Soberanos sin independencia
El Gobierno de Taiwán actúa como un Estado soberano de pleno derecho, con instituciones democráticas, Ejército y política exterior propia, pero su falta de reconocimiento internacional, debido a la presión política y económica por parte de China, mantiene a la isla en un limbo diplomático único.

Pocas democracias consolidadas enfrentan una paradoja tan persistente como la de Taiwán: la isla, de 23 millones de habitantes, elige a sus propios gobernantes, recauda impuestos, mantiene un ejército, firma acuerdos internacionales y alberga embajadas de facto bajo el nombre de oficinas de representación o asociaciones culturales. Sin embargo, no figura como país miembro de Naciones Unidas ni es reconocida formalmente por la mayoría de los Estados del mundo, que mantienen relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China, que reclama la isla como parte inalienable de su territorio.
Este delicado equilibrio, sostenido desde la ruptura oficial con Pekín en 1949, ha forzado a una política exterior basada en la ambigüedad, la diplomacia paralela y la reafirmación simbólica de su soberanía. Mientras China presiona para aislarla en todos los foros internacionales, Taiwán busca ampliar su espacio global con alianzas informales, acuerdos comerciales, cooperación tecnológica y una activa estrategia de soft power. La pregunta de fondo es si es posible actuar como un Estado sin ser reconocido como tal.
En términos prácticos, Taiwán funciona como un Estado soberano. «Su Gobierno ejerce un control legítimo, efectivo y no disputado sobre su población, territorio y recursos», explica a GARA Titus Chen, director del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Chengchi. Sin embargo, matiza, su soberanía externa no está plenamente reconocida: «La soberanía completa depende del reconocimiento formal y universal por parte de otros Estados, y eso no ocurre en Taiwán».
El precio de la ambigüedad
El principal obstáculo no es otro que Pekín: «Sin su presión y su insistencia en el principio de ‘Una Sola China’, la mayoría de los países no tendrían inconveniente en establecer relaciones diplomáticas con Taiwán», señala Chen. Es decir, la falta de reconocimiento formal no se basa en criterios jurídicos o democráticos, sino en la presión política y económica de China, que penaliza a quienes se atreven a cuestionar su soberanía sobre la isla.
Esta situación ha forzado a Taiwán a vivir en un statu quo ambiguo, con el que ejerce soberanía, pero sin declararse formalmente independiente. Pero ¿es sostenible?, preguntamos. Para Chen, depende del ámbito que se analice. «En términos de seguridad, el statu quo ha cambiado desde 2020, cuando China adoptó una postura mucho más coercitiva en el Estrecho [de Taiwán]. Pero en lo diplomático, puede seguir igual durante un tiempo... siempre que Taiwán luche activamente para mantenerlo».
«En un escenario de coerción intensificada, Taiwán podría verse obligado a declarar su independencia formalmente, porque está claro que la contención no impide la agresión china»
EEUU juega un papel clave en este delicado equilibrio: «Protege y, al mismo tiempo, limita a Taiwán», reconoce Chen. Aunque Washington está legalmente obligado por sus compromisos a suministrar armas para su defensa, su apoyo político y diplomático sigue siendo más simbólico que efectivo. «EEUU es a la vez un respaldo y un freno», resume.
¿Declarar la independencia? Mejor no, de momento
A nivel interno, la mayoría de la población comprende las limitaciones diplomáticas, pero no por ello las acepta con entusiasmo. «No están contentos, pero comprenden que declarar la independencia de forma oficial podría desencadenar una reacción violenta por parte de China», comenta el politólogo.
Sin embargo, Chen advierte de que una crisis grave, como una agresión militar directa de Pekín, podría forzar un cambio de estrategia. «En un escenario de coerción intensificada, Taiwán podría verse obligado a declarar su independencia formalmente, porque está claro que la contención no impide la agresión china» De hecho, «cada vez más taiwaneses entienden que hay que estar preparados para la guerra».
Esta tensión constante entre la prudencia diplomática y la afirmación identitaria ha moldeado una política exterior taiwanesa basada en la ambigüedad calculada. La isla evita gestos unilaterales que puedan ser interpretados como provocaciones, pero al mismo tiempo refuerza su aparato defensivo y estrecha lazos con democracias afines como EEUU, Japón o países de la UE. En la práctica, Taiwán opera como una nación independiente con elecciones, pasaportes propios, moneda y sistema legal diferenciado, pero sin proclamarlo oficialmente, consciente de que cualquier paso en falso podría poner en riesgo su estabilidad o incluso su supervivencia.
Taiwán transita por una fina línea diplomática, ejerciendo soberanía sin proclamarla, defendiendo su autonomía sin romper el statu quo. Esta paradoja, ser un Estado de facto sin reconocimiento de iure, resume una de las grandes contradicciones del orden internacional contemporáneo. Mientras su población consolida una identidad propia y sus instituciones democráticas ganan prestigio en el exterior, el aislamiento diplomático persiste como una herida abierta. El futuro de Taiwán dependerá no solo de los equilibrios geopolíticos en Asia-Pacífico, sino también de su capacidad para resistir presiones externas sin renunciar a los valores que definen su excepcionalidad democrática.

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