Rory Cellan-Jones
UN CHIP BAJO LA PIEL

Un chip bajo la piel

La línea que separa a los humanos de las máquinas se está haciendo cada vez más borrosa. Nos hemos acostumbrado a las prótesis biónicas, a la utilización de la tecnología láser; hemos sabido de las lentes de contacto que pueden monitorear los niveles de glucosa, y los «wearables», o tecnología para vestir, han dejado ya el estadio de la ciencia ficción para ir introduciéndose en nuestras vidas. Ahora llega la hora de los chips insertados en la propia piel. En Suecia ya se han comenzado a implantar a los trabajadores de un edificio. ¿Cuál será el siguiente paso?

Felicio De Costa, cuya empresa está ubicada en Epicenter, un nuevo edificio de alta tecnología en Suecia, llega a la puerta de entrada y apoya su mano contra ella para poder pasar. Dentro, vuelve a hacer lo mismo para entrar en la oficina que alquila. También utiliza la fotocopiadora con un movimiento de su mano. Tiene insertado en la piel un diminuto chip de identificación por radiofrecuencia. Se trata de un objeto del tamaño de un grano de arroz.

Dentro de poco, las 700 personas que se espera ocupen el inmueble podrán disponer de su propio microchip. Además de acceder a las puertas y las fotocopiadoras, se prevé que a largo plazo se puedan pagar con el chip otros servicios, como un café en un bar. Un movimiento de la mano será suficiente. El día de la apertura oficial del edificio, el jefe ejecutivo del promotor inmobiliario quiso predicar con el ejemplo. «Decidí que si tenía que entender esta tecnología, debía aceptar y dejarme implantar un chip también».

Todo el proceso está organizado por un grupo de hackers suecos. «Fue uno de sus miembros, un tatuador con aspecto imponente, el que me puso el chip», señala Felicio De Costa, quien puntualiza que antes de probarlo, «intenté averiguar más sobre qué ideas hay detrás de su desarrollo».

El hacker Hannes Sjoblad, miembro del grupo promotor de esta iniciativa y organizador de la “fiesta de implantes” que se llevó a cabo en Suecia a finales del pasado mes de noviembre, tiene una tarjeta de visita electrónica dentro de su propio chip, al que se puede acceder con un teléfono inteligente. «Le pregunté –comenta De Costa– si pensaba que la gente quiere realmente llegar a este punto de intimidad con la tecnología. ‘Ya interactuamos con la tecnología todo el tiempo’, me dijo».

Y mientras a algunos de los empleados del edificio les atraía el experimento a otros no les hacía ninguna gracia o planteaban grandes dudas. «De ninguna manera», dijo un chico joven cuando se le preguntó si estaría dispuesto a dejarse insertar un chip. Una mujer un poco mayor fue más optimista sobre el potencial de la tecnología, pero no le vio mucho sentido a dejar que le pongan un chip simplemente para abrir una puerta.

Pero Hannes Sjoblad dice que él y el grupo de biohackeo tienen otro objetivo: prepararse para el día en el que otros quieran ponerles un chip. «Queremos ser capaces de entender esta tecnología antes de que las grandes empresas y los grandes gobiernos vengan y nos digan que todo el mundo debería llevar un chip: el chip de los impuestos, el de Google o el de Facebook».

Otros chips más sofisticados reemplazarán pronto la tecnología para vestir, como pulseras para hacer ejercicio o instrumentos de pago, y nos acostumbraremos a vernos aumentados. Todo es posible. Que se convierta o no en algo aceptable culturalmente insertar tecnología bajo la piel es otra cuestión.

 

El ambicioso plan de los cyborgs en Suecia. Había oscurecido en Estocolmo cuando un grupo de ocho personas entró en Swahili Bobs, un salón de tatuajes en uno de los callejones del barrio de Sodermalm. Durante el día sus integrantes eran emprendedores tecnológicos, estudiantes, diseñadores de sitios web y consultores de informática, pero esa noche se transformaron en cyborgs. En el evento, ocho voluntarios accedieron a ponerse bajo la piel de la mano un implante con un pequeño chip RFID (identificación por radiofrecuencia, en sus siglas en inglés).

Hannes Sjoblad, que fue uno de los ocho primeros voluntarios, ya ha conseguido que 50 personas accedan a implantarse un microchip y tiene como objetivo que otras 100 lo hagan durante los próximos meses. Pero a largo plazo, su visión es mucho más ambiciosa. «Después habrá 1.000, después 10.000. Estoy convencido de que esta tecnología está aquí para quedarse y de que no nos parecerá nada raro tener un implante en la mano», dijo. Este cyborg busca voluntarios que se unan a su sueño a través de las redes sociales y de las comunidades de hackers en Suecia, «entre la gente que ya está acostumbrada a jugar con la tecnología».

Ahora mismo, el implante funciona como un simple programa de seguridad, que permite a los usuarios abrir la puerta de su casa sin llave, aunque para ello tengan que cambiar el mecanismo de cierre, algo que en estos momentos no es barato. También pueden desbloquear fácilmente un teléfono Android. Pero los voluntarios creen que hay mucho potencial más allá de esto.

«Creo que acabamos de empezar a descubrir las cosas que podemos hacer con esto», dice Sjoblad. «Hay mucho potencial para registrar la vida diaria. Con la tecnología deportiva para vestir que tenemos ahora tienes que escribir lo que comes o a dónde vas». «En lugar de introducir datos en el teléfono móvil, cuando lo pose y lo toque con mi implante sabrá que me voy a la cama», describe.

«Imagínate que haya sensores alrededor de un gimnasio que reconozca, por ejemplo, quién está usando las pesas, a través del chip de la mano». «Hay una explosión continua con el internet de las cosas; los sensores van a estar a nuestro alrededor y yo puedo registrar con ellos mi actividad», continúa Sjoblad.

Una delgada línea. La línea que separa a los humanos de las máquinas se está haciendo progresivamente más borrosa. Cada vez más gente recibe prótesis biónicas, ya no sorprende que se utilice tecnología láser para corregir problemas de visión; y la tecnología para vestir, o wearables, es cada vez más inteligente. Pero ¿cuál es el siguiente paso?

«Este tipo de cosas ya están aquí», dice David Wood, director de London Futurists, un grupo que analiza posibles escenarios futuros. «La cuestión clave es si pueden funcionar mejor cuando están sobre nuestra piel o dentro, y una de las grandes ventajas es que no los podemos olvidar como un teléfono o una pulsera».

Wood no cree que la tecnología implantable esté ya lista para el consumidor convencional, pero considera que definitivamente ya estamos en un nivel «de madurez apropiado» para tener un debate al respecto. «Algunos se horrorizan por esto. Sienten una profunda incomodidad sobre el lugar hacia el que nos conduce la tecnología». «Hace años había miedo sobre las vacunas y ahora nos parece perfectamente normal que nos inyecten células. Eso es un ejemplo temprano de un hackeo biológico», compara.

Sjoblad también espera que su “fiesta de implantes” sirva para generar debate sobre un posible futuro con cyborgs. «La idea es convertirnos en una comunidad, por eso nos ponemos los implantes juntos», explica. Para quienes deciden que la vida como cyborg no es para ellos, pueden quitarse el chip; su implantación no es irreversible. Pero Sjoblad no tiene intención de desprenderse del suyo. «Llevamos 20 años poniendo chips en animales» recuerda. «Ahora es el turno de los humanos».