Óscar NIN

La sociedad del espectáculo: la cultura después de la pandemia

Nada es (ni será) como antes: nada volverá a ser lo mismo. La pandemia ha transformado radicalmente los saberes decimonónicos culturales, las creencias y pautas de conducta social, incluidos los medios materiales que usamos para consumirlos. Veremos qué ocurre.

De momento parece difícil que volvamos a asistir a espectáculos multitudinarios. (GETTY IMAGES)
De momento parece difícil que volvamos a asistir a espectáculos multitudinarios. (GETTY IMAGES)

El aislamiento social provocado por la pandemia ha abierto una profunda grieta en la cual solo se atisba un abismo ignoto en lo económico, social y cultural. Las rutinas vitales que arrastrábamos del siglo XX han dado un giro copernicano. Los procesos de socialización, los valores, normas y modelos de conducta de la sociedad contemporánea que heredamos del siglo XX tendrán que ser reformulados. El covid-19 ha cambiado por completo los saberes decimonónicos culturales, las creencias y pautas de conducta social, incluidos los medios materiales que usamos para consumirlos. O la cultura enarbola –y agita– la bandera de derecho básico o pasará a ser mero entretenimiento digital.

Tenemos encima de la mesa una excelente oportunidad para pensar en una nueva concepción de la cultura, más allá de las simplistas discusiones de barra de bar sobre “ocio nocturno”. El actual Gobierno español no está preparado (ni en lo intelectual, ni en lo técnico) ni siquiera para ejercer de moderador en este debate. La cultura (y su industria) a través de nefastas decisiones políticas se ha convertido en otro capítulo más de “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord.

Vivimos en un momento histórico en el cual la mercancía ha colonizado la vida social y cultural. El ser humano es un animal social en todos los ámbitos y en el cultural ejemplo máximo. La tecnología, hasta la fecha, no puede suplantar la experiencia sensorial e intelectual de asistir “en directo” a una manifestación cultural contemporánea de la envergadura de un festival de música, una exposición en una pinacoteca o una sesión de clubbing. La cultura ha sido necesaria durante el confinamiento y lo va a seguir siendo después de él. Para demostrar que la cultura es objeto de primera necesidad, el sector tiene que enfrentarse a la percepción que de ella tienen los otros, especialmente en un paisanaje que por lo general asocia a creadores y artistas al lumpen de tercera división que ve en televisión.

Será crucial que los creadores y artistas musicales exploten la digitalización para su propio beneficio y en pos de la difusión cultural, y no para aumentar los multimillonarios dividendos de las grandes plataformas de streaming que les pagan una miseria por reproducción, fomentando así que en lo musical “lo más escuchado” sea lo que más valore el público, relegando casi al anonimato a géneros y artistas con estéticas disidentes y/o no rentables para el negocio (jazz, blues y folk, por poner tres ejemplos significativos de la historia de la música). Será de vital importancia trabajar en y con redes europeas, ya que tendrán un papel fundamental en los planes de reconstrucción financiados por la Unión Europea.

El sector cultural vive sus peores momentos, esperamos y confiamos que la tan ansiada vacuna haga su efecto también en esta industria. Sin cultura no hay futuro. De ahí la importancia de que las conversaciones sean públicas con quienes diseñan las políticas y estrategias que darán paso a nuevas modalidades que afirmen a la cultura como un sitio necesario y de acceso amplio en términos socioeconómicos y de respeto por las diversidades. Es muy posible que cuando salgamos de esta epidemia no podamos analizar la cultura ni su práctica (ni consumo) desde las inercias del pasado. A qué comunidades se dirige la cultura y de qué manera lo hace será una cuestión esencial. Si se niega esta emergencia se coarta el derecho a la cultura.