Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

Entre objetivo y subjetivo

A veces es difícil salir del bucle y, cuando se anuncian rebajas en los escaparates, la actividad teatral se exterioriza buscando otras maneras de encontrar a la parte contratante, es decir, a los públicos, de la manera más directa, accesible y amable, se vuelve impertinente hacerse la pregunta básica, ¿para quién se hace teatro? Sí, ¿a qué tipo de persona se dirige nuestra obra, coreografía o performance?

Es una pregunta capciosa y, para muchos de los agentes actuales de la gestión y la producción artística y teatral, es ociosa. Es más, algunos podrían considerarla odiosa. Obvio, si es una actuación gratuita y callejera para públicos familiares en una localidad en fiestas, la cuestión se contesta por sí misma, pero cuando solicitamos la concurrencia pública por los medios habituales de comunicar las actividades, la obra que se ofrezca deberá tener, quieran o no quieran sus responsables, unos públicos imaginarios, ideales.

Admito que exista un porcentaje ínfimo de aficionados, espectadores teatrales que quieren ver teatro, el que sea. Pero el resto va por incentivos externos que, en muchas ocasiones se refrenda en lo ofrecido en los escenarios. Para reducir mi duda a la anécdota, ¿una obra de contenido LGTBI, es para públicos LGTBI, o lo bueno es que fuera para todos? Casi todo es subjetivo, menos los públicos que son ciudadanas con criterios, tiempo y posibilidades de adquirir una entrada.