Pablo González

La Rusia de Putin decidió girar ideológicamente hacia sí misma

El autor, nacido y criado en Rusia, ofrece una interesante radiografía de la ideología imperante en la Rusia de Putin, que abraza con creciente determinación el euroasianismo y recela de Occidente

Un mural con la imagen de Putin, en Crimea. (Max VETROV/AFP)
Un mural con la imagen de Putin, en Crimea. (Max VETROV/AFP)

Desde la desaparición de la URSS, la ideología del Kremlin ha ido variando según la coyuntura. Ahora, gobierno y sociedad parecen decidirse por la línea euro-asiática, que defiende un autoritarismo a la rusa y un alejamiento y enfrentamiento con Occidente.

Rusia se ha topado con los mayores problemas desde la implosión de la URSS. En el frente interno tiene una crisis económica de difícil predicción, que ya ha golpeado seriamente el poder adquisitivo de los rusos. En el panorama internacional, la situación es la más tensa para Moscú desde su intervención en Afganistán en los años ochenta del siglo pasado. Por ello y tras años de ambigüedad, la vía ideológica se va definiendo cada vez más. Esta ideología nace de una mezcla de tradiciones históricas e influencias recientes, y responde en gran medida a lo que los rusos entienden como interés nacional.

La nueva-vieja ideología rusa se basa de manera inequívoca en la tradicional idea del nacionalismo ruso, que defiende una identidad rusa diferenciada de los valores europeos, estando a medio camino entre las influencias europeas y las asiáticas. Con Moscú como heredera espiritual del Imperio Bizantino –cuya capital Constantinopla (actual Estambul), estaba a la vez en Europa y Asia–, y con lavista puesta en constituir una potencia continental de índole euro-asiática. Se rechaza la idea de una Rusia orientada hacia Occidente, pensamiento que fue predominante desde el zar Pedro I en el siglo XVIII hasta el fin de la Rusia zarista a principios del siglo XX.

La URSS supuso un paréntesis en la euripeización de Rusia, a, en el que el nacionalismo ruso fue parcialmente sustituido y parcialmente combinado con una ideología de izquierdas. De nuevo la idea de una Rusia más occidental resurgió con fuerza tras el fin de la URSS.

El mismo Putin acogió con cierto entusiasmo esa idea, siendo el punto álgido la colaboración con el bloque Euro-atlántico tras los atentados del 11-S. Los acontecimientos posteriores, sin embargo, han hecho que paulatinamente se abandone esa idea y que Rusia se incline hacia la idea de consolidarse como una potencia regional con aspiraciones globales.

Si bien no la encabeza en calidad de ideólogo principal, Vladimir Putin dirige una Rusia cada vez más ideológicamente decidida. El considerado uno de los líderes mundiales más autoritarios no lo es en el sentido más clásico del término, y su relación e interdependencia con su pueblo es mayor de la que se podría atribuir a otros dirigentes mundiales.

Putin se apoyó en el pueblo ruso al llegar al poder, en el sentido de que ofreció a la sociedad rusa lo que esta demandaba de sus dirigentes tras los ilusionantes, pero duros, años ochenta, y el gran derrumbe económico de los noventa. Los rusos cedieron a Putin parte de sus libertades recientemente adquiridas a cambio de un Estado más fuerte, con mayor control, más agresivo con los enemigos y que protegiera más a sus ciudadanos, muchos de los cuales se sentían huérfanos tras desaparecer el coloso soviético y todo su sistema de valores.

Este contrato tácito entre Putin y la sociedad rusa funcionó sin problemas durante los primeros nueve años de su gobierno, desde 2000 hasta 2008. Se dio a los rusos lo que estos pedían, solución por la fuerza del conflicto de Chechenia. Defenestrar la versión de derrota de la URSS en la guerra fría. El mismo Vladimir Putin lo resumía en el documental dedicado a sus 15 años de gobierno cumplidos este año: «Teníamos ilusiones, creíamos entonces que tras la catástrofe del fin de la URSS, después de que Rusia por voluntad propia renunció a su propio territorio, de las capacidades productivas, que tras el fin de las diferencias ideológicas entre la URSS y el resto del mundo, que entonces la libertad y la hermandad llegaría».

Putin se incluye a sí mismo en el seno de un pueblo ruso que se habría sentido engañado. «Yo mismo pensaba que las cosas cambiarían, pero hay aspectos geopolíticos que no están ligados a ninguna ideología para nada», asegura.

Por ello, el fortalecimiento del músculo militar ruso, en profunda crisis en los años noventa, fue visto, y sigue viéndose, con entusiasmo creciente por los rusos. El mismo Putin lo resume así. «Nosotros tenemos y tendremos intereses geopolíticos. La buena palabra y una smith&wesson es mucho mejor que solo la buena palabra».

Sin embargo, lo que más le hizo ganar el favor de su pueblo fue que los rusos empezaron a disfrutar de bienestar económico estable, posible, eso sí, gracias a los inmensos ingresos del Estado ruso por los productos energéticos. Se consolidó la zona de confort de la sociedad rusa. La clase media rusa pasó a ser mayoritaria y empezó a disfrutar de su propio sueño americano en versión rusa: coches, artículos de consumo, vacaciones en el extranjero.... Para todo ello no hizo demasiada falta ideología ninguna.

En 2008 empiezan una serie de acontecimientos que hacen que a día de hoy Rusia si necesite un núcleo ideológico con el cual mantener unido al estado. El primer síntoma fue la guerra de 2008 contra una Georgia pro occidental. Fue una muestra clara de que Occidente seguía ampliando su área de influencia a costa del área rusa. Después vino la crisis económica mundial, la cual si bien al principio no golpeo a Rusia tan fuerte como en otras partes del planeta debido a que los precios del petróleo y gas se mantuvieron altos, a la larga y con la bajada de estos, sí ha llegado con fuerza al Estado ruso. La crisis ucraniana, en la que Occidente y Rusia se han enzarzado, ha acabado por dinamitar el sistema de equilibrios reinante desde 1991.

La zona de confort de la sociedad rusa empezó a peligrar a partir de 2011, y con ello la estabilidad del gobierno de Putin-Medvedev. Los síntomas de estancamiento empezaron a florecer en Rusia. Volvieron las protestas, y la popularidad de Putin toco mínimos tras muchos años de gobierno. En los años 2011/2012 su popularidad estuvo entorno al 62-65% según las encuestas, siendo posiblemente la real incluso menor en algunos momentos.

La crisis interna y externa hicieron que la vieja idea de Rusia enfrentada contra un Occidente que quiere su destrucción volviera a palestra. Putin ya dejó clara su postura sobre la URSS en su cita de 2010: «A quién no le da pena la desaparición de la URSS, no tiene corazón, y quién quiera su restauración en el mismo modelo, no tiene cabeza». La cuestión sería preguntarse que pesa más en la actualidad, la lógica o el sentimiento. La anexión de Crimea y la fiesta del sentimiento nacional ruso que ello supuso y la posterior crisis internacional con sanciones incluidas, dejan un 89% de apoyo a la gestión de Putin en el mes de junio de este año. Ello da a entender que los sentimientos se imponen a la razón en Rusia en este moment o, visto de otra manera, que la razón del enfrentamiento se impone.

Todo este movimiento de búsqueda ideológica toma cada vez más referencias, explícitas y no tanto, de la idea Euro-asiática, cuyo mayor referente ideológico en Rusia actualmente es el escritor y filósofo Aleksander Duguin (Moscú, 1962). Duguin pasó, como el mismo reconoce, por las mismas etapas que la sociedad soviética y rusa. Anticomunista primero, nostálgico de la URSS después, y finalmente defensor de una vía rusa propia en la actualidad. Duguin es además un gran defensor de Putin, quién según él, encaja perfectamente en la historia rusa. En 2012 Duguin definió así a Putin: «Establece la verticalidad del poder, se hace una figura autoritaria, parcialmente como Gorbachev y Yeltsin, pero el autoritarismo de Putin encaja perfectamente en el modelo sociológico que tenemos en la historia rusa desde los primeros condes de Vladimir (Edad Media). Es un dirigente euro-asiático que encaja en la línea de Nevsky, Iván el Terrible, Pedro I o Stalin, aquellos dirigentes cuyo gobierno acompañó al mantenimiento y ampliación del territorio», reivindica.

Duguin añade que con Putin ha comenzado un movimiento reversivo. La «recuperación de los paradigmas sociológicos que en la historia rusa acompañan al fortalecimiento de la influencia territorial, tendencias autoritarias de fortalecimiento de la verticalidad del poder, retórica de unidad nacional y retórica anti élites».

Es cierto que Putin ha acotado a las élites, representadas por la clase oligárquica, pero sigue teniendo cierta dependencia de ellas, y algunos oligarcas, como entre otros los hermanos Arkadiy y Boris Rotenberg, siguen siendo cercanos e influyentes en el Kremlin.

Lo que no quita que el interés nacional parece que se va imponiendo entre las élites rusas sobre cualquier clase de interés particular, ante todo por que estas élites se han dado cuenta, en parte gracias a las sanciones contra ellos, que su única manera de sobrevivir es mediante un fuerte Estado propio. Estado que a la fuerza debe combinar una postura de fuerza y desarrollo económico a medio camino entre Oriente y Occidente.

La sociedad rusa parece comprender y apoyar esta vía, tanto por el resquemor por las ciscunstancias traumáticas para Rusia que supuso la manera como acabó la Guerra Fría y el agravio que ello supuso para ella, como por la información que le llega desde los medios de comunicación rusos, controlados por completo por el Kremlin. Desde los cuales se alimenta la imagen de una Rusia rodeada por enemigos. Viendo como se han acercado las bases de la OTAN desde 1991, es difícil convencerlos de lo contrario.

El camino de enfrentamiento con Occidente, la creación de un espacio económico común con varias de las ex repúblicas soviéticas y el acercamiento con China o India y otras potencias emergentes, no necesariamente asiáticas, es la nueva-vieja vía rusa. Se intentó que no fuera así tras el colapso soviético, pero ahora será difícil que el clima de confianza previo a la crisis de Ucrania vuelva a aparecer.

Los sociólogos especializados en Rusia además añaden que las crisis son vistas de manera diferente en Occidente y Rusia. Los rusos están más acostumbrados a ellas, y ven ante todo una oportunidad en cada una. Habrá que seguir la evolución de los acontecimientos, pero la ruptura Moscú-Washington y Bruselas, puede que no será definitiva, pero si duradera. Moscú no va a abandonar sus intereses europeos, pero su política pierde su orientación hacia Occidente.