Tensiones sectarias en las fronteras europeas
Los altercados entre suníes y chiíes se suceden cada vez con más frecuencia en los puntos de control de la ruta que siguen los refugiados. La Policía eslovena actúa con contundencia contra los implicados.
En Sentilj los incidentes son constantes. En este pequeño pueblo esloveno fronterizo con Austria la Policía está acostumbrada a peleas. «Siempre hay problemas», dice Aleksej, militar veterano de la guerra del 90.
La antigua frontera es utilizada para identificar a los refugiados antes de entrar en Austria. La zona está delimitada con vallas, por donde circulan las personas que bajan de un campamento improvisado a escasos metros. Fuera son los militares quienes se encargan de la seguridad. Dentro, la Policía eslovena pone orden en el caos.
La prensa tiene vetada la entrada. Pese a estar acreditada, se le prohíbe incluso grabar tras la verja. Al menos tres veces al día bajan a los refugiados vigilados y escoltados. Los amontonan detrás de la línea donde los austríacos registran sus pertenencias. No les dan ni agua ni comida. No hay médicos ni trabajadores de Acnur, ni voluntarios locales. Las avalanchas se suceden y la gente se golpea para avanzar.
La entrada a Austria es lenta y la Policía sigue bajando refugiados pese al tapón. «Puede haber más de 1.500 personas», afirma Aleksej. Al preguntarle por el agua y la comida, se encoge de hombros: «Nosotros solo aseguramos el perímetro, las órdenes nos impiden hacer más».
Logramos entrar al recinto donde se agolpan los refugiados. Muchos baños no funcionan y el hedor es insoportable. El rumor del próximo cierre de la frontera austríaca provoca una avalancha. La Policía, en inglés, ordena sentarse a las primeras filas, pero es imposible. Pocos entienden el inglés. «El árabe que utilizan tampoco lo entendemos. Hablan en un dialecto que no es el nuestro», dice Abdallah, que viene de Raqqa con su mujer y cinco hijos. Ali, afgano de etnia hazara y arqueólogo en la Universidad de Kabul, entiende bien el inglés, pero se enfada porque no hay indicaciones que no sean en inglés o en árabe clásico. «Muchos de los problemas vienen de la falta de entendimiento. Entre nosotros y con los policías. Cuando vemos que la gente avanza nos movemos para no perder la oportunidad o llegar tarde y quedarnos sin sitio para dormir. Ha pasado muchas veces. Hay gente con niños recién nacidos que tienen que dormir en la misma cama», dice.
En una avalancha de las muchas que se dan en pocos minutos comienza una pelea. Los sirios acusan a los afganos hazaras de golpear a una mujer para adelantarse en la cola. Los puñetazos se suceden. Amenazan a chiíes iraníes. «Ellos no tienen guerra. Su Ejército nos bombardea en Siria. Su Gobierno lucha junto a Al-Assad. Ellos no son refugiados, nosotros sí», explica Ismail, un sirio de Aleppo. Los árabes obligan a los iraníes a refugiarse detrás de la valla que delimita el recinto y los sirios suníes se colocan los primeros. Un joven hazara se resiste a dejar su sitio, guardado durante horas. Comienza una pelea entre dos árabes y el joven hazara, que se convierte en multitudinaria. Las mujeres corren y arrastran llorando a los niños.
La Policía entra y golpea a varias personas, implicadas o no, y detiene a algunos. Al percatarse de nuestra presencia nos expulsa con amenazas y algún amago de porrazo. «Siempre hay problemas cuando se acerca la noche y el frío» nos explica Aleksej. El jefe del departamento de la Policía de Sentilj afirma que no pueden evitar estos problemas ya que no separan a las personas por su origen o su condición religiosa.
De vuelta a la frontera, ha caído la noche y los refugiados encienden hogueras. Los árabes suníes descansan en primera fila. En un prado cercano, alejados de sus adversarios en la batalla campal están los chiíes. Omar, afgano de 21 años asegura que «siempre hacen lo mismo. Insultan y pegan para ponerse los primeros. No madrugan, pero cuando llegan quieren colarse. No me fío de ellos».

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