Iker Fidalgo
Crítico de arte
PANORAMIKA

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Dos visitantes observan la obra «Obreros» (Operários), óleo sobre lienzo (150 x 205 cm), pintado en 1933 por la brasileña Tarsila do Amaral que se puede ver en el Museo Guggenheim de Bilbo.
Dos visitantes observan la obra «Obreros» (Operários), óleo sobre lienzo (150 x 205 cm), pintado en 1933 por la brasileña Tarsila do Amaral que se puede ver en el Museo Guggenheim de Bilbo. (Monika del Valle | FOKU)

Es habitual escuchar que la cultura pertenece a su tiempo. Esta afirmación pretende explicar que cada proceso creativo es inherente al contexto social, político y temporal que le ha tocado vivir. Las novelas, los discos, los libros o una escultura son creados como parte de un momento concreto, aferrándose a un aquí y un ahora que marcan la forma en la que nacen y son recibidos por sus coetáneos. Pero la grandeza de lo cultural va más allá. Nos brinda la posibilidad de acceder a creaciones que nacieron antes de nuestra existencia para acercarnos a ellas con la fuerza del presente. Nuestra manera de conocerlas no tiene por qué ser, o no exclusivamente, desde una óptica histórica como quien se asoma a una exposición arqueológica. Las obras de arte, de cualquier disciplina, poseen la capacidad de interpelarnos de manera directa, posiblemente desde otro lugar diferente al que pertenecieron pero sin renunciar a un solo ápice de su contundencia. Es por esto por lo que aún hoy existen piezas que son prohibidas, vetadas, censuradas o señaladas en aquellos lugares donde el pensamiento hegemónico pretende imponerse. Porque, a pesar de los años, siguen manteniendo la capacidad de emocionar, de transmitir y, quizás, lo más importante, de movilizarnos.

El Museo Guggenheim de Bilbo inauguró, a finales del pasado febrero una muestra retrospectiva sobre la artista Tarsila do Amaral (Brasil, 1886-1973) titulada “Pintando el Brasil moderno”. A través de ella nos acercamos a una de las figuras más destacadas del modernismo brasileño. De origen acomodado, Tarsila trabajó influenciada por las vanguardias europeas sin renunciar a la riqueza cultural de su procedencia. Fue clave en el nacimiento del llamado movimiento antropofágico, una corriente que surge desde un cuadro pintado en 1928 y titulado “Abaporu”. La obra fue el elemento disparador para la creación de un manifiesto que propone “devorar” la cultura europea y colonial para, de esta manera, reconvertirla junto a la potencia de lo autóctono en un movimiento que reivindica una identidad completamente brasileña.

El proyecto expositivo nos ayuda a reconstruir el periplo vital de la autora, así como las diferentes fases de su proceso creativo. La sala 202 nos recibe con una introducción respecto a su relación con Europa a través de “París/São Paulo: pasaportes para la modernidad”. En “La invención del paisaje brasileño”, la autora encuentra una mirada sobre sus propios orígenes que nos lleva a “Primitivismo e Identidad(es)”, donde, desde su perspectiva privilegiada, no consigue salir de cierta exotización idealizada. Es quizás desde “El Brasil caníbal” y “Trabajadores y trabajadoras” que llegamos a una Tarsila más aterrizada en el contexto social para, finalmente, encontrar en “Nuevos paisajes” rasgos de su evolución pictórica. La figura de Tarsila do Amaral y su legado estarán disponibles hasta el primer día de junio.