Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Mandibules»

Como quien no quiere la cosa, el bueno de Quentin Dupieux ya va por su noveno largometraje y, aunque es reverenciado en festivales desprejuiciados como el de Sitges, todavía no ha conseguido llegar a un público más amplio, que tiene ahora la oportunidad de descubrir a este geniecillo de la comedia surrealista con ‘Mandibules’ (2020), la más accesible y divertida de sus películas. Tras pasar con todos los honores por la Mostra de Venecia, fue precisamente en su cita anual con Sitges donde recibió el premio al Mejor Actor de forma compartida, para el trabajo de Grégoire Ludig y David Marsais, por su hilarante intervención como indisoluble duo cómico.

Dupieux empezó en el mundillo artístico como creador de música electrónica bajo el alias de Mr. Oizo, lo que le ha permitido ocuparse de las bandas sonoras de sus películas, si bien en realidad se encarga personalmente de casi todo porque, aparte de dirigir, escribe, monta y fotografía. Un autor completo que ha hecho del ‘menos es más’ su filosofía particular, aplicada con proverbial humildad a unas historias absolutamente modestas, ya que nunca esconden mensajes ocultos o pretenciosidades que vayan más allá de su grotesco y lúdico sentido del humor. Son piezas surrealistas tan sencillas como delirantes, que invitan a disfrutar del absurdo de nuestra existencia.

Hizo sus primeras alocadas probaturas con ‘Nonfilm’ (2001), ópera prima de escasa duración, una característica a convertirse en declaración de intenciones, con la que exploraba en el cine dentro del cine. En su segundo largometraje, ‘Steak’ (2007), ya dio muestras de su inclinación por las buddy movies, al dirigir a la pareja de humoristas Eric & Ramzy. El toque de atención llegaría con ‘Rubber’ (2010), protagonizada nada menos que por un neumático asesino. Luego vinieron las celebradas comedias negras ‘Wrong’ (2012) y ‘Wrong Cops’ (2013), la segunda rodada en Los Ángeles para mayor gozo de la parodia policial. La cosa se puso tremenda con ‘Réalité’ (2014), ya con un reparto profesional encabezado por Alain Chabat y Elodie Bouchez, y que le valió el Premio de la Crítica en Sitges, además de servirle para instaurar sus famosos puntos de partida argumentales imposibles, con un taxidermista que encontraba en el vientre de un jabalí un inquietante videocassette. Iba a descubrir a su actor fetiche Grégoire Ludig en ‘Bajo arresto’ (2018), emparejándolo con el belga Benoît Poelvoorde en una delirante parodia de las películas de acción de Belmondo. Por último dirigió a Jean Dujardin como un tipo obsesionado con una cazadora de cuero en ‘La chaqueta de piel de ciervo’ (2019).

Los premiados Grégoire Ludig y David Marsais son los amigos Manu y Jean-Gab, dos seres con pocas luces, inspirados en la comedia de los hermanos Farrelly ‘Dos tontos muy tontos’ (1994). Por supuesto que nunca atinan en sus decisiones, que les convierten en un par de deprimentes e inútiles delincuentes. Durante un encargo de transporte de un maletín a cambio de una cantidad de dinero, su trabajo se ve interrumpido y frustrado por la incomprensible aparición de una mosca gigante en el maletero de su coche.

Como los dos desastrosos emprendedores que son, tienen la descabellada idea de adiestrar al enorme insecto para utilizarlo como dron animal en sus fechorías, empezando por robar un banco. La desquiciada premisa nunca se agota en sí misma, gracias a que las situaciones y secundarios que alargan la trama siempre son ocurrentes. En especial el personaje incorporado por la actriz Adèle Exarchopoulos, cuando Dominique, que así se llama el moscardón, acaba en un chalet de la Costa Azul en el que viven tres chicas.

‘Mandibules’ encuentra su grandeza en un sincero y honesto canto a la amistad, la de verdad, así como a la idiotez que da la felicidad. Seguramente relacionada en el fondo con el secreto vital de la eterna adolescencia de la que nunca hay que avergonzarse.