Mariona Borrull

«El reino del planeta de los simios»

Escena de «El reino del planeta de los simios», nueva entrega de la saga y, con sus 145 minutos, la más larga hasta el momento.
Escena de «El reino del planeta de los simios», nueva entrega de la saga y, con sus 145 minutos, la más larga hasta el momento.

No puedo garantizarles que el nuevo reboot de la saga de “El planeta de los simios” vaya a ser ni buena ni tan necesaria como se diagnostica la mitad del cine ‘de urgencia’. Wes Ball, que sustituye a Matt Reeves como director, es un joven cineasta con solo la trilogía de “El corredor del laberinto” en su historial, las tres ‘prefabricadas’ para el consumo adolescente. Diremos que no tienen ‘nada que ver’ con el delineado comercial pero de autor de Reeves, voz aprobada por la crítica gracias a “Déjame entrar” o “Monstruoso” (ambas, por cierto, celebradas solo después de estrenos más bien templados) y técnico colaborador del virtuoso Andy Serkis como maestro del disfraz hecho por ordenador.

Sin embargo, ¿fue alguna de las películas de “El planeta de los simios” buena? La pregunta es retórica, y lo digo con todo el amor hacia la importancia que la primera trilogía se daba a sí misma, a pesar de los looks de vitrina de peluquería repeinada y dosmilera de la Zira de Tim Burton. También a pesar de la extrañísima química zoofílica que tenían con Cornelius y con el héroe humano de turno (Brent, Hasslein, todos el mismo), incluso a pesar de los fallidos calibrados entre acción y cháchara que a ratos las vuelven insoportables. Y, a pesar de los pesares, cuatro nerds con ínfulas completistas no dejamos de reivindicarlas.

Desde la sátira escrita por Pierre Boulle, prisionero de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, los simios han querido ‘hablar’ de su rabiosa actualidad: Charlton Heston desnataba el patriotismo estadounidense en años de Vietnam e inauguraba una primera trilogía que sí estaba absolutamente llena de bizarradas (nada nos salva de la ridícula evolución subterránea y futurista de los humanos en la Tierra, o la conversión delirante de Zira y Cornelius en celebrities televisivas), pero miraba a la cara a frentes aún hoy a la orden del día, como el pánico al botón nuclear o el negacionismo científico.

Incluso una idea que paladean todos y cada uno de nuestros protagonistas humanos, y que (casi) justifica un laissez-faire del alzamiento simio a favor de la justicia universal: al final, si las personas fueron absolutamente salvajes en sus experimentos hacia los primates, ¿por qué no deberían serlo ellos también? Esa fue la brillante conclusión de Richard Matheson en “Soy leyenda” unos años antes, y esa es la lógica airada que sigue moviendo toda revuelta contra el poder opresor. Lo vemos hoy en las calles de Argentina, ayer en el Black Lives Matter.

Si celebramos el actualismo rasposo de “Adivina quién viene a cenar esta noche” o “Una joven prometedora” (a mi parecer, bastante más fallida y con menos excusas), ¿cómo vamos a dar la espalda a los simios? Quizás “El reino del planeta de los simios” acabe por no ser la gran cosa. Pero será ‘la cosa’ de hoy.