Rayco Sanchez, Opio Errebeldea

La luz de Iñigo Ruiz de Galarreta

Iñigo Ruiz de Galarreta regresó el pasado verano al Athletic y ha sido una de las piezas fundamentales en la sala de máquinas. En esta entrevista concedida a NAIZ, el futbolista de Eibar recuerda su trayectoria, desde las cesiones y las duras lesiones hasta convertirse en jugador referencial.

Iñigo Ruiz de Galarreta, en un partido de San Mamés.
Iñigo Ruiz de Galarreta, en un partido de San Mamés. (Aritz LOIOLA | FOKU)

Nació en Eibar, en el seno de una familia obrera. Su ama es profesora de Filosofía, su aita es empleado de un taller, y su hermano Ander llegó a jugar de portero en las categorías inferiores del equipo armero. Creció entre esta ciudad y Deba, y empezó a jugar al fútbol con su cuadrilla de la ikastola, con la que sigue manteniendo relación a día de hoy: «Era la época de la Game Boy, todos estaban en el banco jugando con la consola y me enfadaba con ellos, porque yo quería jugar con el balón».

Con siete añitos comenzó a practicar multideporte con sus compañeros de clase, los mismos con los que jugaría su primer torneo de ‘Fútbol 5’ en el que no pasó desapercibido para Roger, un ojeador del Athletic, que le invitó a entrenar en Ermua, en un equipo formado por chicos mayores que él.

De los entrenamientos pasó a los torneos a prueba con el Athletic y de ahí, un año después, a formar parte de la ilustre cantera de Lezama. «Aquellos campeonatos eran increíbles, estaba muy ilusionado, pero no conseguía dormir porque estaba muy nervioso, al fin y al cabo no dejaba de ser un chico tímido que no conocía a nadie». Así fue quemando etapas, estudiando en Eibar por las mañanas y yendo a entrenar por las tardes, terminando su jornada a las diez de la noche: «Durante los fines de semana mi ama me ayudaba a llevar los deberes avanzados, porque entre semana apenas tenía tiempo para hacerlos».

En los estudios, en general, le fue bien, hasta que tuvo que salir de su hogar. «Pasé de estar en casa, con mis padres encima, con disciplina, que es lo que necesita un adolescente en esas edades, a vivir en la residencia con mis compañeros, entrenando mañana y tarde, así que flaqueé un par de años, con algún suspenso, pero acabé sacando los cursos adelante». Cuando terminó el Bachillerato no tenía muy claro qué estudiar, por lo que comenzó la carrera de Periodismo en la UPV/EHU al mismo tiempo que Marcelo Bielsa empezaba a convocarlo para los entrenamientos con el primer equipo del Athletic. Como no disponía de mucho tiempo y la carrera no le entusiasmó, la aparcó a un lado y realizó un Grado Superior de Gestión y Finanzas.

Bielsa dijo de él que tenía «un ángel» en referencia a su talento

Durante su etapa en Lezama todos los entrenadores le exigían que tuviera un punto más de maldad, pero él siguió con la misma actitud del chico que salió de Eibar para cumplir su sueño. «Es la mejor persona que he conocido, nunca le he visto un acto de egoísmo, de maldad o de venganza. Está lleno de bondad. Rompe el tópico de que para ser un buen jugador hay que ser malo y tener mala hostia. A la vista está que no hace falta», comenta uno de sus excompañeros.
Y así fue cómo del juvenil pasó directamente a entrenar, de manera regular, con el primer equipo, donde Bielsa dijo de él que tenía «un ángel» en referencia a su talento. «Hacíamos dobles sesiones de entrenamiento, el cambio fue enorme, y la exigencia física y mental eran demasiado altas para mí en aquel momento, terminaba las prácticas muy justo».

Pasaron los meses hasta que llegó el esperado debut, en el Parque de Los Príncipes de París jugando la Europa League y, posteriormente en Primera División, en el antiguo San Mamés. «Aprendí mucho de Marcelo, es una persona especial, y poder debutar en el antiguo San Mamés, al que tantas veces fui de niño, fue algo que no olvidaré nunca».

Todo hacía pensar que, el apodado ⁄Galaxy’, iba a poder despegar en su prometedora carrera con el Athletic, hasta que se interpuso en el camino su primera lesión grave con el segundo equipo: «Sentí mucho dolor en la rodilla y luego se me pasó, no sabía lo que era y me tuve que retirar del campo».

«Tenía 19 años, me veía cumpliendo mi mayor deseo y tener que parar de esa manera me supuso un varapalo muy grande. A esas edades es muy difícil gestionar las emociones, las expectativas y la incertidumbre», recuerda el eibartarra. Pero este chico tiene algo diferente y un leitmotiv muy claro: hacer de lo malo algo bueno. «Hicimos un grupo muy bonito de personas aquel año entre la gente que estábamos lesionados. Había momentos en los que conseguíamos dar la vuelta a nuestra situación anímica. La figura de Iñigo Pérez fue muy importante, Gurpegi también estuvo muy encima de mí y además el club me renovó por cuatro años, lo que me dio mucha estabilidad».

Cesiones año tras año

No obstante, tras el alta médica, con 20 años recién cumplidos, decidieron que lo mejor sería una cesión al Mirandés para recuperar sensaciones pero, sin darle tiempo a disfrutar de volver a sentirse jugador de fútbol, llega la segunda lesión grave de ligamentos en la otra rodilla. «Me operaron y la rodilla se me infectó, me recetaron unos antibióticos tan fuertes que me dejaron hecho polvo, no sabía si me tenían que volver a abrir... Mi pareja, Leire, que estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, se encargaba de obligarme a bajar a la calle para estar con mis amigos. Estoy muy agradecido a todos ellos, fueron vitales para ayudarme en esos momentos tan complicados».

«Mi pareja, Leire, que estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, se encargaba de obligarme a bajar a la calle para estar con mis amigos»

Una vez finalizada su primera cesión, llegó la segunda –al Zaragoza– y también la tercera –al Leganés– y después de una etapa de tres años en los que Iñigo juega en tres ciudades diferentes y convive con 100 compañeros, el Athletic decide no renovar al centrocampista guipuzcoano, que ficha por el Numancia en el que se proclama jugador de la temporada.

El Barcelona vio un filón en el joven y escarmentado jugador eibartarra, así que no dudó en pagar su cláusula para que recalara en sus filas. Un año después, en la temporada 2018-2019 fichó por Las Palmas que había perdido la categoría y recuerda que «en lo deportivo resultó duro. El club apostó todo a subir en un año y no conseguimos hacerlo. Tuvimos tres entrenadores diferentes y todo empezó a ir mal, hasta el punto en el que el club, a final de temporada, nos comunicó que no podía hacerse cargo de las fichas por las que habíamos firmado».

Esta situación hace que el mediocampista acabe fichando por el Mallorca. El club balear, que acababa de descender a Segunda División, le brindó al vasco una oportunidad de oro para volver a brillar. Con tan solo 27 años ya era un joven veterano. «Al segundo día de llegar me lesioné en el sóleo, lo que hizo que me perdiera toda la pretemporada. Como había muchos mediocentros en la plantilla, el club vio con buenos ojos que saliera cedido. Lo tenía apalabrado con el Girona pero, al haber un problema con el límite salarial, me quedé finalmente en Mallorca, dispuesto a pelear por un puesto en el equipo. Comencé con muy pocos minutos, hasta que me asenté como titular».

Iñigo Ruiz de Galarreta, con la camiseta del Mallorca en Anoeta. (Andoni CANELLADA/FOKU)

Una vez en Primera, después de tantos años bregándose en Segunda, haciendo de la resiliencia un arte, Iñigo se ve más motivado y con más ganas que nunca sobre el césped, reiniciándose en la élite del fútbol con un rendimiento espectacular, hasta que llega la maldita tercera lesión de ligamento cruzado anterior (febrero de 2022) que le mantiene seis meses en el dique seco: «Cuando caí al suelo y noté la rodilla, ya sabía lo que me estaba pasando. Rompí a llorar en el vestuario pero, al llegar a casa, ya tenía claro lo que tenía que hacer y cuáles eran los pasos a seguir. No le di más vueltas y, como ya hice con las lesiones anteriores, me puse en manos del recuperador Jurdan Mendigutxia. Mi pareja y yo nos fuimos cinco meses a vivir a Iruñea y allí estuve con él, trabajando mañana y tarde, le debo mucho».

Positivo por naturaleza, volvió a los terrenos de juego una vez más, sin reservas y como si nada hubiera cambiado, cual héroe renacido de una película de Marvel. Jugador vital en el esquema del grandioso “Vasco” Aguirre, terminó el curso destacando tanto que, por fin, casi una década después, se ganó el derecho de volver a casa. «Una vez más el azar jugó a mi favor. El Mallorca, que lógicamente dudaba de cómo iba a ser mi rendimiento tras la lesión, pasó seis meses sin ofrecerme renovar, y eso facilitó que volviera a Bilbo».

Regresa al Athletic

Como si de una epopeya romana se tratara, el gladiador, sacando fortaleza de sus cicatrices, retorna a casa tras haberse enfrentado a mil desafíos, batallas, dificultades, esfuerzos y alegrías. Posiblemente Iñigo haya regresado en el mejor momento de su vida y eso lo ha notado el Athletic y San Mamés. Veni, vidi, vici. Una década de su marcha y cuatro desde el último título de Copa.

Iñigo Ruiz de Galarreta, en la rueda de prensa de su presentación como jugador del Athletic. (Oskar MATXIN EDESA/FOKU)

«La final de Copa ha sido un partido que hemos estado jugando durante un mes. Desde que nos clasificamos, hemos tenido que seguir centrándonos en la liga y no ha sido fácil, más si cabe en Bilbo, cuando la propia ciudad ha estado cuatro semanas viviendo por y para este momento. Ha sido complicado desconectar. Cuando sales a la calle todo te recuerda a la final y te sientes responsable, sin querer, de la alegría o el disgusto de muchísima gente. Yo, personalmente, intenté aislarme un poco en la última semana», subraya.

«Cuando terminó el partido, y ganamos –continúa relatando–, me tiré de rodillas, que puede ser de las pocas cosas que tenga prohibidas. Sentí alivio y liberación. Ya no era sólo ganar, era sacar la Gabarra, han sido como dos títulos». Pero si hay algo, o alguien, que pudiera eclipsar a la Gabarra, ha sido el nacimiento de su hijo: «Siempre he querido ser aita, me encantan los niños. Ha sido una suerte poder volver, tener a mi hijo y ganar la copa. Un retorno que no imaginaba ni en mis mejores sueños. Estoy en un momento muy feliz».

Está muy de moda la corriente estoica, por lo evidente de su mensaje y lo clarificador y liberador de su práctica. Una filosofía de vida que bien podría incluir un capítulo sobre Iñigo Ruiz de Galarreta, que nunca ha dejado de dar la cara, siempre fiel a sí mismo, a sus creencias, a su manera de entender la vida, simpático, amable y cercano.

Ahora que la sociedad en general, y el fútbol en particular, se están convirtiendo en un mundo cada vez más hostil, él es uno de los imprescindibles, de los que marque el camino de las futuras generaciones, un hombre bueno, un ser de luz en medio de la oscuridad.