Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Cézanne y yo»

Encuentros, reencuentros y desencuentros

Aunque la cineasta Danièle Thompson proviene de la comedia, por ser hija del maestro artesano Gérard Oury, su larga carrera le permite abordar con garantías el drama biográfico. Otro tanto se puede decir del actor Guillaume Gallienne, cuyas dotes caricaturescas explotó en su divertida farsa en primera persona “Les garçons et Guillaume a table!” (2013). Su composición del pintor Paul Cézanne es todo lo contrario, ya que se sumerge en la mente de un artista torturado por una personalidad tan vehemente como autodestructiva. Es el verdadero protagonista de la película, y no sólo por ser quien asoma en el título, sino porque a través de él se refleja la vida bohemia de la segunda mitad del siglo XIX, mientras que Guillaume Canet en su papel del escritor Émile Zola actúa como su única conexión personal con una sociedad burguesa de la que reniega.

En apariencia “Cézanne et moi” es una historia de amistad masculina, con sus encuentros y desencuentros, pero la guionista y realizadora Danièle Thompson da tanta o más importancia a los dos personajes femeninos ocultos tras ambos genios, mujeres olvidadas que la historia ha relegado a un lugar meramente anecdótico o, como mucho, complementario.

Y el retrato de la modelo o de la musa inspiradora no se acaba ahí, porque a los nombres de Hortense y Alexandrine se unen muchas otras figuras anónimas, esas que se bañan desnudas en los cuadros de Cézanne o las que se pegan a la piel literaria del autor de “Nana”.

Son mujeres de época vistas desde la mentalidad de unos hombres ensimismados y misóginos, que observan el cuerpo femenino como parte de la belleza de un paisaje que no cambia, que forma parte de una naturaleza todavía inalterable. La Provenza solamente se transforma en los sueños y abstracciones postreras de Cézanne, como la montaña Sainte-Victoire y su mutación pictórica del final.