@albertopradilla
MADRID

Seguir como siempre: receta de Rajoy ante un ciclo vertiginoso

La Junta Directiva Nacional del PP no dejó sorpresas y Mariano Rajoy siguió fiel a su estrategia de no moverse un ápice de su estrategia en un contexto que cambia de forma vertiginosa. La irrupción de Ciudadanos puede ser una amenaza a Génova, pero sirve a la vez de tercera pata de un sistema que ha demostrado capacidad para mantenerse en pie.

Mariano Rajoy. (Jorge GUERRERO/AFP)
Mariano Rajoy. (Jorge GUERRERO/AFP)

Si algo ha demostrado Mariano Rajoy durante toda la legislatura es que es un tipo previsible. Esto no implica que no se mueva, como se le ha intentado caricaturizar, sino que, con la agenda bien marcada, es capaz de ponerse el caparazón y obviar todo aquello que no le interese hasta que las circunstancias adversas se desvanezcan por agotamiento. Mayoría absoluta en la mano, ha perpetrado el mayor recorte de derechos sociales e impuesto su agenda securócrata (sus dos grandes líneas maestras) sin hacer un solo aspaviento ante los escándalos, las protestas sociales y la deslegitimación del bipartidismo que ha provocado el auge de Ciudadanos, la primera amenaza real para el PP desde la desintegración de UCD. En un ciclo político vertiginoso, donde la encuesta de ayer no sirve para esta mañana y en el que los dos grandes partidos se debilitan (pese a que la irrupción de Albert Rivera constituye un bálsamo para el régimen) el presidente español fía su futuro a su estrategia de siempre: paso lento, no mirar atrás y confiar que los anhelos de la ciudadanía terminen por adaptarse a su construcción de la realidad.

Que nadie levantase la voz en la Junta Directiva Nacional celebrada ayer en Génova no debería sorprender, a pesar de las desconfianzas entre el sector que dirige el Gobierno, capitaneado por la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y el que lidera el partido, con Dolores de Cospedal al frente. El PP es un partido de tensiones latentes pero que exhibe sonrisa en boca de cara a la galería. Además, el poder institucional siempre es un pegamento mucho más consistente que las ganas de gresca antes de que se constituyan las listas. Solo en momentos extremos, como aquel congreso de Valencia de 2008, se ha podido escuchar nítidamente el ruido de sables a nivel estatal, con derrota abrumadora para los conspiradores.

Con el argumento que las andaluzas no son extrapolables, que lo mismo sirve para Génova que para Podemos, Rajoy y los suyos, que habían apostado por el derrotadísimo Juanma Moreno Bonilla, solventan el debate y centran el discurso en glosar una recuperación fraudulenta e inflada, que obvia las profundas desigualdades que se deja por el camino pero que, a fuerza de repetirse, terminará convertida en dogma de fe. No olvidemos que la inmensa mayoría de medios españoles tiene más miedo a un cambio radical que a mantener el estatus quo, lo que ayuda bastante a elegir enemigos.

No nos engañemos. El discurso de Rajoy centrado en la economía y en cerrar filas ante la amenaza de Ciudadanos no oculta que la situación para el régimen es más favorable que hace unos meses. El presidente español defiende las siglas, consciente de que Andalucía ha evidenciado que existe un desgaste. «Votarnos a nosotros no es hacer experimentos ni jugar a la ruleta. Nosotros no somos un foro de debate o una pandilla de amigos, ni nos nutrimos de los que cambian de sigla cada momento, ni debemos andar buscando candidatos por cafeterías», afirmó ayer, quizás refiriéndose más a Ciudadanos, que es el que le da un bocado a sus bases, que a Podemos.

Esta preocupación, sin embargo, es engañosa. Existe intranquilidad entre ciertos sectores del PP ante el auge de Rivera, convertido en «gran esperanza blanca» a través de una operación de marketing que ha logrado presentarlo como un recién llegado limpio de polvo y paja y hacer olvidar que militó en el partido de Rajoy y que lleva una década en el Parlament. Sin embargo, si no se observa la ecuación en términos partidistas y a corto sino como régimen, en Génova pueden sentirse satisfechos. Es cierto que Ciudadanos puede repetir con el PP el mismo fenómeno que ya se ha registrado entre PSOE y Podemos, recortándole distancias y condenando a Génova a un pacto eterno. No obstante, esta situación no es tan grave como la perspectiva de una «gran coalición» defendiendo el sistema de 1978 ante al auge de formaciones que, aunque ahora hayan aparcado ese discurso, hasta hace no tanto reivindicaban un proceso constituyente en el que se pudiese hablar de todo (Catalunya y Euskal Herria incluidas).

No es lo mismo tener a dos partidos viejos como PP y PSOE a la defensiva frente a Podemos (y en menor medida IU) que un sistema necesitado de alianzas pero que cuenta con tres patas dispuestas a pactar las cuestiones fundamentales. La coexistencia de cuatro partidos ya se dio en el pasado en el tablero español (en 1979, por ejemplo, competían UCD, AP, PSOE y PCE) y lo que de verdad importa al establishment, que es mantener el sistema, está menos amenazado ahora. Al menos en apariencia, porque las percepciones cambian tan rápido como se mueve el share de las tertulias políticas.

Que UPyD e IU sean los dos grandes damnificados de la crisis política en el Estado es sintomático de lo que Isaac Rosa explicaba recientemente en un lúcido artículo en el que establecía la diferencia entre el «cambio» y el «recambio». Advertía del riesgo de que la mayoría de la sociedad española, sin dosis de transformación y pedagogía, sea partidaria de esta segunda opción. La irrupción de Ciudadanos y su previsible papel de pata del sistema es la evidencia de uno de los escenarios plausibles.

Ante esta perspectiva, Rajoy sigue a lo suyo. Protegido por su coraza. Y consciente de que un futuro Congreso fragmentado y sin amplias mayorías le permitiría consolidar todos los retrocesos en términos sociales y de libertades introducidos en cuatro años de rodillo del PP.