El tango, una cultura y «filosofía de vida» más allá del baile
«El tango es una cultura popular que aúna baile, música y poesía»; «es una filosofía de vida» y «una forma de vivir y expresar lo que sentimos», afirman a GARA Diego «El pájaro» Riemer, Natalia Cristóbal, Claudio y Vito, bailarines profesionales de tango.

En una sala del edificio Parque Tecnológico Miramón, en Donostia, las parejas de baile formadas por Diego El Pájaro Riemer y Natalia Cristóbal, por una parte, y Claudio y Vito, por otra, comparten con GARA reflexiones y experiencias sobre su mayor pasión: el tango. Durante cinco días, Donostia se convirtió en una pequeña Buenos Aires con clases y milongas, también en la calle, de la mano de Agata, la Asociación Guipuzcoana de Aficionados al Tango Argentino, organizadora del XVII Festival de Tango.
A la pregunta de cómo entienden el tango, Vito afirma, mientras el resto asiente, que «no se puede explicar con palabras, es como preguntarle a un futbolista qué es el fútbol. Es tu vida. Algo que te quita el aliento. Hay que probarlo para saberlo». Junto a su gran amigo Claudio abrió en 2009 La Covacha, una milonga referente del tango en Madrid, donde impartían clases. Poco a poco fueron llegando las invitaciones a participar en exhibiciones y a enseñar las técnicas del tango en lugares tan dispares como India, Rusia y los países de Europa del Este. Sin darse cuenta se convirtieron en pareja de baile.
«Es algo muy profundo de sentir pero difícil de explicar», añade Marisa Merino, profesora zarauztarra –donde tiene una academia– y miembro de Agata. «A medida que te vas adentrando en el tango, el cuerpo te va transmitiendo diferentes sensaciones y emociones que, a veces, ni siquiera una misma las puede definir», manifiesta.
Para El Pájaro, «es además una cultura que aúna baile, música y poesía. Un extranjero que no entiende el castellano se pierde una parte de esa cultura y vive el tango como una melodía. Pero cuando estás dentro, te das cuentas de que hay una letra, una historia y unas temáticas que se repiten y, al bailar, vives de alguna forma todo eso. No obstante, el tango se baila en todo el mundo y la gente de cualquier cultura se siente atraída, con lo cual hay algo más que la poesía».
«Es un lenguaje que te conecta con la otra persona. En el tango te abrazas con una persona que no conoces de nada y en tres minutos se pueden transmitir muchas cosas. Es muy pasional», insiste Natalia.
«Quien se acerca al tango tiene una visión más profunda e íntima del baile, en comparación por ejemplo con la salsa, que tiene un espíritu más alegre. También tiene cierto punto contradictorio porque puedes estar divirtiéndote pese a estar bailando escuchando una tragedia», comenta El Pájaro.
Sobre el rol de la mujer, que desde fuera puede ser considerado sumiso, Natalia lo vive como «algo muy divertido. Depende del hombre que te toque para bailar, pero no diría que es machista. La mujer siempre tiene que estar activa. No debe ser sumisa. Siempre hay un abrazo nuevo y la mujer debe adaptarse a lo que le marca el hombre, por eso digo que es divertido».
Bailarina de modern jazz, hija de artistas –su madre tiene un estudio de danza–, la música del bandoneonista y compositor argentino Astor Piazzolla (1921-1992) la introdujo en el mundo del tango, que «poco a poco me fue atrapando» hasta el punto de que dejó sus estudios de Administración de Empresas y el resto de modalidades de baile para dedicarse al tango en exclusiva.
El primer contacto de Claudio con esta danza fue a través de un profesor de Secundaria que les animó a asistir a una clase gratuita para jóvenes. «Para ser sinceros, no queríamos saber del tema hasta que dijo las palabras mágicas de que había muchas chicas sin pareja. ¡Claro, entonces teníamos unos 15 años y las hormonas revolucionadas! ¡Al día siguiente nos apuntamos 25 chicos», exclama entre las risas del resto.
«Fui con esa idea, pero he de decir que me gustó tanto que un día, mientras jugaba al fútbol en la calle, le dije a mi madre que quería aprender a bailar tango. Las dos pasiones argentinas», recuerda mientras a lo lejos se escucha “La Cumparsita”, uno de los tangos más famosos a nivel mundial.
Hace 18 años El Pájaro abandonó su prominente carrera como publicista para dedicarse de lleno al tango y dar el salto de Buenos Aires, donde daba clases y trabajaba de DJ, a Europa. Sicilia fue su primer destino.
«Mi abuelo, inmigrante italiano, siempre escuchaba tango en la radio. Me encantaba oírlo. Después, con una novia que tuve nos apuntamos a aprender a bailar como actividad de ocio. Me quedé enganchadísimo; ella, en cambio, menos. Iba todas las tardes a bailar con personas mayores; ahí conocí a quien sería mi maestro y a un montón de bailarines. Recuerdo ver a las tres de la tarde a personas de 70 años con sus vestidos y trajes de tangueros entrando en el mundo mágico de las milongas. Una amiga le llevaba a la otra los zapatos en su cartera porque al marido no le gustaba que fuera a bailar, y luego se los daba. Yo bailaba todas las tardes con señoras de 70 años. Una era invidente y otra enana. Me ha ocurrido también estar bailando en India y sentir, solo con el abrazo del tango, una conexión con alguien que, tal vez, fuera del ámbito del baile no abrazarías, y menos en un lugar que jamás hubieras pensado estar. Siempre me ha atraído el carácter popular del tango: ricos, pobres, gordos, flacos, guapos, feos... unidos por un mismo lenguaje. Es un mundo nuevo».
Vito también vivió una experiencia similar. Con su novia fue a probar una clase y «a mí me gustó mucho más que a ella». A modo de anécdota confiesa, ya casi en un ambiente más de terapia de grupo que de entrevista formal, que le cautivó un vídeo de El Pájaro en Youtube bailando “Milonga Lunfarda”. «¡Sí! ¡Fue en Bruselas, mi primer festival!», le interrumpe El Pájaro. «Pensé ‘yo quiero bailar así’ », le reconoce Vito.
«Eso es el tango, es como una familia. Cuando viajas a algún lugar en el que no conoces a nadie ni hablan tu idioma, entras en una milonga y te sientes como si estuvieras en casa. Es como un refugio», comenta Claudio. Natalia se lamenta de que «en Argentina la gente joven no baile mucho», aunque el nivel de interés ha aumentado.
«Depende también del lugar. En Europa del Este y en Rusia las asociaciones de tango son relativamente recientes, tienen un recorrido de cinco años, por lo que la mayoría de sus socios son jóvenes, al contrario de lo que ocurre en el resto de Europa, donde quienes sostienen la afición al tango tienen más de cincuenta años. Recuerdo a dos jóvenes que solían ir a Bucarest a bailar tango que vinieron a una milonga y se sorprendieron de ver a un público tan mayor. Les dijimos que lo habitual era esto y no lo que ocurre en sus países de origen», subrayan Vito y Claudio.
Otro fenómeno que destacan es que, «sin entrar en cuestiones de género», la mayoría de quienes bailan son mujeres. «La mujer acepta más las ganas y el deseo de bailar; está más predispuesta a ello. Al hombre aún le cuesta pensarse bailando», opina El Pájaro. «Imagínate a un niño diciéndole a su padre que quiere bailar en la España de hace 30 años. Le hubiera preguntado si ‘se estaba amariconando’ o algo por el estilo. Esa hubiera sido la primera respuesta de un padre de esa época. Mira, yo estudiaba Ingeniería Naval. Un día le dije a mi madre que dejaba la carrera por el tango y que mi pareja de baile era un chico, Claudio. Mi mamá me preguntó si tenía algo más que contarle, pensando que era homosexual por tener a otro hombre como pareja», señala Vito.
«En el hombre, el sentido del ridículo y el qué dirán es bastante más pronunciado que en la mujer», añade Merino, afirmación que Vito corrobora con otra anécdota familiar.
«En mi familia todos bailan muy bien, excepto mi padre, que parece Robocop. Recuerdo una fiesta de cumpleaños en la que yo tenía cinco años. Como el resto me puse a bailar hasta que alguien me dijo que lo hacía como mi papá. Aquello me causó un trauma, una vergüenza tal que no quise saber nada del baile hasta la universidad. Cuando salía de fiesta con mis amigos me quedaba anclado en la barra. A veces un comentario te puede llevar a pensar erróneamente que eso no es para ti».
Desde París, Madrid y Lyon, sus lugares de residencia actuales, El Pájaro, Natalia, Claudio y Vito viven el tango en cuerpo y alma, con sensualidad y espiritualidad... emociones que supieron transmitir en las clases que impartieron y en sus breves exhibiciones en el Parque Tecnológico Miramón.
«estoy segura de que Si la gente bailara más, habría muchas menos depresiones»
La Asociación Gipuzkoana de Aficionados al Tango Argentino (Agata) nació en 1996. Actualmente cuenta con cerca de 170 socios. Entre sus principales actividades están la promoción del tango a través de milongas en la calle y la organización anual del festival. Y cada domingo se reúnen para bailar en el viejo mercado del barrio donostiarra del Antiguo.
«Uno de nuestros objetivos es promocionar el tango argentino a todos los niveles –la música, el baile como tal y su historia– y facilitar a los asociados y a quienes les gusta, en general, su práctica», explica a GARA la profesora e integrante de Agata Marisa Merino.
«Si la gente bailara más, habría muchas menos depresiones», remarca. «El tango, en concreto, además de ser divertido, es una potente herramienta para mantenerte en forma porque ayuda a mitigar el estrés, quema grasa corporal, mejora la circulación, tonifica los músculos, aumenta la elasticidad y mejora mucho el equilibrio y, sobre todo, la coordinación. Teniendo en cuenta todos estos beneficios, ¿quién no se anima a bailar?», subraya Merino.
Destaca la evolución positiva del tango en Euskal Herria. «Al principio éramos un grupo de ocho personas. Ahora, en Gipuzkoa somos 170 los asociados. Las academias están creciendo. Yo tengo la mía propia desde hace 35 años. Veo cada vez una mayor motivación para bailar. Aunque nos cuesta, los vascos vamos perdiendo la vergüenza para bailar. De hecho, destacaría el nivel tan alto que hay entre los aficionados y bailarines», incide.A. L.

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