Víctor Esquirol

Últimas rondas

Cannes nos despide con un programa cuádruple espectacular compuesto por ‘Pacifiction’, de Albert Serra; ‘Broker’, de Hirokazu Koreeda; ‘Close’, de Lukas Dhont y ‘Showing Up’, de Kelly Reichardt, todas serias candidatas a la Palma de Oro.

El director de cine catalán Albert Serra, en la rueda de prensa ofrecida en Cannes.
El director de cine catalán Albert Serra, en la rueda de prensa ofrecida en Cannes. (Julie SEBADELHA | AFP)

Típico de los grandes festivales de cine; típico de Cannes. La previa, ya lo comentamos, estuvo marcada por una batería de títulos que difícilmente podrían caber en ningún programa. Ni en uno que, como es el caso, se alarga durante la maratoniana extensión de casi dos semanas. Ahora, cuando el tiempo escasea, es cuando miramos atrás y lamentamos esas jornadas en las que vivimos más tranquilamente (al menos en comparación a cómo lo estamos llevando ahora). Y vuelven las prisas, y ya no se puede perder ni un segundo, y entre sesión y sesión (hoy han sido cuatro, ni más ni menos) hay apenas media hora para ir de una sala de cine a la otra.

Y así, entre prisas y empujones, nos enfrentamos a una recta final demencial. La avalancha empieza con el catalán Albert Serra: el auto-proclamado mejor director del mundo presenta ‘Pacifiction’, no-thriller de casi tres horas de duración en el que un impresionante Benoît Magimel (en el que seguramente sea el mejor papel de su carrera) da vida a un hombre que ostenta, de forma muy digna y civilizada, el rimbombante cargo de Alto Comisario de la République en Tahití. O sea, que estamos en una isla perdida en el cosmos tropical-paradisíaco de la Polinesia Francesa… un lugar en el que una serie de despojos humanos vagan cual almas en pena.

Albert Serra, tan a gusto en un contexto marcado por la opulencia material y la miseria moral. En una decadencia que cala hasta los huesos, y que por lo tanto, se erige en mejor calificativo para definir a las élites políticas. ‘Pacifiction’ es exactamente esto: una parábola de bellísima y siniestra factura formal; una mirada y una línea de diálogo tiradas a ninguna parte. Una absurdidad rematadamente genial; una contemplación de la nada, de la pomposa vacuidad con la que se embadurnan las clases dirigentes del viejo (en mayúsculas) continente, o sea, los últimos estandartes de la decrépita gloria colonialista. Un crepúsculo que brilla, con mucha sorna, desde una de las plazas (de Cannes hablamos; en Cannes estamos) que, involuntariamente, más sentido dan a la tesis. Genial, perfecto.

Y seguimos. Turno ahora para Hirokazu Koreeda, quien conquistara la Palma de Oro la última vez que se dejara ver por la Croisette (a razón de la presentación de ‘Un asunto de familia’). Ahora, con ‘Broker’, el cineasta japonés vuelve a hacer las maletas (pues su último film hasta la fecha, ‘La verdad’, lo rodó en París) para irse a Corea del Sur. Ahí se encuentra con el siempre espectacular Song Kang-ho, quien para la ocasión parece estar detrás de un espantoso negocio de tráfico con bebés. Pone los pelos de punta, y por supuesto, esto es algo que debe investigarse a fondo… para llegar, claro está, a esa bondad humana que todo lo cura.

Al final, no importa dónde esté rodando. Koreeda siempre se las ingenia para que su gran familia de personajes entrañables (seres de luz emparentados por vínculos mucho más potentes que los lazos de sangre) siga creciendo. Aquí, el drama sabiamente edulcorado va de la mano con un thriller detectivesco que, al principio, se enfrenta a la mezcla con reticencias y actitud inquisitiva, pero que poco a poco aprende a querer dicha combinación. Así espera el cineasta nipón que nos relacionemos nosotros con la propuesta: con la mentalidad adulta de quien debe dudar al entrar en una zona gris, pero también, y sobre todo, con la empatía y la inteligencia emocional de quien no quiere ser ajeno a las –buenas– razones de los demás.

Y más. El joven cineasta belga Lukas Dhont da el gran salto a la Competición por la Palma de Oro con ‘Close’, una película que, sobre el papel, lo tiene todo a favor para conquistar dicho premio. Ahora la cámara sigue a dos chavales; dos amigos inseparables que se enfrentan a los siempre comprometidos primeros pasos en el instituto. Allí, la complicidad e intimísima proximidad que les une levanta comentarios y burlas que, al poco rato, hacen mella en un vínculo que ya no se muestra tan sólido como antes. El centro de gravedad, como en las películas de Céline Sciamma (una de las grandes retratistas fílmicas de nuestros tiempos), lo marcan unos «objetos de estudio» que corren, y dudan, y respiran con dificultad, y se emocionan… y por supuesto, emocionan.

Después de ‘Girl’, su impecable carta de presentación en la que abordaba la transexualidad en la adolescencia, Lukas Dhont pone el foco en cómo la homosexualidad (o la sospecha de ella) puede activar, siempre a través de la cruel incomprensión de los demás, los caminos más tortuosos del destino. En este sentido, debe avisarse que la película está totalmente condicionada por un giro de guion cuyo secreto evidentemente debe preservarse, pero que igualmente marca todas las decisiones tomadas tanto desde la escritura como desde la puesta en escena. Control absoluto por parte de un artista que no teme andar las sendas más oscuras… esto sí, para terminar siempre con ese abrazo salvador que todo lo perdona; que todo lo arregla.

Por último, la estadounidense Kelly Reichardt trae ‘Showing Up’ y demuestra, una vez más, que solo sabe hacer gran cine. Esto sí, desde una escala mínima, minúscula… profundamente humana. Ahora seguimos a una Michelle Williams, una escultora siempre con el ceño fruncido, siempre refunfuñona, pero también, siempre dispuesta a volcar su atención (y su amor, claro) hacia quien más lo necesite: su hermano, su padre, su gato o, por qué no, una paloma a la que se le acaba de romper el ala. Así se despliega, en todo su discreto esplendor, el cine que abraza: modelando la paz interior a partir de la atención a las necesidades de los demás. Y no hay duda: si todo el mundo hiciera películas como Kelly Reichardt, entonces viviríamos en un mundo mucho mejor.