José Antonio Bautista y Luna Gámez
EL ASCENSO DEL FRENTE NACIONAL FRANCÉS

El voto del miedo

Clichy-sous-Bois tiene 30.000 habitantes y es uno de los suburbios más pobres de la periferia parisina. Todos sus vecinos, la mayoría franceses hijos de emigrantes africanos y magrebíes, hablan de los atentados de París mientras ven cómo las calles se llenan de propaganda electoral para los comicios regionales que arrancan este fin de semana. Por primera vez llega a esta localidad de la «banlieue» o periferia la propaganda del Frente Nacional, el partido de extrema derecha que señala a la inmigración como el principal problema del Estado francés.

Dos días antes de los atentados del 13 de noviembre, el partido de Marine Le Pen empezó a repartir por los suburbios de las grandes ciudades del país un total de 614.000 octavillas con un mensaje claro: «Si eres francés de origen extranjero y, sobre todo, si eres musulmán, lo mejor que puedes hacer es votar por el Frente Nacional, el partido de los patriotas. Así nadie podrá decir que eres un enemigo de Francia». La fecha elegida coincidía con el décimo aniversario del estallido de cólera en las banlieues (periferia, en francés) que, en 2005, tuvo al Estado francés en vilo y que muchos recuerdan por las imágenes de cientos de coches ardiendo y graves enfrentamientos con la Policía. Clichy-sous-Bois fue el epicentro de esta ola de violencia.

La extrema derecha lleva meses difundiendo este mensaje para ganar adeptos entre los franceses descendientes de emigrantes y las comunidades de extranjeros. Los últimos sondeos muestran que lo está consiguiendo y muchos analistas ya apuntan a que la masacre en el centro de París reforzará los resultados electorales y la popularidad de Marine Le Pen.

Un discurso xenófobo diseñado a medida. Ahmed, mecánico francés de padres libios, es uno de los nuevos electores del Frente Nacional. Vive en Mantes-la-Ville, la única localidad regida por la extrema derecha en la región parisina. Aupado por la crisis económica, los problemas de seguridad y su discurso incendiario, el partido de Le Pen pasó de tener once alcaldías y dos senadores en 2014 a ser la formación más votada en las elecciones departamentales y las europeas, en las que obtuvo el 25% de los sufragios y pasó a ser la principal fuerza francesa en el Parlamento europeo, por delante del Partido Socialista (13% de los votos) y la conservadora UMP (19%).

La clave del éxito de la extrema derecha gala está en su discurso: Marine Le Pen ya no habla de islam sino de islamismo, ni apunta su dedo acusador contra los inmigrantes sino contra el «fenómeno de la emigración», principal preocupación de los franceses según el Eurobarómetro publicado en agosto. El politólogo francés Pascal Perrineau está especializado en sociología electoral y estudia el desarrollo de la extrema derecha francesa. Este profesor del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po) resume la creciente simpatía de los franceses descendientes de emigrantes hacia la extrema derecha en una frase: «Después de mí, cierre usted la puerta».

Perrineau explica que esta reacción es un fenómeno sociológico excepcional en las comunidades extranjeras cuando se sienten amenazadas. El estancamiento de la economía francesa, con una tasa de desempleo que no cede, sumado a la conmoción causada por los atentados contra “Charlie Hebdo” y varios puntos del corazón de París, alimentan ese miedo y las hostilidades hacia franceses de origen extranjero.

El contexto actual y los prejuicios que crecen al calor del miedo son un obstáculo para el deseo de integración de los franceses descendientes de emigrantes, un grupo que ya representa el 5% del electorado del Frente Nacional. Para Perrineau, el deseo de integración, junto con su sistema de valores y los problemas de identidad, explican que haya «una minoría significativa» de franceses descendientes de emigrantes apoyando a un partido xenófobo. A diferencia de los años 60, cuando la ola de inmigración de las antiguas colonias en África lubricó el pujante mercado laboral francés, en la actualidad la economía evoluciona como el electrocardiograma de un paciente en coma. «El crecimiento económico es una máquina de integración increíble», explica Perrineau, quien alude además a «un sistema de valores que da prioridad al trabajo, al sacrificio y al orden estricto, que encajan con el tono autoritario del Frente Nacional». En época de vacas flacas, los habitantes de la periferia son los primeros en sufrir la inseguridad laboral.

Islamofobia y discriminación, terreno abonado para el Frente Nacional. Uno de los factores que mejor domina la extrema derecha gala es el «deseo de integración» de los descendientes de emigrantes, que a menudo «puede verse contrariado por una parte de la comunidad a la que pertenecen», explica Perrineau. La hostilidad creciente de una pequeña pero ruidosa parte de la población hacia la comunidad musulmana tras los atentados lo demuestra: dos días después de la masacre de París varias esvásticas aparecieron en mezquitas de Créteil y Doubs y decenas de carnicerías halal amanecieron con grafitis ofensivos, por citar algunos ejemplos.

Dhaou Meskine es desde hace 27 años el imán de Clichy-sous-Bois, uno de los suburbios más pobres y aislados –que no alejados– de la periferia parisina. Antes de escuchar la primera pregunta se apresura a mostrar su repulsa a los atentados, que asegura «no tienen nada que ver con el islam». Fue en Clichy-sous-Bois donde en 2005 estalló la violencia que se expandió hacia otras zonas del extrarradio y llevó al presidente Chirac y a su entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, a decretar el estado de emergencia, que ahora vuelve a imperar en el Hexágono. Dhaou Meskine dirige la oración en la única mezquita a disposición de los 30.000 vecinos de este suburbio de mayoría musulmana, a los que Sarkozy definió durante las revueltas como «escoria». «Le Pen miente, no tiene proyecto de sociedad», explica Dhaou, quien añade que «toda la política juega ahora sobre la seguridad y eso hace fuerte al Frente Nacional». El imán habla sobre el galopante absentismo electoral en la banlieu y lo achaca a la falta de voluntad tanto de los conservadores como del bando socialista. «Necesitan que estemos así porque el discurso de la seguridad da votos a la derecha y la miseria da votos a la izquierda», afirma Dhaou, quien reconoce que la extrema derecha aprovecha la situación para canalizar el descontento de los suburbios.

A Mariam B., francoargelina y musulmana, le sorprende que muchos de sus vecinos voten a «un partido racista» que tacha de «emigración bacteriana» a la llegada de refugiados y que exige la supresión de las ayudas sociales a quienes no tienen la nacionalidad francesa. Cree que «Francia es cada vez más islamófoba». Sin embargo, confiesa que no irá a votar porque dice que «son todos iguales». El 12 de noviembre varios políticos de primera fila dieron la razón a esta joven: el primer ministro, Manuel Valls, abrió la puerta a una alianza con listas de derecha e izquierda para evitar la victoria de la extrema derecha en varias regiones del país. Según una encuesta del diario “Le Figaro” publicada ese mismo mes, solo el 14% de los franceses cree que la situación cambiaría significativamente con un gobierno conservador, mientras que el 66% estima que la situación sería muy diferente con el Frente Nacional a la cabeza del ejecutivo.

Abdelghani Abdelmalek es un joven trabajador social de Saint-Denis, al norte de París. Asegura que jamás votaría al Frente Nacional y dice que «pocas cosas han cambiado» desde las revueltas de 2005. «En tiempos de crisis como la que estamos viviendo, los discursos de corte extremista siempre ganan terreno», opina. Su respuesta ayuda a entender la pulsión que lleva a muchos jóvenes de estas zonas discriminadas hacia la radicalización política, y también religiosa. El suburbio donde trabaja este joven de padres argelinos es el mismo en el que estallaron tres bombas el 13 de noviembre y donde cinco días más tarde se desarrolló una operación policial que acabó con dos sospechosos muertos y siete detenidos. Cinco de quienes sembraron el pánico en París vivieron en las afueras, la banlieue, y ninguno superaba los 31 años de edad.

Pocas semanas antes, el Frente Nacional anunció la creación del colectivo Banlieues patriotes (Periferias patriotas) liderado por Jordan Bardella, un joven de veinte años de Saint-Denis. «El colectivo se dirige a todos los franceses que se sientan como tales (…) y a nuestros compatriotas musulmanes que no se reconocen en el discurso y prácticas del islam radical», declaró Bardella durante la presentación del colectivo.

Los argumentos que utilizan para atraer a ciudadanos franceses de origen extranjero están cuidados al detalle. El hogar de Elie Hatem es un museo repleto de fotografías en las que aparece posando con la crème de la crème de la extrema derecha y la alta burguesía de Europa y Oriente Próximo. Francés de origen libanés, la historia de Hatem y el Frente Nacional empezó en sus años de universidad, cuando en 1972 la joven estudiante de derecho Marine Le Pen le presentó a su padre, Jean-Marie Le Pen, fundador y presidente del partido, y este le pidió ayuda para crear la estructura de la formación.

Los descendientes de emigrantes que votan al Frente Nacional son «los que realmente quieren integrarse y convertirse en franceses», opina Hatem. Asegura que «hay muchos españoles en Francia que votan al Frente Nacional» porque, según explica, es el partido que «defiende la identidad católica». Desde que en 2011 asumió las riendas, Marine Le Pen ha macerado una definición de identidad francesa enraizada en el catolicismo y ha inspirado su imagen en la de Juana de Arco, la heroína que liberó a los franceses de las garras inglesas. Hoy los enemigos son los refugiados y los emigrantes, y aquellos que desde Europa o desde París permiten mantener las fronteras abiertas y caminan fuera de su particular definición de identidad francesa.

Cinco minutos después el abogado hace malabares retóricos y pasa a explicar por qué hay musulmanes que votan a Le Pen. «El Frente Nacional fue el primer partido en tener un diputado musulmán (…). Jean-Marie perdió un ojo defendiendo a Ali Magoudi», indica Hatem en referencia al polémico escritor franco argelino, para después justificar la férrea oposición del partido a los menús escolares que respetan el credo judío y musulmán. «Cada uno en su casa que coma lo que quiera, pero en los lugares públicos hay que vivir como los franceses», dice. Desde la extrema derecha defienden que la integración pase por la homogeneización de costumbres, más útil si se trabaja desde la infancia. Un sondeo reciente revela que el 53% de los franceses está en contra de que se sirva carne halal en las escuelas.

Renovación de imagen. Desde la llegada de Marine Le Pen a la dirección del partido, la extrema derecha ha renovado su rostro para parecer más joven, diversa y cercana al pueblo. Jean-Marie Le Pen aparecía rodeado de hombres blancos en traje y no se moderaba al lucir anillos y otras joyas doradas. Ella es más discreta y cuenta en su equipo con rostros jóvenes, como el de Kelly Betesh, que aparece en la octavilla que el partido reparte estos días por las periferias de París, Marsella, Toulouse y otras ciudades.

Otra cara joven es la de Fabrice Delinde, abogado de padre vietnamita y madre antillana que se presenta en el lujoso y céntrico cuarto distrito de París. Delinde insiste en que «hay que limitar con más dureza la reagrupación familiar», la misma que hace décadas pudo haber facilitado la llegada de sus familiares. También critica «las ayudas sociales a emigrantes», aunque admite que «como abogado, sé que esa parte del discurso es difícil de aplicar porque chocará con los tribunales europeos».

Marine Le Pen no solo está cosechando votos entre los franceses de origen extranjero decepcionados con el Partido Socialista y Les Républicans –la antigua UMP de Sarkozy–, sino que también está atrayendo el interés de los más jóvenes. Cédric Marsolle forma parte de la renovada apariencia juvenil de un partido antaño reconocido por el rostro hostil y deslucido de Jean-Marie Le Pen. A principios de octubre este estudiante de derecho creó junto a otros tres compañeros la primera asociación estudiantil del Frente Nacional en Sciences Po París, cuna de la élite política francesa por cuyas aulas pasaron los presidentes Hollande, Sarkozy, Chirac y Christine Lagarde, directora del FMI. Marsolle se define como un patriota que está decepcionado con el bipartidismo francés al igual que muchos otros jóvenes a lo largo y ancho del Hexágono. Dice sentirse preocupado por «la imposición del islam en la cultura francesa» y cree que «los franceses merecen más esos servicios sociales», en alusión a la llegada de refugiados.

El profesor Perrineau explica que, entre los otros tres promotores de esta nueva asociación bautizada como Marianne –la alegoría femenina que representa los valores de libertad, igualdad y fraternidad de la República francesa–, uno de los fundadores proviene de la conservadora UMP, otro del Partido Socialista y otro del Front de Gauche, la Izquierda Unida francesa.

Cargando el fusil del enemigo. La búsqueda de aceptación y de una identidad social reconocida juega en dos ligas, la comunitaria y la nacional, amenazadas de oposición en la acción política de muchos habitantes de los suburbios que tienen miedo a reconocer su apoyo a Marine Le Pen. El escritor francés de origen magrebí Mouloud Akkouche cree que «la mayor parte de los hijos de inmigrantes que votan al Frente Nacional lo hacen para sentirse franceses y forzar su integración (…). Es una forma de estar por encima de los últimos emigrantes que llegan y que son aún más pobres». Akkouche analiza esta problemática a través de sus textos de ficción, entre los que destaca el relato “La fuite en aimant”, y recuerda que en los años sesenta la reacción de los emigrantes españoles e italianos fue similar frente a quienes llegaban de Argelia y Marruecos. «Es preferible abstenerse que cargar el fusil de tu peor enemigo», opina Akkouche antes de despedirse.

Hace varios meses que Le Pen pule sus discursos en los barrios de mayoría musulmana para sacar a flote la indignación de muchos. «En 2012, Hollande batió un récord de votos en la comunidad de origen extranjero, pero una parte se ha derechizado desde 2013», especialmente tras la legalización del matrimonio homosexual, explica Perrineau. Marine Le Pen aprovechó las manifestaciones contra el matrimonio gay y se mostró como alternativa fiable frente a muchos electores de origen extranjero que sintieron traicionados sus valores. «Argelinos, marroquíes y tunecinos no encajan el matrimonio para todos», explica el profesor. Ante las acusaciones de homofobia, Le Pen saca su as de la manga: el vicepresidente, Florian Philippot, es gay. «El Frente Nacional no es progay ni lo contrario, es pro Francia», repite una y otra vez Philippot ante los medios.

A pesar de que el partido está inmerso en varios casos de financiación irregular y que su presidenta tiene un proceso abierto por incitación al racismo y la xenofobia –comparó el rezo musulmán en la calle con la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial–, el Frente Nacional parte como favorito en varias regiones de cara a estas elecciones de diciembre. Según el sondeo encargado por France 3 al instituto Ipsos, la extrema derecha ganará con el 39% de los sufragios en Nord-Pas-de-Calais, región vecina al campo de refugiados y emigrantes que la prensa bautizó como «Jungla de Calais» y por la que transitan miles de personas con destino a Gran Bretaña. La misma encuesta señala que uno de cada tres franceses ve con buenos ojos a Le Pen, mientras que el 80% de sus votantes asegura que apoya al Frente Nacional «como muestra de rechazo al presidente Hollande».

El 15 de noviembre, tras reunirse con Hollande en el Elíseo para hablar de los atentados, Le Pen volvió a pedir «parar inmediatamente la acogida de migrantes» y puso en relación los atentados con la llegada de refugiados, además de exigir el restablecimiento de controles fronterizos y dotar de poderes especiales a las fuerzas policiales. Durante su comparecencia ante las cámaras, no pudo esconder algunas sonrisas. Como si de una premonición se tratara, las medidas que enumeró son exactamente las mismas que el Ejecutivo lleva aplicando desde el día de los atentados. Incluso el primer ministro, Manuel Valls, cambió su postura y declaró que «no podemos seguir acogiendo más refugiados en Europa». El primer sondeo electoral publicado tras el 13N otorga a Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine Le Pen, el 41% de la intención de voto en Provence-Alpes-Côte d’Azur, la tercera región más poblada y en la que se encuentran algunas de las ciudades más multiculturales del país, como Marsella.

El Frente Nacional sigue ganando terreno entre los franceses de origen extranjero, mientras el bipartidismo galo se tambalea en medio de una intensa competición por aparentar mano dura. La extrema derecha de Marine Le Pen lo ha conseguido: el centro político francés nunca estuvo tan a la derecha.