Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Rithy Panh conmueve con «Exil»

Ayer, sin lugar a dudas, fue el día de Steven Spielberg en Cannes, no hay más que sondear a la crítica, que acabó rendida a los pies de “The BFG”. Partiendo del relato del escritor Roald Dahl, “El gran gigante bonachón”, su último largometraje es, según el propio director, una historia sobre el poder de la imaginación. Lejos de las películas de animación menos sugerentes del imperio Disney, Spielberg ha construido un re lato tierno que, probable mente, no acierte con un público poco dado a la ternura. Precisamente y hablando de incuestionables trabajos de animación, veíamos restaurada la copia de “Momotaro sacred soldiers” de Mitsuyo Seo, una joya de la propaganda nipona realizada durante la segunda guerra mundial y que ha sido una de las películas más influyentes para varias generaciones de animadores japoneses.

Con menos aglomeraciones en los cines y en el mercado que en otros años, Cannes avanza con una programación para todo tipo de públicos y en la que caben obras maestras como “Exil” de Rithy Panh. El exilio es un duro trabajo, bien lo sabe el director de la “La imagen perdida”. La delicada y cuasi perfecta pieza del camboyano ha sido construida a través del tratamiento de imágenes de archivo de la época de los Jemeres Rojos combinadas con imágenes evocadoras que recrean parte de su dolorosa historia personal. La suya es una historia de pérdidas e insostenibles condiciones de vida, una historia en la que sobrevivir fue el plato de cada día. Constante en la reconstrucción de la memoria histórica de su país, en la denuncia de los horrores vividos, damos gracias a que aún existen cineastas como Rithy Panh dispuestos a continuar trabajando en la búsqueda de nuevas formas de contar.

Más austero en su propuesta formal pero no por ello menos eficaz, es el último relato audiovisual de Ken Loach, “I, Daniel Blake”. El largometraje del británico presentado en la competición oficial a concurso cuenta la historia de un carpintero que trata de sobrevivir a un entramado burocrático kafkiano que cuestiona su necesidad de descansar tras sufrir un ataque al corazón. Con un excelente guion de Paul Laverty, Ken Loach consigue que nos olvidemos del medio cinematográfico para centrarnos en una historia que, además de estar excelentemente contada, funciona y emociona a pesar de empobrecerse con un final claramente innecesario. Seguiremos informando.