Iñaki ZARATIEGI

POR LA BUENA MUERTE, HUMANIZADA Y SOSTENIBLE

La muerte está siempre en el centro de la vida, en especial en estas tradicionales fechas y con la realidad del Covid-19 de por medio. La crisis de salud acentúa la urgencia del debate sobre el derecho a un final digno y a unos rituales de adiós personalizados, no caros y respetuosos con la naturaleza.

Llega noviembre, momento tradicional de recordar a la gente muerta. En los últimos años han proliferado iniciativas alternativas de reflexión y acompañamiento por un final humanizado y natural: Arinduz-Sociedad de cuidados paliativos, Death Café, Dolu, Goizargi, Hil Argi Elkartea, Haizea-Hilena, etc. Bidegin Elkartea programa este mes las jornadas estatales “Dando vida a la muerte”, con murales en algunas localidades y dos encuentros en Donostia: el lunes 2 en el Ayuntamiento y la tercera edición de “Dolua eta hezkuntza / Duelo y educación”, el sábado 28 en San Telmo.

Contra los análisis que indican que hoy existe una menor aceptación de nuestro final, profesionales del sector opinan que la mayor atención (cuidados paliativos, hospitalización a domicilio) y los cambios legales (ley de Muerte Digna del Parlamento de Gasteiz) ayudan a que más gente asuma su recta final. Y sigue sobre la mesa el debate oficial sobre la regulación de la eutanasia o suicidio asistido.

Preguntas finales

La crisis sanitaria evidencia la fragilidad de nuestro sistema de salud, cuidados o despedidas. ¿Necesitamos pagar en vida para que una empresa nos “asegure” el final? ¿Cuánto cuesta sicológica y afectivamente morir mal cuidados o en soledad? ¿Por qué morir es económicamente asfixiante para mucha gente? ¿Rechazamos los cuerpos muertos, distanciándolos y despidiéndoles de modo casi industrial? ¿Qué alternativa hay a la saturación de los cementerios de las grandes urbes? ¿Cómo gestionamos las despedidas en la naturaleza? ¿Para cuándo un cambio racional en las formas antiecológicas y despilfarradoras con las que nos decimos adiós?

La actual vida, veloz y “virtual”, no respeta ni a quien ya no tiene prisa porque ha fallecido, pero sigue siendo fuente de negocio. La industria funeraria necesita promocionar nuevas necesidades de consumo. La red-revista “Alife”, en cabeza del sector estatal, defiende la urgente relación con la tecnología como un «entorno personalizado y de fácil uso, que une al resto de familia o amigos en una experiencia virtual en la que interactuar y expresarse. (…) Vemos personas presentes en la ceremonia que siguen el streaming del acto desde su móvil».

Y saca conclusiones: «Además del valor que este tipo de tecnologías aportan a la familia, es importante saber lo que representa para la empresa funeraria. Obtiene un índice de lealtad hacia su marca, un control de calidad, resultados de encuestas. Esta información completa y difícil de conseguir indica a una empresa las demandas de nuevos productos, servicios o tendencias y sirve para ser más competitiva. El beneficio es más claro, triplicando en muchos casos la facturación. También es posible comercializar de manera online otros productos, siendo el coste de gestión prácticamente inexistente». Esa lógica parece ahondar la distancia respecto al derecho a despedirse del cuerpo y su mercantilización.

La donostiarra Maider Etxaide Rekalde acumula años de estudios y prácticas ecologistas con diversos colectivos, así como en la asociación Haizea, de donde ha nacido Hilena, «una idea de servicio, en fase de proyecto, que surge de la necesidad de proporcionar despedidas acordes a la identidad, gustos y deseos de las personas fallecidas, en un marco legal y medioambientalmente sostenible».

Su opinión es que «el procedimiento post mortem está marcado por la legislación, sobre todo por el límite de dos días hasta el entierro o incineración. Dependiendo del momento del fallecimiento es muy limitado para una despedida sosegada e íntima en casa y el adiós más público en el tanatorio. El derecho a la despedida no está garantizado porque ese procedimiento es tan tecnificado que no deja casi sitio a lo importante, a lo profundo. Predomina el miedo a las bacterias de la putrefacción [la propia OMS avisa de que no existe riesgo de contagio] y el amor, la amistad y el dolor no encuentran lugar adecuado para su expresión. Antes se dedicaban días al velatorio, sin miedo a contaminarse. Sería necesario reaprender la relación con los cuerpos muertos».

Un lugar para el adiós

En una sociedad tan dada a la exageración espacial y estética, faltan casi lugares públicos adecuados para la organización de las despedidas. Etxaide dice que «se constata la tendencia a la celebración de rituales laicos en los casos en que se incinera, pero esos rituales civiles no han aumentando en los últimos años en la misma proporción que la incineración, sobre todo por la escasez de espacios».

Las administraciones locales están realizando iniciativas. Eibar es un municipio pionero. En Donostia, tras barajar Zorroaga o el Palacio de Aiete, se ha optado por la capilla de Kristina Enea. Bilbo ofrece centros de distrito y una sala en el crematorio de Derio. El ayuntamiento de Irun, el espacio Ikust Alaia. Barakaldo, dependencias municipales.

Etxaide piensa que «queda mucho por andar y habría que animar a ayuntamientos y otras entidades públicas a que destinen lugares para el adiós que sean espaciosos y de particular belleza y simbolismo. Además, ¿por qué no utilizar para despedidas laicas las muchas y bellas iglesias que existen? Como dice el antropólogo Iñaki Olaizola –autor del estudio “Muerte, ritual funerario y luto en Euskal Herria”–, las iglesias deberían tener dos tipos de gestores: religiosos y civiles. Mientras tanto, los tanatorios ofrecen capillas o espacios para su utilización religiosa o laica».

Polvo somos

La tradición católica, blindada por la dictadura franquista, aisló los rituales de despedida en funeral y enterramiento. Pero hoy las incineraciones superan a las tumbas y los actos laicos compiten con las iglesias. Etxaide cita estudios que evidencian que cada vez más gente reivindica «un acto personalizado de despedida, sentido como auténtico, anclado en tradiciones laicas, en un entorno y con rituales en relación a los valores y vivencias de la persona fallecida».

Destaca, en consecuencia, que «al no existir ofertas públicas o mercantiles que cubran suficientemente esas necesidades, que ni siquiera están normativizadas, se usan de modo incontrolado espacios naturales, a veces de alto valor simbólico y ecológico».

Cada vez hay además más negocio con la custodia de las cenizas, incluidos por ejemplo los columbarios de la compañía Giem Sports en grandes campos de fútbol. Y es significativo el papel de la iglesia católica, que durante siglos prohibió la cremación. Ahora la acepta, pero el propio Papa Francisco mandó no aventar ni guardas cenizas para «evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista». La alternativa que la iglesia propone son los columbarios de pago, que ya existen en varios templos de Iruñea, en las 928 urnas de la catedral donostiarra o las de San Bartolomé, en el bilbotarra barrio de Basaez.

Equilibrio ecológico

En plena alarma mundial por el cambio climático, ecologistas y naturalistas denuncian las irresponsables prácticas respecto al medio ambiente. ¿Por qué usar caros y antiecológicos féretros para enterrar o quemar? Maider Etxaide cree que «las administraciones públicas podrían contribuir a generar una demanda de féretros baratos y con inferior emisión de CO2 en su incineración: cajas ligeras de material vegetal o cartón. Supondrían además mucho ahorro, porque el féretro se lleva la parte mayor del coste funerario».

La proliferación de vertidos de cenizas encendió hace tiempo la alarma. Los restos humanos no son inocuos. Etxaide ha vivido una experiencia familiar en Alemania: «El modelo es interesante aunque restrictivo, se prohíbe y multa guardar o esparcir las cenizas privadamente, lo que favorece los negocios de despedida en la naturaleza de empresas que ofrecen entierros en urna biodegradable en un espacio legalmente designado. No se deposita ningún objeto recordatorio, dejando que la naturaleza haga su labor».

Un paso superior es el compostaje, impulsado por la iniciativa norteamericana Recompose, de Katrina Spade. Etxaide opina que «es, si no el que más, uno de los sistemas más ecológicos de abordar el tratamiento de cadáveres. Emite mucho menos CO2 y genera un mantillo que se puede devolver a la tierra o sirve para plantar un árbol, el ciclo perfecto de economía circular y amor al planeta». La especialista americana Caitlin Doughty apunta en su libro “De aquí a la eternidad” que ese método ahorra el 95% del presupuesto funerario en EEUU. Una factura que se mueve en Euskal Herria por encima de los 4.000 euros en este orden de coste: féretro, cremación, sala del tanatorio, esquela, transporte, preparación del cuerpo, urna de cenizas…

¿Cabe entre la población vasca un debate a fondo sobre la buena muerte? «Por supuesto, hay un campo muy amplio», opina Etxaide. «La sociedad está cambiando, las nuevas generaciones tienen planteamientos más abiertos y compasivos sobre la muerte y sus procesos. El sector funerario deberá redirigir su enfoque de negocio hacia la concepción de servicio. Y ya he señalado que la administración pública podría plantear políticas favorecedoras de nuevas prácticas que engloben aspectos educativos, sociales y ambientales que impliquen a distintos departamentos. Como siempre, la sociedad va por delante”.