Mariona Borrull

De los grandes homenajes a las cartas íntimas

Carla Simón culmina su año de gloria con un precioso corto dedicado a su hijo... Emociona casi tanto como el cierre de la «trilogía bressoniana» de Paul Schrader. En Competición, el mediocre homenaje de Santiago Mitre al fiscal que ajustició a los líderes de la dictadura militar.

Paul Schrader junto a Quintessa Swindell, Sigourney Weaver y Joel Edgerton en la presentación de 'Master Gardener'.
Paul Schrader junto a Quintessa Swindell, Sigourney Weaver y Joel Edgerton en la presentación de 'Master Gardener'. (Tiziana FABI | AFP)

Esta mañana Indiewire publicaba una entrevista con Paul Schrader en la que el director reconocía haber puesto en grave peligro su salud para terminar ‘Master Gardener’, película que hoy presenta en la Sala Grande de Venecia y que acompañará a la entrega a Schrader del León de Oro honorífico por su carrera. Lo celebramos, a pesar de lo cuestionable de su decisión (ni que sea porque necesitamos tener al cineasta en cartelera muchos años más).

‘Master Gardener’ es una gran película de cierre para su «trilogía bressioniana», dedicada a hombres que encuentran su redención en la desnudez rutinaria de una vida asceta. La anteceden ‘El reverendo’, de 2017, y ‘El contador de cartas’, que compitió en Venecia el año pasado: las tres son obras maestras, ásperas y silenciosas, pero profundamente emotivas. Hoy Schrader viste a Joel Edgerton como jardinero al servicio de una mujer rica, quien lo acogió durante un pasado oscuro y que goza de todas nuestras simpatías, a pesar de su talante altivo, solo por ser una Sigourney Weaver desatada en su faceta de antiheroina. La película replica la estructura de ‘El contador de cartas’, pero se empapa de la relatividad y el «ir haciendo» de la naturaleza, abriéndonos a una visión mucho más luminosa de la existencia humana. Calvinista arraigado, Schrader acaba por dictaminar que todo el mundo puede cambiar con algo de afecto, tiempo y esfuerzo.

Aunque les aseguramos que verterá lágrimas tras su estreno en carteleras, la nueva película de Santiago Mitre, ‘Argentina, 1985’, no resulta ni la mitad de emocionante que la sencilla rendición a la vida del maestro norteamericano. Su mediocre obviedad resulta especialmente desafortunada teniendo en cuenta el buen plantel de nombres que la han respaldado: Chino y Ricardo Darín (productor y protagonista, respectivamente), con papeles para Peter Lanzani (‘El clan’) e incluso Laura Paredes (‘La flor’), secundaria preparada para brillar. Firman un homenaje sentido al fiscal que llevó a los tribunales civiles la cúpula del gobierno de la dictadura militar, responsables del mayor genocidio de la historia del país.

La película de Mitre, que arranca con la energía que da una investigación judicial a contrarreloj, pronto se agota bajo la fórmula del cine de juicios y la gravedad de un proceso judicial profundamente doloroso, pero armado con plena intención meternos el dedo en el ojo. Tocará llorar con alevosía. Abunda la música ominosa y los alargados planos de reacción, subrayando la dureza de unos crímenes que ya son suficientemente traumáticos de por sí. Quizás se deba a la proximidad con los hechos, quizás es porque la memoria histórica resulta ahora tan necesaria que relega a un segundo plano que las películas que la abordan sean arriesgadas, mínimamente interesantes… Deberían.

Mientras los grandes nombres desfilaban en la alfombra roja, en la sala dedicada a las Giornate degli Autori asistíamos a un nuevo milagro de la catalana Carla Simón. La cineasta, madre primeriza, ha dedicado un cortometraje a su hijo Manel: ‘Carta a mi madre para mi hijo’. La película se escribe en forma de misiva íntima, filmada con la exquisitez introspectiva que da el formato analógico casero. En ella, Simón apela a su linaje para formarse como madre, una realidad física, nueva y desconcertante sobre la que prefiere sugerir, más que opinar. Sin grandes verdades a mano, incorpora un cuento fantástico que delinea la trayectoria vital de su propia madre (interpretada por Angela Molina), desde niña. Al final, la misma Carla Simón optará por incorporarse a su evocación, reconociéndose esperanzada pero temerosa por lo inexorable del paso del tiempo. El cortometraje se proyectará en el Festival de San Sebastián.