Gure Esku Dago presentó ayer una iniciativa que tiene el objetivo de desplazar el eje del debate político de nuestro país hacia el ejercicio directo de la democracia, hacia los referéndums como método para decidir colectivamente cuestiones clave tanto en el ámbito nacional como en el social o el económico. No será fácil, pero de entrada cabe aplaudir la ambición de la iniciativa, que supone un soplo de aire fresco en un tiempo marcado por un pesimismo que presenta el status quo actual como la mejor de las posibilidades. Hay que rebelarse contra este fatalismo.

La plataforma cívica se plantea así dar un salto cualitativo con el objetivo de convertir las complicidades tejidas a lo largo de los últimos años –a través de cadenas y consultas– en compromisos para ejercer y hacer efectivo el derecho a decidir. Planteándose un paso adelante a sí mismo, Gure Esku Dago se lo propone también al país. El emplazamiento es doble: a la ciudadanía y al tejido social, para que se active y empuje en esa dirección; y a las instituciones, para que lo hagan legalmente posible.

La propuesta va más allá de la reivindicación de un referéndum sobre la independencia. El marco que propone es el de decidir colectivamente aquellas cuestiones clave para el futuro del país, por lo que entronca de forma directa con la aspiración a una sociedad activa, consciente y participativa, un anhelo capaz de generar grandes consensos sociales si se aborda por todos de forma honesta. Porque cabe apuntar, en este sentido, que los referéndums, por sí solos, no son el remedio a todos los males de la democracia. Basta echar un vistazo a la situación creada a raíz del Brexit para darse cuenta. Los referéndums, la construcción de un poder colectivo para decidir cuestiones vitales para el futuro del país, no pueden ser sino la culminación de un proceso de concienciación ciudadana, debate público y participación social. Crear ese escenario es responsabilidad de todos, el futuro de la democracia va en ello.