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Barcelona

El modelo educativo, piedra angular de la sociedad catalana

El modelo de inmersión lingüística de la escuela catalana, impulsado por padres, madres y profesorado a principios de los años 80, es uno de los principales ejes sobre el que se sustenta la cohesión social de Catalunya, ya que garantiza que todos los alumnos, sea cual sea su origen, acaban la educación secundaria conociendo tanto el catalán como el castellano.

Protesta ciudadana a favor de la inmersión lingüística el pasado diciembre en Barcelona. (Albert GARCIA)
Protesta ciudadana a favor de la inmersión lingüística el pasado diciembre en Barcelona. (Albert GARCIA)

El cadáver de Franco todavía estaba caliente cuando, durante la denominada transición, padres, madres y profesorado comenzaron a cuestionarse el modelo educativo heredado de la dictadura y empezaron a poner los cimientos de un sistema educativo catalán genuino y con pocos equivalentes a nivel internacional, que acabaría llamándose inmersión lingüística. Cabe destacar, además, que la iniciativa no partió de ningún bastión del catalanismo, sino más bien al contrario.

Fue en el curso 1983-84 cuando la escuela pública Roselló-Pòrcel, situada en Santa Coloma de Gramenet –dentro del área metropolitana de Barcelona y con mucha población inmigrante– hizo efectiva por primera vez, a iniciativa de padres y profesores, la inmersión lingüística. Más tarde llegarían las leyes de la Generalitat encabezada por Jordi Pujol, que extendieron el esfuerzo ciudadano de Santa Coloma y de su Ayuntamiento –gobernado entonces por el PSUC– al resto del Principat.

Se trataba de sentar las bases para la recuperación y normalización de la lengua catalana, pero iba mucho más allá. Se trataba también de un modelo pensado para asegurar la cohesión social, de manera que la escuela garantizase un punto de partida similar para todos los ciudadanos, sin diferencia alguna por su origen y su lengua materna. Algo que ha servido tanto para los inmigrantes llegados a Catalunya desde el Estado español como para la inmigración más reciente proveniente de otros puntos del planeta.

Así se construyó un modelo educativo que, en la medida de sus posibilidades, ofrece cierta igualdad de oportunidades a todos sus alumnos. Una igualdad que, como destacaban recientemente desde las ‘Assemblees grogues’ –Asambleas amarillas, contra los recortes en educación–, se ve amenazada por la constante reducción de gasto en educación y no por un sistema lingüístico cuyo único pecado es permitir que todos los alumnos catalanes acaben la educación obligatoria conociendo, como mínimo, el catalán y el castellano.

Un modelo singular que ha demostrado sobradamente su valía o que, en todo caso, y según los más críticos, se ha mostrado igual que malo que el resto de modelos aplicados en el Estado. Así se desprende también de los numerosos estudios que analizan las competencias de los alumnos catalanes en comparación con la de otros territorios. El más conocido de estos estudios es el Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes –conocido como PISA, por sus siglas en inglés–, elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Por ejemplo, en comprensión lectora, la media de los alumnos catalanes se situó en 2009 en 498 puntos, mientras que la media de la OCDE fue de 493 y la del Estado español de 481. El informe del mismo año también dejó claro que el catalán no es impedimento para aprender matemáticas: 496 puntos para Catalunya, 488 para la media de la OCDE y 485 para el Estado español.

Si el reparo es la competencia de los alumnos catalanes en lengua castellana, tampoco parece haber motivo para la preocupación. En 2006, otro estudio de la OCDE estableció que, en cuarto curso de la ESO, la comprensión oral y escrita en lengua castellana de los alumnos catalanes llegaba a 72 puntos sobre 100, mientras que en el caso de los alumnos españoles se quedaba en 69. En expresión escrita, alumnos catalanes y españoles empataban a 58 puntos, mientras que en el apartado ‘lengua como objeto de conocimiento’, los alumnos catalanes se quedaban en 56, y los españoles en 59. Si los alumnos del conjunto del Estado español son inteligentes o no depende de la óptica con que se mire, pero que apenas hay diferencias entre el modelo de inmersión lingüística y el modelo del resto de las comunidades resulta poco dudoso.