad de razas, de gentes diferentes, eso me fascinó y por eso son las fotos a las que más cariño tengo. Ahora el mundo es seguramente más uniforme. Pero yo sigo haciendo fotos con el móvil y siempre hay algo de repente, alguna escena que te llama la atención. No me atrevo ya a acercarme a la gente tanto como antes, aunque siempre les encanta que les fotografíes».

El teléfono de mano es ya una plaga mundial y las fotos que realizamos a diario son una cantidad imposible de calcular. ¿Han minusvalorado y banalizado los smartphones el trabajo fotógrafo profesional? Isabel cree que «hacer fotos hoy es tan fácil que todo el mundo las realiza y mucha gente que no se considera fotógrafo las saca muy buenas. En todo caso, hoy puede ser más difícil conseguir trabajos porque hay que gustar a la crítica, el público, los coleccionistas… Es un sector muy competitivo y en un mundo saturado de imágenes. Sobre todo, hay que saber proyectar tus propios temas, que tengan su historia particular y, además, saber siempre de técnica fotográfica».

Ha vivido la veterana retratadora toda una vida tras la cámara. ¿Cómo con una máscara, una defensa, un filtro frente al mundo y los demás? ¿O por simple intención de persona curiosa, enamorada de la imagen? «A mí no me gusta nada que me hagan fotos y sí, puede que la cámara sea como un filtro frente a los demás, pero no tengo ni idea de por qué me la he puesto ante los ojos durante toda mi vida. Puede que simplemente me apetecía reflejar lo que me gustaba».