Arantxa MANTEROLA

SALIDA INCIERTA PERO POSIBLE AL CONFLICTO DE INGEMAR

Aunque faltan muchas cosas por concretar, se vislumbra un desenlace a la enquistada situación de la factoría de mármoles de Usurbil. Los empleados están dispuestos a facilitar una salida si se les dan garantías para superar su desconfianza hacia la dirección.

Con el de hoy son ya 162 los días que llevan ante el portalón principal, en pequeños retenes, guarecidos en una improvisada garita, donde se dan ánimos mutuamente y, de vez en cuando, paran excompañeros o vecinos del pueblo para apoyarles o llevarles un bizcocho. El cansancio es evidente y las ganas de acabar con esa situación también pero, obviamente, «después de tantos meses de lucha», no lo harán «de cualquier manera», recalcan. Unos meses en los que, según explican los delegados de LAB José Lorenzo y Bittor Guerra y los de ELA Xabier Udabe y Javi Delgado, la falta de información clara sobre las intenciones del grupo en general y, en particular, en lo referente a la fábrica-madre ha sido una constante.

«La actual situación viene de lejos. Hace un año empezamos a oír rumores de que la dirección estaba negociando con un inversor valenciano cuya entrada en el grupo Ingemar era inminente y que planteaba el cierre de Usurbil. La empresa nos lo negaba pero nosotros empezamos a movilizarnos», recuerdan. No en vano, desde 2009 llevan sobre sus espaldas la experiencia de repetidas reestructuraciones, despidos comunicados muchas veces por sorpresa y sin ninguna deferencia (por fax o teléfono cuando estaban de vacaciones) y sucesivos ERE y deslocalizaciones de producción que han diezmado la plantilla, pasando de 175 trabajadores a los 74 actuales (unos 40 más si se añaden los comerciales y administrativos de la Corporación Ingemar de Donostia, a quienes también podría afectar el cierre).

Entre otras iniciativas, recurrieron al Ayuntamiento -«que siempre ha seguido muy de cerca nuestra situación»-, a la Diputación de Gipuzkoa y al Gobierno de Lakua, «a los que explicamos la jugada que se estaba preparando». La Diputación intermedió y se puso en contacto con la dirección planteándoles que participarían en una salida con la condición de que fuera global, es decir, para todo el grupo, tras lo cual hubo avances con un inversor vasco.

«En primavera parecía que todo estaba atado pero el mismo día de la firma, ante el propio notario, el citado inversor se echó atrás sin ninguna explicación. Así que nos quedamos sin inversor valenciano y sin inversor local. En esta situación de impasse, en mayo la dirección nos amenaza con un preconcurso de acreedores, promete un plan de viabilidad y avanza un ERE de 6 meses para la totalidad de la plantilla de Usurbil. Ahí es cuando impugnamos el ERE y nos pusimos en huelga», relatan los representantes sindicales, escaldados con los incumplimientos permanentes, a los que se añade la constatación de que se sigue desviando la carga de trabajo a la factoría de Galiza, donde han aumentado la plantilla de fijos.

Encaje de bolillos

En estos meses parecía que, a pesar de la presión de los trabajadores y de los intentos institucionales, nada se movía. «Pero el inversor valenciano ha reaparecido en escena planteando esta vez mantener abierto Usurbil pero con adecuaciones en la producción y, por supuesto, con recortes de plantilla, que quedaría en unos 35 trabajadores». Con dos posibles salidas «bastante parecidas» sobre la mesa, el 22 de octubre, la asamblea de accionistas del grupo aprueba la propuesta de la actual dirección, comprometiéndose a una ampliación de capital sin determinar -«dicen que entre un millón y tres millones de euros»-, una previsión de inversiones para 2018 y un reajuste progresivo de plantilla en base a prejubilaciones –«pero no a los 55 años como pretendían»–, con lo que esta quedaría en unos 50 trabajadores.

Paralelamente se están dando otros movimientos por parte de la dirección. «Diputación y el Gobierno Vasco estarían dispuestos a poner de su parte para la solución, pero exigen más concreción sobre la ampliación de capital y el preconcurso de acreedores y que nosotros, los trabajadores, demos el visto bueno al plan. En definitiva, garantías, lo mismo que nosotros», explican.

El acuerdo puede estar cerca y son conscientes de que en este complejo encaje de bolillos «no podemos quedarnos a la espera de atar todos los cabos, pero hay mucha incertidumbre porque no se conocen todos los términos de las prejubilaciones y reajustes, cómo los financiarán, si habrá más ERE, no nos han presentado ningún plan de viabilidad sólido… Es como una montaña rusa. Sabes que en un momento te tienes que lanzar pero no si remontarás», comentan.

Y, sobre todo, existen profundos recelos hacia una dirección «que lleva años mintiéndonos y ninguneándonos», manifiestan los trabajadores, doloridos «por el trato que nos dan después de los muchos sacrificios que hemos hecho para mantener la fábrica». Como reza uno de los comunicados emitidos durante los meses de huelga, están deseosos de que les lleven piedra para poder trabajar pero no a cualquier precio y, menos aún, al de su dignidad.