Aitor Azurki
BRIGADAS INTERNACIONALES EN IRUN

Primeros Brigadistas. Los grandes olvidados

Irun, agosto de 1936. Llamados por la solidaridad antifascista, decenas de jóvenes internacionalistas cruzan el río Bidasoa para unirse a la lucha contra Franco. Son los primeros días de la Guerra del 36. Muchos de aquellos internacionalistas se dejaron la vida en la primera línea, pero apenas se han realizado estudios sobre ellos. Rescatamos algunos nombres, vidas y trayectorias con una misma lucha: la libertad.

Había una larga fila de muertos nada más entrar al hospital de la Cruz Roja en Irun, expuestos allí, esperando a que fuera gente a identificarlos. Mi padre los veía diariamente, cuando iba a visitar a su amigo Leopoldo Linazasoro, herido en la batalla de San Marcial. Día tras día allí seguían, sin ser identificados». La eterna hilera de cuerpos era el claro ejemplo que el histórico comunista Marcelo Usabiaga (Ordizia, 1916-Donostia, 2015) daba a su hijo Miguel (Donostia, 1961) al ser preguntado por los republicanos fusilados en el caserío Pikoketa de Oiartzun el 11 de agosto de 1936. «Nunca se podrán saber todos los nombres –añadía el difunto antifranquista–. Y es que en esos primeros días de la guerra había en Irun mucha gente de fuera y nadie sabía que estaban aquí: mineros asturianos, ferroviarios madrileños y muchos extranjeros».

La referencia a este grupo de foráneos fue la chispa que prendió la mecha de una larga investigación que comenzó en 2007, acerca de los combatientes internacionalistas que lucharon desde los primeros días en la ciudad fronteriza contra las tropas de Franco. «Mi padre me contó que estaban hospedados en el palacio Arbelaiz de Irun. Tenían ahí el Socorro Rojo Internacional y habían llegado algunos polacos y belgas, con los que había hablado un poco», cuenta el escritor, quien ha materializado su ardua investigación en una novela titulada “Flores de la República” (Catarata, 2015).

No en vano, los recuerdos sobre los primeros luchadores internacionales son «muy vagos, muy imprecisos; alguno recordaba a algún belga…». Fue así como, hurgando con paciencia en centenares de documentos y libros, investigando en diferentes archivos españoles, rusos, italianos... Usabiaga comenzó a desenterrar del ostracismo nombres, historias y vidas sepultadas, primero, por los vengativos vencedores y la desmemoria democrática después.

Gran número de comunistas italianos. «Leía todo lo publicado sobre la guerra en Irun y en algunos libros aparecían indirectamente citados algunos nombres italianos», relata el escritor. Así fue como se puso en contacto con el AMPI (Instituto Nacional por la Historia del Movimiento de liberación) en Italia, y pudo conseguir los primeros expedientes de los izquierdistas italianos que acudieron a Gipuzkoa. Es el caso de Alberto Donati, muerto en combate el 2 de setiembre de 1936 en la posición de Puntza (Behobia), en la primera línea de fuego contra los franquistas que subían de Nafarroa.

Donati había entrado en Irun desde el Estado francés, donde llevaba desde 1930 con un largo historial antifascista a sus espaldas: nacido en Piacenza en 1895, se inició en la carrera militar, siendo subteniente del cuerpo técnico del Ejército durante la Primera Guerra Mundial. En 1922 emigró a Estados Unidos y Argentina, aunque seis años más tarde regresó a su país natal; de ahí, a Francia. «La mayoría de los italianos eran exiliados comunistas que venían escapados de Italia por antifascistas, movilizados por los comités de solidaridad y el Socorro Rojo Internacional», explica Usabiaga. No en vano, según documentación fascista, en ese tiempo Donati «profesaba ideas anarcoides» y frecuentaba «los elementos subversivos de Toulouse». Se inscribió en el Partido Comunista de Italia en 1932 y cuatro años más tarde encontró la muerte en la defensa de Irun, a consecuencia de las «graves heridas recibidas en su puesto».

La misma suerte corrió también su paisano Mario Martini, quien falleció combatiendo en la misma posición en los primeros días de setiembre. Martini apenas había cumplido 35 años, pero su juventud no le impidió labrarse una dilatada trayectoria antifascista: nacido en 1901 en Pianoro, cerca de Bolonia, Mario era un joven albañil que ya en 1921 fue arrestado y acusado de haber participado en un enfrentamiento armado contra fascistas. En 1922 compareció ante la Corte de Bolonia para responder de siete intentos de homicidio así como posesión de armas y bombas. Fue absuelto.

Pero su lucha no cesó ahí, ya que dos años más tarde fue apuñalado por los fascistas, por lo que, tras seis meses de ingreso en un hospital, en 1927 pasó clandestinamente al Hexágono para reencontrarse con su hermano Marcelo, también exiliado antifascista. Para entonces, Martini se encontraba ya en busca y captura por «comunista». No obstante, prosiguió con su actividad revolucionaria en París, hasta que en agosto viajó a Irun y falleció en el frente.

Otro de los caídos fusil en mano fue Pietro Bertoni. Nacido en Bolonia en 1902, fue miembro del comité comunista de su ciudad y se enfrentó muchas veces a las escuadras fascistas. Entre 1922 y 1923 sufrió varias condenas y fue expatriado al Estado francés, hasta que partió a Euskal Herria. Su hijo Spartaco quiso acompañarle, pero Pietro no se lo permitió por su corta edad: 16 años. Aunque, posteriormente, el hijo siguió los pasos antifascistas de su progenitor y murió en 1945 en un campo de concentración, tras luchar como partisano contra los nazis. Pietro falleció, concretamente, el 28 de agosto en su puesto de Puntza por herida de metralla en la cabeza. Su compañero Roberto Bagianni, superviviente de Florencia, narró cómo lo vio caer a su lado. Ese mismo día, muy próximo a él, perdió la vida también el voluntario francés Theodulf Brion, de Chalons sur Marne, «por heridas de metralla con amputación del muslo izquierdo», tal y como certifica el parte facultativo. A diferencia de Pietro, Theodulf sí que había llegado a Euskal Herria acompañado de su hijo Henri, quien, afortunadamente, sobrevivió a la lucha.

El 3 de setiembre, unos pocos kilómetros más adelante, en Behobia, apostado en su puesto, el voluntario belga René Pasque era alcanzado por un proyectil de artillería mientras se combatía desesperadamente contra el avance sublevado hacia el corazón de la ciudad fronteriza. Su compañero Louis Boulanger fue testigo de lo sucedido e informó a su jefe belga Georges Vereecken, con una petición especial para su familia: «René ha muerto en el frente y ha sido enterrado al mismo tiempo por un obús. Avisad a su madre, Ninove, con dulzura. Ella creía que su hijo René se encontraba en Francia».

Amigos en el frente. ¿Se conocerían Donati y Martini? ¿Bertoni, Bagianni, Theodulf y Henri? «Sin duda. Los primeros días ya llegan bastantes brigadistas a la lucha, al llamado de la solidaridad antifascista y muchos entablan amistad en las trincheras», subraya el escritor donostiarra. De hecho, los extranjeros llegados de diferentes partes del mundo eran agrupados juntos: «Una vez en Irun, todos se conocían, ya que el Socorro Rojo Internacional tenía en el palacio Arbelaiz su alojamiento y el Comité de Guerra, en cambio, en el cuartel de las monjas del Pilar en Irun».

Según su investigación, fueron al menos 24 italianos los que acudieron a unirse a la lucha a Gipuzkoa, dieciséis polacos, doce franceses, ocho belgas, cinco alemanes, dos checoslovacos así como un austriaco, un húngaro, un rumano y un yugoslavo. «Luego hay una lista de 21 nombres que aparecen de una forma muy somera en publicaciones, pero que no hemos podido confirmar su nacionalidad ni información alguna; extranjeros sí, pero sin clasificar», cuenta. Como varios luchadores eran comunistas, Usabiaga también escribió al antiguo archivo de la Internacional Comunista en Moscú, que le mandó la información disponible sobre los nombres consultados.

Todos los brigadistas convivían juntos y eran comandados, entre otros, por el judío italiano Remigio Maurovich, apodado Gorizia. «Nació en 1899 en una zona colindante con Croacia, que antes de la Segunda Guerra Mundial era parte de Italia; de ahí su apellido eslavo», apunta el escritor. Carpintero de profesión, en 1920 Maurovich se adhirió al Partido Comunista italiano. Desde entonces su vida fue un constante ir y venir entre Italia y los países colindantes: arrestos, expulsiones, despidos, juicios...

En 1930, cansado de sentirse permanentemente perseguido, se trasladó clandestinamente a Yugoslavia. Se proclamó orden de busca y captura y en 1932 cuando lo detuvieron en Zurich junto a otros antifascistas. Expulsado de Suiza al Estado francés, fue puesto en libertad en París. Tras varios arrestos más, en agosto de 1936 acudió a Irun, donde se le encargó la jefatura de los antifascistas italianos.

Gorizia falleció en setiembre de 1936, resistiendo en la defensa de la ciudad fronteriza hasta las últimas casas, hasta la última posición en las vías del tren, en el puente internacional, a pocos metros de la frontera. «Agotaría hasta la última bala antes de morir. Esto es al menos lo que decían, sorprendidos, los gendarmes de los internacionales que estuvieron hasta el último momento, porque llegaban al otro lado del río con los cargadores vacíos. Habían peleado hasta la última bala», explica Usabiaga.

«Heroicos combates» de brigadistas en Irun. En la información que llegó desde Rusia, se describían como «heroicos combates» los librados por los jóvenes voluntarios contra los franquistas, que entraban en Irun a sangre y fuego para cortar la frontera.

Sin duda, uno de los finales más terribles fue el del italiano Arrigo Gojak, herido el 3 de setiembre cerca también del puente internacional. Justo un día después, fue ejecutado a sangre fría por los franquistas cuando estaba convaleciente de sus heridas en el hospital de Irun, adonde había sido evacuado la víspera. Gojak era natural de Trieste, nacido en 1898 y mecánico de oficio. Comunista, en numerosas ocasiones se enfrentó a los fascistas. En 1928 fue condenado a destierro durante cinco años y emigró clandestinamente al Estado francés. Un año más tarde, se marchó a Moscú, donde recibió formación militar en la Escuela Internacional Lenin bajo identidad falsa. Declarado en busca y captura por las autoridades italianas, acudió a Gipuzkoa, donde perdió la vida.

«La certeza de las muertes proviene de tres fuentes: de los archivos, de los testimonios y del registro civil de Irun, pero en este último no están todos los nombres, ya que estos muertos en combate en los últimos momentos de la caída de la ciudad no figuran. Los franquistas, cuando entraron en Irun, se encontraron con muchos cadáveres y no los enterraron dignamente; directamente realizaron unas fosas al lado de la carretera de Behobia y los sepultaron allí», relata Usabiaga.

Muchos antifascistas de Polonia. Otro numeroso grupo de voluntarios era el de los polacos, ya que su país natal era gobernado en aquellos años por un régimen «semidictatorial. Los judíos y comunistas tenían problemas y muchos se exiliaron a Francia o Bélgica, desde donde acudieron a Euskal Herria», explica el escritor. Uno de aquellos luchadores fue el judío Leon Baum, quien murió el 24 de agosto en el hospital de Irun, por «herida de arma de fuego en cavidad abdominal», tal y como se indica en la certificación facultativa del registro.

Baum tuvo el fatal honor de ser el primer voluntario parisino muerto en la guerra, lo que causó una profunda impresión en el París obrero y en el mundo judío progresista de la época. Incluso la prensa internacional se hizo eco de la noticia, ya que la suya fue una vida entregada a la lucha: nació en 1906 en el barrio obrero de Lodz, en Polonia, en el seno de una familia judía. Huyendo de la miseria, viajó junto a su madre a Berlín, donde trabajó y militó en organizaciones de izquierdas y sindicatos judíos.

En 1933 fue expulsado de Bélgica y terminó en París. Allí ingresó en el Partido Comunista francés. Detenido por la Policía, fue expulsado del país, pero regresó clandestinamente y fundó el Bellevier Arbeter Club, el club obrero de Belleville. Finalmente, en agosto de 1936 alcanzó Irun junto con un grupo de voluntarios polacos. El resto sobrevivió a la batalla y escapó en una lancha motora a Donibane Lohizune. De allí consiguieron llegar a Barcelona para proseguir la lucha, conformando la Brigada Internacional Dombrowski.

En dicho grupo de voluntarios polacos se encontraba Joseph Epstein, otro destacadísimo judío polaco. «De repente, descubro que una plaza de París lleva su nombre. ¿Cómo era posible que en Francia tuviera una plaza y en Euskal Herria ni se le conociera? Es cuando investigo toda su apasionante vida de compromiso, que incluso fue recogida en el documental ‘Joseph Epstein, bon pour la légende’», explica el investigador. Nacido en 1911 en Zamosc, ya a la temprana edad de 15 años entró en contacto con grupos revolucionarios. Viajó a Varsovia para estudiar Derecho, donde ingresó clandestinamente en el Partido Comunista polaco. A los 18 años era un destacado miembro del partido, arrestado por agitador. Tras escapar a Praga, es expulsado y se exilió en el Estado francés. Tan pronto como tuvo conocimiento del golpe de estado franquista, viajó a Irun, donde resultó herido en el frente y se le evacuó a Ipar Euskal Herria. En 1938 volvió a la península para combatir en primera línea en Albacete.

Después de que se perdiera la guerra, tras pasar por el campo de concentración de Gurs (Pirineos Atlánticos), ingresó en la Legión Extranjera francesa para luchar contra los nazis. Fue hecho prisionero por los alemanes y enviado a un campo de concentración, del que escapó y, en 1942, se convirtió en un destacado jefe de la Resistencia en la región parisina, hasta el punto de que fue el inventor de una nueva técnica de guerrilla urbana. Al final, nuevamente fue detenido, terriblemente torturado y terminó siendo fusilado por los nazis en abril de 1944 como Joseph André –su nombre en la Guerra Civil–. Sus verdugos ni pudieron arrancarle su verdadero nombre, ni desterrarlo al olvido.

Al igual que Baum y Epstein, hay otro hombre, comunista y judío, a quien es necesario sacar a la luz: se trata de Jacques Menachem, un excapitán del Ejército francés y reservista veterano de la Primera Guerra Mundial que rápidamente adquirió rango en las luchas de Gipuzkoa: capitaneó un grupo de dos centenares de combatientes vascos, franceses, belgas, polacos y alemanes así como organizó la defensa de la zona de Puntza (Behobia), donde tantos brigadistas perdieron la vida. Menachem demostró en dicha posición de Behobia su control del fusil ametrallador junto a dos belgas, al disparar dos o tres tiros, pero únicamente cuando los franquistas asomaban la cabeza.

Al caer herido, Menachem fue evacuado al Hospital de Hendaia, donde murió días después. A su lado, falleció también por las heridas producidas en Puntza el izquierdista alemán Stern, según varios testimonios de compañeros.

La fascinante sanitaria judía. Entre estos internacionalistas también había arrojadas y valerosas mujeres, como Esther o Estera Zilberberg, alias Estoucha. «Es el diminutivo de Esther o Estera en polaco –apunta Usabiaga–. Existe un libro con ese título, ‘Estoucha’, escrito por su hijo en francés; lo leí y me encontré con una historia extraordinaria». No en vano, su vida fue de película: nacida en Kalisz, ciudad polaca con una importante minoría judía, a los 20 años, gracias a los padres de una amiga, Estoucha viajó a Bélgica para estudiar Medicina.

Estoucha se adhirió al Partido Comunista belga y en 1936, recién estallada la guerra y con sus estudios recién terminados, se inscribió como sanitaria en la contienda. Partió con un amigo y compañero de estudios, el judío polaco Abram Gotinski; el billete de Bruselas a París lo pagó el padre de este. Salieron, exactamente, el 8 de agosto de 1936, junto a ocho obreros de la fábrica de armas Herstal y miembros de la Unión Socialista Antifascista, que llevaban desmontadas en sus maletas varias ametralladoras Hotchkiss robadas en la factoría.

Por desgracia, tres días después de llegar a Irun, Abram murió en combate. El padre del joven jamás se perdonó el hecho de haberles ayudado con los billetes. La pérdida fue también atroz para Estoucha, quien trabajaba como sanitaria entonces. «Un día, me encontraba muy cerca de la ametralladora instalada sobre una colina cuando vi al ametrallador morir bajo el fuego de los fascistas que avanzaban. ¿Qué hacer? Tomé el puesto del tirador y, cuando vi correr a los enemigos hacia nosotros, creo que cerré los ojos, pero disparé», anotó después la joven en su diario.

Su compromiso con la libertad se acrecentó en Irun y Estoucha marchó a Bilbo para seguir como sanitaria, integrada en el batallón comunista Perezagua. Más tarde fue herida en la famosa batalla de Villarreal, en Araba. Tras recuperarse, se le encomendó una nueva tarea, concretamente, como redactora jefe de la revista “Mujeres”, bajo el seudónimo de Juanita Lefévre. Perdida la capital vizcaína, el 20 de junio de 1937 saltó a Santander, donde, amén de sanitaria, trabajó como locutora de radio para transmitir en francés dos boletines informativos diarios. Mas la joven fue más allá: su dominio de las lenguas le llevó a aprender ruso en un cursillo intensivo de diez días, con la intención de emplearse a fondo como traductora de los asesores militares soviéticos que colaboran con la República.

Pero, cuando Santander cayó en manos golpistas, Estoucha consiguió huir en barco al Estado francés, desde donde volvió a entrar al Estado español por Catalunya para colaborar en los servicios sanitarios de las Brigadas Internacionales y para ejercer también como traductora con una escuadrilla de aviadores soviéticos. La guerra llegaba a su fin y cruzó la frontera con identidad falsa, para colaborar con la resistencia contra los nazis con el nombre de Jeanne Dubois. Fue detenida, torturada y terminó en el campo de concentración de Mauthausen, hasta que, al final, fue liberada.

Son vidas, historias, trayectorias de lucha y sacrificio rescatadas del más absoluto de los anonimatos. Artemio Agosti, Santiago González Artigas, Tomasso Ciapelloni, Gian Battista Fratti, Angelo Antonini, Armando Negroni, Giuseppe Fabi, Mentore Torelli... ¿Cuántos más serían en total?

Aún quedan muchos nombres por recuperar, recordar, dignificar. Aquí no figuran todos los que fueron, pero sí algunos pocos, representantes involuntarios de todos aquellos combatientes extranjeros que dieron su vida por la libertad y que forman parte ya de las páginas más valerosas y solidarias de la historia antifascista de Euskal Herria.