En su intento por asegurar la frontera de Sonsierra del Antiguo Reino de Navarra, Sancho VII “El Fuerte” decidió crear una fortaleza que defendiera sus posesiones frente a Castilla. Asimismo, quiso abrir una ruta comercial y tener un enclave en el Camino de Santiago hacia Compostela.
Dicha idea requería de una población, fortificada por murallas, cuatro portales, dos iglesias-fuertes y un castillo, necesitaba gente que la mantuviera en época de paz y la defendiera en época de guerra. Por ello le concedió a la nueva villa el Fuero del “Privilegio del Águila” para incentivar y congregar en ella a los vecinos de las aldeas circundantes.
Todo ello aconteció el 1 de febrero de 1219, cuando se colocó la primera piedra en este enclave estratégico llamado Viana, en el llamado portal de San Felices, que este año ha pasado a ser testigo directo de una conmemoración que se desarrollará durante todo el año y que durante estos días ha adquirido una relevancia muy especial ya que sus habitantes, sus estrechas callejas, sus murallas y edificios más emblemáticos, han querido recordar su pasado medieval mediante recreaciones de justas, disfraces, mercados, balcones engalanados y todo tipo de actos culturales y gastronómicos.
Un paseo a través de la historia y la imaginación
En estos días tan especiales para la ciudad de Viana, título honorífico que le fue otorgado por el rey Felipe IV en 1630, el visitante tiene la posibilidad de adentrarse en un fascinante paisaje de piedra y memoria en cuanto cruza el umbral de cualquiera de los cuatro portalones que dan acceso al epicentro de un espacio abierto a la imaginación e inspirador de reinvenciones. Así al menos lo sintió el escritor Pablo Antoñana quien, al igual que su hermano Xabier, nacieron en la misma cama en la que nació y falleció otro célebre autor vianés, Navarro Villoslada.
De esta forma, el viajero accidental tiene la posibilidad de abrir las páginas de "Amaia o los vascos en el siglo VIII" y dejarse llevar por el eco de los cuernos que recuerdan que una vez hubo una batalla en Orreaga, o bien pararse en mitad de la Plaza de los Fueros al doblar la media noche, y escuchar cómo los espectros recargan sus armas, calan bayonetas y se enfrentan en mitad de este espacio en una guerra invisible y sin cuartel que una vez dividió a familias y amigos.
Mientras las partidas carlistas y liberales se desangran en una noche interminable, Pablo Antoñana otorga sentido al mapa de su República de Ioar, aquella que nació y creció, palabra a palabra, en mitad de esta tierra «por cuya carnadura transitaba al mismo tiempo el amor, el odio y el disgusto. Me dolía. La odiaba, al tiempo que la reclamaba como madre. Nunca renunciaré a su calor».
En esta tierra ávida de sangre y rezos, siguiendo la senda de su pasado, los campesinos se agolpaban en la plaza de Viana mientras aguardaban la llegada de un anciano de gesto afable cuyos largos ropajes negros estában manchados con el rojo arcilloso de los campos que se expanden al otro lado de las murallas. En más de una ocasión, este viejo «dador de salud» llamado Ioanes de Bargota se enfrentó a las nubes desde las alturas de la formidable torre de la iglesia de Santa María de Viana para evitar que las lluvias inoportunas echaran al traste las cosechas.
Xabier Antoñana nos recuerda que «Viana es epicentro de Historia, pero también de magia. 'Las Cañas', como numerosos humedales, también estuvo relacionado en su tiempo con ciénagas oscuras y lugares y seres misteriosos». A las afueras de Viana, en estos pantanos y al amparo de la noche, los brujos y brujas todavía rememoran los pasajes de "El brujo de Bargota" y la ciega Endregoto de Viana.
En este tiempo de recuerdos pasados y cumplidos sus primeros ochocientos años de historia, Viana también otorga al visitante la posibilidad de descubrir la lápida de César Borgia que vigila la entrada de la iglesia de Santa María y ser testigo de las duras guerras mantenidas por agramonteses y beaumonteses y contemplar el galope furioso de Borgia que, en mitad de la noche del 12 de marzo de 1507, espoleó su caballo para lanzarse contra las tropas del Conde de Lerín y no regresó jamás.
Las ruinas de la iglesia de San Pedro, la Rúa Mayor que, al igual que la casa de Navarro Villoslada, alberga el hospital de pobres y peregrinos que fue construido allá por el siglo XV, la plaza del Coso y tantos otros rincones, muchos de ellos ocultos bajo el suelo de Viana, aguardan al visitante en un escenario que preserva su encanto y magia ochocientos años después de su construcción.

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