Marian Azkarate
FRAGATA HERMIONE

La Fayette zarpa de vuelta a América

«Navega como un pájaro» dicen que exclamó entusiasmado Marie-Joseph Paul Roch Gilbert du Motier (1757-1834), el famoso marqués de La Fayette, al desembarcar de la fragata Hermione. Más de dos siglos después, la Hermione reconstruida surcará de nuevo el Atlántico emulando el viaje que en 1780 hizo aquel revolucionario aristócrata para llevar armas y tropas a la joven nación americana en su guerra de independencia contra su colonizador inglés. La salida del «clon» de la Hermione está fijada para el 18 de este mes.

Lo que en su día, allá por 1780, se construyó en once meses, dos siglos después ha necesitado nada menos que 17 años. Bien es cierto que en aquella época Rochefort, una ciudad costera situada en el sureste francés y concretamente en la región de Poitou-Charentes, era un puerto puntero en la construcción naval. Por contra, en la actualidad la reconstrucción de la fragata Hermione ha sido una labor efectuada casi a modo de puzzle, que ha servido no solo para resucitar antiguas técnicas, casi a modo de arqueología naval, sino también para hacer rebrotar en tierras francesas el interés popular por su patrimonio marítimo. Y mientras la revivida Hermione se construía en el antiguo astillero de Rochefort, lo recaudado con los cuatro millones de visitas que ha recibido durante este tiempo, y que han visto de primera mano cómo iba creciendo, han servido también para financiar el proyecto.

«Escribir un libro es soñar en papel; en el caso de la Hermione, es soñar en madera». La frase es del escritor y académico Erik Orsenna, autor de títulos como “La exposición colonial” (premio Goncourt en 1988) y presidente de la Cordelería Real. Todo empezó en 1991, cuando el entonces presidente Mitterrand ofreció al escritor y economista la dirección de la antigua Cordelería Real de Rocheford, donde se instalaría el Centro Internacional de la Mar. El espectacular edificio es uno de los pocos testimonios que quedan en pie de la arquitectura industrial francesa del siglo XVII y allí es donde se ensamblaban las filásticas o cordelerías utilizadas en los grandes buques de guerra. Orsenna se encontró con que contaba con un astillero, pero no con un barco… y, junto con un pequeño grupo de «animados», consiguió embarcar a las administraciones locales en la reconstrucción de la Hermione, un proceso que arrancó en 1997. «Uno de los objetivos de esta reconstrucción es llamar la atención de los franceses en el hecho de que somos el segundo país marítimo del mundo y que la mar es algo más que una superficie por la que navegaban nuestros antepasados», explica Orsenna. Además, había muchas razones para elegir a esta fragata, sobre todo por su valor simbólico.

El joven marqués y su barco de libertad. Antes que nada, vamos a hacernos una idea de cómo era el Rocheford de la época. La villa nació en el XVII por deseo de Luis XVI, con el objetivo de instalar en las riberas del río Charente un centro naval en el que poder construir, armar, aprovisionar y reparar una flota de guerra. También tenía que ser capaz de resistir los asaltos enemigos. En suma, que Rocheford debía ser el símbolo palpable del poder del Rey Sol. El primer edificio en construirse fue la Cordelería Real y en un arsenal adyacente, con el beneplácito del monarca, fue donde se construyó la fragata y el jovencísimo marqués de La Fayette armó y fletó la Hermione.

La Hermione era uno de los buques de guerra más rápidos de su especie y fiel muestra de la supremacía naval francesa de la época. Era una fragata ligera, de tamaño relativamente pequeño y muy maniobrable, pero sus 26 cañones le daban una formidable potencia de fuego. Unos cañones que lanzaban, por cierto, bolas de doce libras, por lo que de ahí les venía el nombre de «fragatas de 12». Era un navío de más de 65 metros de largo, dotado de un velamen de 1.500 metros cuadrados repartido en tres palos, construido sobre los planos del ingeniero Chevillard Aîné, y que formaba un conjunto letal junto con las fragatas Courageuse, la Concorde y la Fée.

«Desde la primera vez que oí pronunciar el nombre de América, la amé: desde el momento en el que supe que luchaba por la libertad, herví en deseos de verter mi sangre por ella; los días en los que pude servirla los recordaré, en todos los tiempos y todos los lugares, como los más hermosos de mi vida», escribió el marqués de La Fayette en verano de 1776. La ruptura era total entre Inglaterra y los insurgentes de sus colonias de América del Norte. En enero de 1779, a sus escasos 21 años y de regreso a Francia tras servir como voluntario en la causa americana, el marqués de La Fayette convenció al Rey Sol y a su Estado Mayor para que enviasen ayuda militar y financiera a las tropas del general Washington. Debía de ser un joven muy vehemente, como demostró su vida aventurera y agitada, porque el 21 de marzo de 1780 partió con una Hermione muy bien surtida en dirección a Boston, donde recaló tras 38 días de travesía. Allí anunció al general Washington la inminente llegada de más refuerzos franceses. 18 meses más tarde, los insurgentes, a los que se había unido La Fayette, obtuvieron victorias tan decisivas como la batalla marítima de Chesapeake, en la que participó la Hermione, y la batalla de Yorktown. Para ello contaron con la ayuda de las tropas francesas conducidas por Rochambeau y Grasse.

Un viaje antes de salir a la mar. Precisamente la base utilizada para la reconstrucción de la Hermione ha sido una de sus «naves hermanas», la Concorde, de la que, gracias a que fue capturada por el Almirantazgo Británico, se han conservado sus planos detallados. Esos mismos fueron utilizados para hacer una «ingeniería a la inversa». Basándose en los planos preparados por el CRAIN (Centre de Recherche pour l’Architecture et l’Industrie Nautiques) de Nantes, alrededor de unas cuarenta personas han participado en esta aventura formando diferentes equipos, oficios y actividades. Al igual que en el siglo XVIII, el casco del navío está enteramente realizado en roble, procedente principalmente del oeste francés. La mayoría de las piezas curvas se moldearon en la masa de la madera y solo algunas piezas menos gruesas pasaron por la estufa de vapor para ser luego combadas. Las piezas se terminan con clavijas y clavos de bronce.

Entre los artesanos involucrados, por ejemplo, se encuentran los de la empresa sueca JB Riggers, autora también de la reconstrucción del Gotheborg, un navío del XVII. Isabel Georget, responsable de comunicación de la asociación Hermione-La Fayette, encargada de la dirección del proyecto, explica por qué se ha tardado más de una década en tener preparada la fragata. «Ha resultado todo un reto encontrar a los artesanos, porque tenían que trabajar de forma tradicional. Por ejemplo, las velas han sido unidas a mano por una maestra velera. En concreto, ha hecho velas tradicionales con los bordes encadenados, con dobladillos. En el caso del herrero, lo mismo: se le proporcionaron los planos de la época y lo han hecho todo al detalle».

Más datos: por el barco han pasado 3,7 millones de visitantes y hay 7.500 personas que apoyan con fondos este proyecto. En total, el presupuesto para la financiación de su construcción y el viaje ha sido de 25 millones de euros, de los que el 60 por ciento se ha financiado con las visitas y el resto con aportaciones institucionales y particulares. Además, uno de los objetivos de esta iniciativa consistía precisamente no únicamente en construir y cruzar luego el océano con un navío diseñado en el siglo XVIII, sino en compartir todo el proceso con el público y, a la vez, impulsar la economía y el turismo de la zona. La construcción del casco, por ejemplo, se realizó en un dique seco clasificado como monumento histórico, una especie de «cuna» de piedra que permitió la instalación de un conjunto de pasarelas y pasillos por los que se podía ver de primera mano cómo avanzaba la obra.

Por dentro, la fragata está adaptada para que la travesía atlántica sea algo más cómoda que en la época –léase, literas, duchas, una cocina…–, pero, por lo demás, se ha intentado ser fiel en lo posible a los elementos marítimos originales del siglo XVIII, aunque adaptándolos a las normativas de la navegación actual, con el fin de garantizar la seguridad de la tripulación. Sus 70 tripulantes, entre los que se mezclan marinos profesionales y un gran número de jóvenes voluntarios, tuvieron su primer baño de mar en octubre del pasado año, en un viaje de prueba que efectuaron durante dos semanas y con el que recalaron en Burdeos. Su comandante es Yann Cariou, un bretón aficionado a los barcos antiguos y que ha desarrollado su carrera en los navíos escuela de la Marina Nacional.

La Fayette es un nombre mítico en Estados Unidos, donde lo consideran un héroe nacional. Un par de ejemplos: hay cuarenta ciudades, siete condados y una montaña con su nombre en EEUU, además de infinidad de escuelas, calles y una estatua erigida en su honor en 1891 en Washington, muy cerca de la Casa Blanca, concretamente en el parque Lafayette. Por tanto, la llegada de la fragata a la costa americana no pasará desapercibida; de hecho, hay organizados numerosos recibimientos. No realizarán el mismo viaje que la Hermione original –en 1780 fue directa hasta Boston–, pero casi. A principios de este mes han hecho una escala en La Rochelle, para aprovisionarse de todo lo necesario, incluidas sus buenas barricas de coñac, antes del inicio de su gran viaje, que ha sido fijado definitivamente para el día 18. Entonces bajarán hasta las islas Canarias para atravesar el Atlántico y recalar en junio en Yorktown –la ciudad de Virginia donde la Hermione participó en aquella decisiva batalla–, Washington, Annapolis, Baltimore, Filadelfia, Nueva York, Greenport, Boston, Halifax y de ahí, tras pasar por los tradicionales caladeros de los balleneros vascos en las canadienses islas de Saint Pierre y Miquelon, iniciarán la vuelta por Brest en agosto, antes de regresar a Rochefort. Luego, la fragata se quedará en casa.

La página oficial es wwww.hermione.com y tiene un blog desde el que se podrá seguir el viaje