Retroceder

Es habitual escuchar que la cultura pertenece a su tiempo. Esta afirmación pretende explicar que cada proceso creativo es inherente al contexto social, político y temporal que le ha tocado vivir. Las novelas, los discos, los libros o una escultura son creados como parte de un momento concreto, aferrándose a un aquí y un ahora que marcan la forma en la que nacen y son recibidos por sus coetáneos. Pero la grandeza de lo cultural va más allá. Nos brinda la posibilidad de acceder a creaciones que nacieron antes de nuestra existencia para acercarnos a ellas con la fuerza del presente. Nuestra manera de conocerlas no tiene por qué ser, o no exclusivamente, desde una óptica histórica como quien se asoma a una exposición arqueológica. Las obras de arte, de cualquier disciplina, poseen la capacidad de interpelarnos de manera directa, posiblemente desde otro lugar diferente al que pertenecieron pero sin renunciar a un solo ápice de su contundencia. Es por esto por lo que aún hoy existen piezas que son prohibidas, vetadas, censuradas o señaladas en aquellos lugares donde el pensamiento hegemónico pretende imponerse. Porque, a pesar de los años, siguen manteniendo la capacidad de emocionar, de transmitir y, quizás, lo más importante, de movilizarnos.
El Museo Guggenheim de Bilbo inauguró, a finales del pasado febrero una muestra retrospectiva sobre la artista Tarsila do Amaral (Brasil, 1886-1973) titulada “Pintando el Brasil moderno”. A través de ella nos acercamos a una de las figuras más destacadas del modernismo brasileño. De origen acomodado, Tarsila trabajó influenciada por las vanguardias europeas sin renunciar a la riqueza cultural de su procedencia. Fue clave en el nacimiento del llamado movimiento antropofágico, una corriente que surge desde un cuadro pintado en 1928 y titulado “Abaporu”. La obra fue el elemento disparador para la creación de un manifiesto que propone “devorar” la cultura europea y colonial para, de esta manera, reconvertirla junto a la potencia de lo autóctono en un movimiento que reivindica una identidad completamente brasileña.
El proyecto expositivo nos ayuda a reconstruir el periplo vital de la autora, así como las diferentes fases de su proceso creativo. La sala 202 nos recibe con una introducción respecto a su relación con Europa a través de “París/São Paulo: pasaportes para la modernidad”. En “La invención del paisaje brasileño”, la autora encuentra una mirada sobre sus propios orígenes que nos lleva a “Primitivismo e Identidad(es)”, donde, desde su perspectiva privilegiada, no consigue salir de cierta exotización idealizada. Es quizás desde “El Brasil caníbal” y “Trabajadores y trabajadoras” que llegamos a una Tarsila más aterrizada en el contexto social para, finalmente, encontrar en “Nuevos paisajes” rasgos de su evolución pictórica. La figura de Tarsila do Amaral y su legado estarán disponibles hasta el primer día de junio.
No mirar arriba

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