Raimundo Fitero
DE REOJO

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Algo grave debe suceder para que no se hable de los cadáveres de los dos trabajadores sepultados en mierda en Zaldibar. La capa de silencio sobre este escándalo se reviste de coronavirus, ese complejo sistema de crear histeria, noticias falsas, decretos y confusión mientras crecen las estadísticas, el número de afectados, de fallecidos y de desequilibrios generalizados. Ahora mismo la sociedad necesita cuidados y alientos mediáticos provenientes de la virología, pero sobre todo y de manera extendida, universal, gratuita y urgente de la sicología y/o siquiatría.

Aunque todo esté colapsado por el virus, lo cierto es que existe un debate sobre la Salud Mental que empieza a asentarse de manera creciente en la agenda sanitaria, política y social. Se ha avanzado mucho en ciertos aspectos, pero desde la revolucionaria decisión de tirar los muros de los manicomios hasta nuestros días, la evolución de la farmacología, los conocimientos de la neurología están planteando un nuevo campo de batalla para el etiquetado de todo lo referente a la Salud Mental. Estas mayúsculas son para indicar que probablemente estemos ante uno de los grandes desafíos actuales para entender a qué instancias deben acudir las personas crecidas en la era digital, cuando la información es tóxica y las dependencias son múltiples por lo que sus necesidades afectivas, su soledad compartida en las redes sociales, se califica como rasgos de mala Salud Mental. No se puede escribir locura. Hay palabras estigmatizadas y que estigmatizan; los suicidios crecen de manera evidente, los teléfonos de prevención no dan abasto; los profesionales de atención primaria no saben qué metodologías utilizar y el manto de la maligna influencia de las religiones tapan decisiones de jóvenes, adultos o ancianos que nunca llegan a ser etiquetados de suicidas. Otro virus.