Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

La Luna, objetivo preferente en una renovada carrera espacial

La puesta en órbita del satélite XPoSat confirma como potencia espacial a la India y apunta a que este año habrá un récord global de lanzamientos, después de que 2023 batiera todas las marcas. La carrera nacida en la Guerra Fría suma nuevos actores, que llegan con un objetivo principal: la Luna.

Lanzamiento del satélite XPoSat el 1 de enero.
Lanzamiento del satélite XPoSat el 1 de enero. (Indian Space Research Organisation (ISRO) | AFP)

La India, donde la mayoría de la población festeja el año nuevo –Diwali– entre octubre y noviembre, celebró la llegada de 2024 no con petardos y serpentinas sino con el lanzamiento de una nueva misión espacial. De este modo, el gigante asiático, que vivió un éxito sin precedentes el año pasado al lograr alunizar una sonda en el polo sur de nuestro satélite, confirma su carácter de potencia cósmica emergente y da el pistoletazo de salida al enésimo capítulo de una carrera que tuvo a EEUU y la URSS como protagonistas en la Guerra Fría y que regresa con nuevos bríos y actores. 

En plena pugna entre bloques, 1984 marcó el punto álgido de esa primera carrera, pues ese año atravesaron la atmósfera terrestre 129 ingenios. Es una cifra asombrosa dado el estado de la tecnología en aquel momento histórico y da la medida de la importancia que ambas superpotencias daban al espacio como campo de juego, y de lucha. Ese número, sin embargo, ha quedado ampliamente superado en los últimos tiempos, en los que se ha desatado una renovada y frenética competición espacial.

Tanto que el año pasado se llevaron a cabo casi un centenar más de lanzamientos que entonces, 223, rompiendo los récords marcados consecutivamente los dos años anteriores: 186 en 2022 y 146 en 2021. Y todos los indicios apuntan a que este ejercicio se volverán a pulverizar todas las marcas. De hecho, para este mes hay previstos una quincena de intentos.

Un nuevo comensal en la mesa

Los gobiernos vuelven a mirar arrobados al cielo. Sin embargo, hoy no son Moscú y Washington los actores principales. Por un lado, China, en su camino hacia la primacía mundial en todos los frentes, también el sideral, lanzó en 2023 nada menos que 67 cohetes al espacio, con casi un pleno de éxitos –solo falló uno– destacando en su balance de resultados el segundo y tercer despegue del comercial Zhuque 2, de la empresa LandSpace, que se convirtió en el primer lanzador de metano en alcanzar la órbita terrestre.

Según indicaba recientemente la web especializada xataka.com, citando al astrofísico Daniel Marín, Beijing parece haber ordenado a CASC, el principal fabricante del país, dejar en manos privadas la mayoría de los lanzamientos de cohetes ligeros y medianos, aunque las misiones institucionales (incluidas las tripuladas a la estación espacial china) siguen siendo lanzadas con los viejos cohetes Larga Marcha CZ-3B, CZ-2C y CZ-2D/CZ-4.

Con todo, no fue China sino EEUU el lugar desde el que más lanzamientos se produjeron el año pasado. Lo que ocurre es que la voz cantante no la lleva la NASA sino SpaceX, empresa fundada por Elon Musk con sede en Hawthorne, California, desde donde avanza con prisa y sin pausa en los planes de conquista espacial de su excéntrico y multimillonario dueño.

De los 109 despegues desde suelo estadounidense, 98 fueron protagonizados por la firma del magnate sudafricano, que lanzó dos veces la Starship –destinada a transporte de mercancías y pasajeros–, que no llegó a órbita, pero sí al espacio por primera vez; 91 veces el Falcon 9, 62 de ellas para emplazar satélites Starlink; y cinco veces el Falcon Heavy, una versión reforzada del anterior, capaz de transportar una carga mayor, hasta 64 toneladas.

Asimismo, con 5.268 satélites activos en la constelación Starlink, un engendro que ha colonizado nuestros cielos sin permiso, Musk también ha puesto en órbita el valor de su compañía, que se disparó hasta los 180.000 millones de dólares. Una privilegiada atalaya desde la que puede mirar de tú a tú a los países que hasta ahora han liderado el sector aeroespacial.

Rusia mantiene el tipo

Con China y SpaceX protagonizando tres de cada cuatro lanzamientos, el resto se reparte en un listado bastante amplio de países, con Corea del Norte y del Sur, Japón, Irán, Nueva Zelanda e Israel como invitados especiales, y un histórico como Rusia encaramado a la tercera posición. A pesar de las fuertes sanciones impuestas por la invasión de Ucrania, el veto de su contraparte europea y los recursos económicos y tecnológicos acaparados por la guerra, la Agencia Espacial Rusa ha sido capaz de mantenerse en los registros de la última década, con 19 misiones, enviando incluso una nave tripulada a la Estación Espacial Internacional.

Roskosmos no consiguió, sin embargo, culminar con éxito la llegada al polo sur de la Luna, logro que sí pudo atribuirse su homóloga India, protagonista por méritos propios de 2023 y, como demuestra el lanzamiento del pasado lunes, 1 de enero, dispuesta a seguir creciendo este año.

El satélite XPoSat, lanzado por la Organización de Investigación Espacial de la India (ISRO) desde el centro de Sriharikota en el estado de Andhra Pradesh, se situó en una órbita circular de 350 kilómetros, y desde allí prevé «llevar a cabo investigaciones sobre mediciones de polarización de emisiones de rayos X procedentes de fuentes celestes», entre ellos agujeros negros. Pero esta misión, es sobre todo, un eslabón en un año ambicioso para la agencia india, que tendrá entre sus principales metas continuar con los preparativos de su primera misión tripulada al espacio, prevista para 2025. Ese año quiere enviar a los astronautas a una órbita a 400 km para una misión de tres días. Y a medio plazo, se habla de 2040, quiere mandarlos a la Luna.

Regreso a la Luna medio siglo después

Porque más allá de las aspiraciones entre crematísticas y mesiánicas de Musk y de los pasos más modestos de otros países, las potencias espaciales tienen su mirada puesta en el satélite de la Tierra. La posibilidad de establecer bases que sirvan para saltar a otros objetivos más distantes, o de emplazar asentamientos humanos permanentes, no ahora pero sí a futuro, así como los potenciales recursos que podría albergar –también agua en forma de hielo–, han reavivado el interés por la Luna. El Ejecutivo de Narendra Modi dio el primer golpe con la hazaña polar, que el primer ministro indio celebró efusivamente en las redes sociales, pero la pelea será intensa.

Y es que, si bien el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre, suscrito en 1967, indica que la Luna no puede pertenecer a nadie, y que es además patrimonio común de la humanidad, por lo que ningún país o persona puede reclamarlo como suyo –también prohíbe emplazar armas de destrucción en cualquier cuerpo celeste alrededor de la atmósfera de la Tierra–, otra cosa es la explotación de sus recursos, donde la legislación es más ambigua.

De hecho, los Acuerdos Artemisa que la NASA estadounidense ha firmado con casi una treintena de socios internacionales para que participen en las próximas misiones a la Luna, justifican la extracción de recursos por no constituir, se argumenta, «intrínsecamente apropiación nacional». Hecha la ley, hecha la trampa... Y quien golpea primero, golpea dos veces. 

Así que quien más quien menos ya está dando pasos. Es más, dentro de apenas unos días, el 19 de enero, JAXA, la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial, tiene previsto el primer alunizaje de la nave espacial SLIM. Si todo sale bien, el país nipón se convertirá en el quinto en aterrizar con éxito una sonda en nuestro satélite, y además, de forma paralela, la misión Hakuto-R de la firma aeroespacial privada Ispace intentará lograr este año no lo que no consiguió en 2023 por problemas en la comunicación: completar el alunizaje.

Por su parte, China ha programado este año la misión Chang’e 6, que busca recolectar muestras de la cara oculta de la Luna, algo nunca logrado. Será, después de 17 años, la última misión de ese programa, que en 2019 hizo historia al explorar por primera vez la cara oculta del satélite.

Además, Beijing anunció en primavera que ha comenzado la «fase de alunizaje tripulado» de su programa de exploración lunar, meta que prevé alcanzar antes de 2030. También intentará construir en la próxima década una base de exploración científica en el polo sur del satélite, un proyecto que quiere tener operativo en 2035 y para el que colaborará con Rusia.

Estados Unidos, claro, no quiere perder la estela. El programa Artemis inauguró la primera misión no tripulada para volver a la Luna en noviembre de 2022, y aunque hubo retrasos, la NASA pudo comprobar entonces que la nave Orion era capaz realizar las maniobras necesarias para garantizar estabilidad y seguridad durante su viaje y reingresar en la atmósfera terrestre a altas velocidades sin sufrir daños. Con este precedente, este noviembre Artemis II tiene previsto sobrevolar el satélite, pero esta vez con tripulación a bordo, y en 2025, si nada se tuerce, la tercera versión del programa llevará a cabo el regreso de la humanidad a la superficie lunar.

A más largo plazo, la NASA quiere llevar a cabo las primeras prospecciones para la extracción de sus recursos, establecer una base lunar permanente y, desde allí, acometer el próximo hito espacial: misiones tripuladas a Marte. «Ese sigue siendo nuestro horizonte objetivo para la exploración humana», dijo el año pasado.

La carrera, por tanto, está lanzada. Pero sin reglas ni árbitros, sin orden ni concierto, puede parecerse a la que miles de colonos protagonizaron de este a oeste de EEUU: salvaje y descarnada. O al ”Gran Juego” que el Imperio británico y el ruso libraron en Asia Central. Y si tal cosa ocurre, la Luna dejará de protagonizar cuentos y poemas para ser escenario de algo muy parecido a una novela de terror.