Mikel ZUBIMENDI

Clinton palpa la urgencia y se afana en evitar el volteo en los estados más reñidos

La posibilidad de que una «mayoría silenciosa pro-Trump» pueda emerger y enmendar todas las encuestas ha ganado fuerza. Clinton, en horas bajas, echa mano de los Obama y de Bernie Sanders para dar otro brillo a su campaña que, tras retirarse de estados tradicionalmente republicanos, ahora se centra en no perder en los que iba por delante.

Una amplísima mayoría de sondeos, apuestas, comentaristas políticos y politólogos daban hasta hace días una notable ventaja a Hillary Clinton. En los «swing state» o estados bisagra, la suerte parecía sonreírle y todo indicaba que no tendría problema en llegar a los 270 compromisarios que la convertirían en la presidenta número 45 de EEUU. Y a su compañero de plancha electoral, Tim Kaine, en el vicepresidente número 48.

Pero la conocida como la tradicional «sorpresa de octubre», una especie de «factor x» con potencial para variar los resultados, ha hecho retorcerse de miedo a unas élites demócratas que no paran de preguntarse, con aires fatalistas, si finalmente no aparecerá una mayoría silenciosa pro-Trump y volteará las expectativas en este final frenético de campaña. La conjunción de las palabras «FBI», «email» y «Clinton» hace furor en las portadas, en los telediarios y en internet, y lo que hasta hace poco parecía imposible, está tornándose en algo, si no inevitable, perfectamente plausible.

El propio Trump, muy hábil a la hora de captar el sentido del momento, y sabedor de que los demócratas no están preparados para ese desenlace, azuza el fuego y atiza con un mensaje claro ante las multitudes que lo aclaman: «nuestro magnífico e histórico movimiento ha sorprendido al mundo y ha desafiado todas las expectativas. Ahora, el próximo martes, les tenemos preparada una gloriosa sorpresa a todos los expertos, a los politiqueros y a los grupos de interés cuando ganemos y devolvamos el poder a la gente».

El dato de que en el voto adelantado –más de 30 millones de estadounidenses han votado ya– la participación de los grupos en teoría más proclives a Clinton no haya sido la esperada, y que ello pueda esconder un cambio bajo la superficie que favorezca a un Trump que en estados claves donde iba por detrás ya está situado en el margen de error de las encuestas, ha dado fuerza a una certitud que gana enteros. A saber, que esto no va a acabar, que no se sabrá el resultado, hasta que se cierren todos los colegios electorales y se cuenten hasta el último de los votos.

Si hubo alguna ilusión entre los estrategas de campaña de Clinton de que estos últimos días estaría en disposición de lanzar un discurso más inclusivo, más abierto y dialogante, definitivamente se ha esfumado. Clinton solo habla de Trump. Y lo hace tras haberse retirado de estados tradicionalmente republicanos en los que hasta hace días veía posibilidades de voltear resultados.

Sombra de «impeachment»

Ahora se concentra en los estados más reñidos (fundamentalmente en Carolina de Norte y Florida) y, estando en horas muy bajas, ha echado mano del matrimonio Obama y de su exrival Bernie Sanders para que estos den más brillo y otro tono a su mermada campaña.

Mientras tanto, Trump declara que la «corrupta Hillary» no tiene derecho de aspirar a ser presidenta, avisa del futuro «impeachment» de su contrincante, de una presidencia que con ella estaría dando saltos de un escándalo a otro mayor.

Estos últimos días ha inyectado millones de dólares en anuncios y ha hecho entrar en campaña a su mujer Melania, exmodelo de origen esloveno que se reclama como «una inmigrante», dándole así un toque más humano a su campaña.

Ninguno de los dos cosecha amplias simpatías y ambos son muy odiados. Pero a la vista de su complejo sistema institucional, gane uno u otro, no tiene por qué haber cambios drásticos en la dirección de EEUU.