Iker Fidalgo
Elkarrizketa
JOAN FONTCUBERTA

«En la era postfotográfica, la privacidad se ha convertido en una reliquia»

El artista, fotógrafo y ensayista catalán vuelve a la primera línea del ensayo con la publicación de su último volumen, titulado “La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía” (Galaxia Gutenberg, 2016). Su siempre sugerente producción artística se traslada de nuevo al trabajo escrito con este libro que pretende situar el escenario que conforma nuestra relación con la producción y difusión de la imagen. En un mundo hiperconectado y bombardeado por constantes estímulos visuales, conceptos como autoría, memoria o espacio político buscan nuevos lugares desde los que actuar. 7K conversa con Joan Fontcuberta en torno a estas cuestiones que modelan nuestro presente y que, sin duda, plantean nuevos y desconocidos horizontes para el devenir de la cultura visual.

Antes de nada, ataquemos directamente al título de su último libro como una forma de entender el terreno sobre el que nos vamos a mover. ¿Qué podríamos entender como postfotografía? ¿Qué nuevas relaciones suscita?

La fotografía nace con un mandato ideológico preciso que es sustentar los valores de la revolución industrial, de la cultura tecnocientífica, del colonialismo, es decir, de todos aquellos movimientos y sensibilidades que dan una cierta sustancia, histórica, económica e intelectual al siglo XIX. Por lo tanto, nace con una serie de valores que se activan en el momento en que utilizamos una cámara. Esta no es inocua ni inocente y conlleva en su propia naturaleza, el soporte de toda una serie de maneras de mirar al mundo y, por lo tanto de modelos de comprender la realidad. En cambio, la postfotografía sería un estadio evolucionado. Se trataría de los residuos de lo que queda de esa cultura visual cuando se ha visto implementada por dos revoluciones digitales, la globalización, la cultura de lo virtual, la economía de lo inmaterial o la hipermodernidad. Si la fotografía en el fondo responde a las exigencias del siglo XIX, la postfotografía hace lo propio con las exigencias propias del XXI.

En esta era que presenta se puede afirmar que existe una obsesión por todo lo visual. ¿Cómo influye esta tendencia en el desarrollo social?

La visualidad centraliza nuestras formas de conectarnos con la realidad. La imagen está en el eje de la sociabilidad contemporánea y nuestra vida con los demás pasa por la imagen. Pero esta ya no se contenta con representar el mundo, sino que se convierte en parte fundamental de él. Bill Gates, cuyo perfil no responde precisamente al de una personalidad de la cultura y del arte, afirmó: «Quien quiera controlar los espíritus debe controlar las imágenes» y, en 1989, constituyó Corbis, el banco de imágenes digitales más grande del mundo. Hoy debemos asociar la imagen a una posición de poder; a través de ella somos capaces de formatear la opinión pública, generar modelos de realidad e incidir en las formas de interacción social.

A pesar de esto, en la era de la edición digital la inocencia del espectador ya no es tal. La credibilidad se encuentra ahora en los registros inmediatos que se comparten en cientos de plataformas casi a tiempo real. ¿Cómo valora esa relación entre veracidad e inmediatez?

Que el espectador hoy está mejor educado y que conoce mejor las capacidades de manipulación de la imagen es cierto. Pero no seamos ingenuos: también la imagen y los manipuladores se sofistican. Por lo tanto, esa distancia peligrosa entre nuestra capacidad de interpretación y el hacer que las imágenes sirvan a determinados intereses sigue siendo la misma. De hecho, alude a un problema que más que educativo es político. Puesto que vivimos en una sociedad principalmente logocéntrica (basada en la palabra), la educación visual se descarta en los procesos formativos y son el arte y el activismo los que asumen una labor pedagógica que, en un escenario normalizado, debiera ser dominio de las instituciones educativas. Por otro lado, es cierto que la retórica de la veracidad hoy se construye a través de unos signos gráficos muy distintos. La mala calidad de la imagen, el granulado y la sensación de inmediatez aluden a una sensación más testimonial y menos intervenida.

¿Es entonces sintomático de un proceso de cambio?

En el fondo lo que está sucediendo es que estamos construyendo una nueva retórica fruto de las herramientas que estamos usando, donde la calidad y la perfección de la imagen no es más que un efecto buscado para dotarla de un mayor poder de convicción. Lo que está pasando es que cambiamos la interpretación de unos elementos estéticos asociándolos a unos valores éticos. Esto es interesante, porque viene dado justamente por esta postfotografía en la medida en que representa una imagen más masificada y banalizada.

La proliferación de dispositivos de creación y plataformas de difusión se nos vende como la libertad para representar e imaginar nuestro propio mundo. ¿Cuánto hay de realidad en este proceso?

Algunos teóricos lo llaman el «capitalismo de las imágenes». Las vendemos, comercializamos y consumimos. El valor no se limita a un producto manufacturado sino que ahora reside en las imágenes intangibles, alterando así el concepto de bienes de consumo por imágenes de consumo. Esto explica la avalancha avasalladora que producimos y que, a pesar de las estrategias de marketing, no es para nada emancipadora, sino que más bien nos deja sumidos en un espacio de pasividad y sumisión.

Lo que sin duda ha alterado es la noción de intimidad, ¿no cree?

En la era postfotográfica entiendo que la privacidad se ha convertido en una reliquia. No existe tal como se entendía hace unas décadas. Hay estudios que establecen que el concepto de privacidad nace en la Inglaterra victoriana. En épocas anteriores, la idea de tener un espacio propio era impensable. Corresponde a un principio de la burguesía que se refleja en la evolución de la arquitectura de los hogares. Aun así, no es para nada algo relativo a nuestra naturaleza, sino más bien un efecto histórico y social que puede ser replanteado y cambiar. Vemos ahora otra manera de situar las fronteras entre lo público y lo privado que, sin duda, tiene mucho que ver con lo generacional, pero también con esas nuevas tecnologías que hoy en día utilizamos, así como con la proliferación de relatos personales en las redes sociales.

En su libro hace mención al fenómeno «selfie» como una forma de expresión. ¿A qué se refiere concretamente?

Los autorretratos han existido siempre, la diferencia principal radica en que hoy tenemos los recursos e instrumentos para poder llevarlos a la práctica de una manera mucho más espontánea y directa. Eso hace que encontremos en este acto la satisfacción de un impulso de autoafirmarnos, una manera de situarnos y de anclarnos en el tiempo y en el espacio. En ese sentido no hacemos más que alimentar una especie de instinto, la necesidad humana de perpetuarse más allá de lo efímero de la vida. De una manera muy accesible podemos dejar marcas de nuestro paso por el mundo, lanzando a su vez señales y avisos para el grupo social con el que deseamos interactuar.

Pero a veces parece que viviéramos la realidad desde la pantalla del smartphone, ¿no intuye también un coleccionismo enfermizo de instantes?

Es una necesidad de acumular trofeos. En la vida vamos recolectando momentos o elementos que justifican que nuestra experiencia vital sea relevante. Necesitamos una cierta constatación de transcendencia, de que no pasamos sin dejar unas marcas, unas huellas para los demás. Creo que esto es un poco metafísico, pero los humanos siempre hemos tenido esta preocupación. Ahora hablamos de la imagen pero esto también lo hemos hecho siguiendo muchas otras pautas, la religión, determinadas formas de cultura... para mí son formas de dejar pistas de nuestro paso.

Por el contrario, este legado es inmaterial, el archivo digital conlleva siempre un riesgo de desaparición. ¿Qué lugar queda para la presencia del recuerdo?

Los soportes están migrando hacia otro tipo de formatos inmateriales. Aun así yo diría que el gesto persiste y que es simplemente la materialización, el resultado o la consecuencia de ese gesto lo que cambia. Es cierto que ya no hay fotos enmarcadas, pero hoy esas mismas imágenes están en la memoria del teléfono que llevamos o en las bases de datos a las que tenemos acceso inmediato a través de nuestra conexión a internet. Lo que necesitamos es el vínculo con ellas, porque suponen a su vez la sustitución o la presencia evocada de un círculo de personas o instantes con las que mantenemos lazos afectivos. Esa necesidad de que la imagen sirva para fortalecer esos lazos sigue existiendo, antes en las mesas de nuestros salones y hoy en el bolsillo en nuestro smartphone.

Una vez delimitado este contexto, ¿cuál cree que debería ser el espacio de actuación de las artes visuales?

Siempre he visto una cierta dicotomía enfrentada cuando hablamos del arte. Por un lado, el arte que se refiere al mercado y a la industria cultural y que intenta producir unos objetos estéticos que son objeto de intercambio capitalista. Por otro, una faceta del arte que la entiendo como un laboratorio de ideas, una confrontación o un campo de batalla crítico donde llevar a la deriva la situación en la que nos encontramos. A mí me interesa más este arte crítico que no se obsesiona con el mercado y la producción de mercancía, sino que es un arte de ideas y de actitudes que intenta provocar cambios en la conciencia del espectador.

También el arte contemporáneo incide en cuestiones como la sobresaturación de imágenes y la reutilización. ¿Cómo debería posicionarse?

Por un lado, entiendo que la masificación de imágenes efectivamente implica la necesidad de una actitud ecológica respecto a la propia imagen, pero eso no significa que ya no podamos producir más. Lo que debemos hacer es analizar cuáles son las imágenes que faltan, trabajar sobre aquellas que fueron censuradas o que nunca pudieron hacerse visibles. Sin duda hay un cúmulo de imágenes que aún faltan por producir y que corresponden al dominio de la investigación artística.

¿Y cómo se enmarca en este escenario la noción de autoría?

En un mundo en que internet prevalece como sistema de comunicación y de conexión, la condición de autor cambia. Ya no son autorías individualizadas que siguen el modelo del capitalismo ligado a la Modernidad sino que hoy yo preconizaría la idea de una autoría compartida en red, donde intervienen diferentes capas y que desde luego problematiza ideológica y económicamente el manejo de la imagen en la medida en que el autor ya no es un individuo único. Por tanto, toda la cuestión de los derechos de autor debe ser revisada críticamente.

Estamos entonces en un proceso de cambio constante que se altera a gran velocidad. A modo de cierre: ¿Hacia dónde evoluciona esta relación que venimos describiendo? ¿Cuál será el siguiente paso?

Es la misma naturaleza de la imagen la que va a evolucionar de forma dramática y radical en la cultura visual. Las imágenes son cada vez más inmateriales, la imagen digital cada vez se parece más a la imagen mental y entonces la pregunta será: ¿Necesitaremos materialidad para la imagen en el futuro o simplemente la imagen será una pura transmisión de impulsos eléctricos de una córnea a otra córnea o de un cerebro a otro cerebro? Resulta muy difícil vaticinar lo que pasará, pero yo diría que la cuestión principal reside en hasta qué punto la imagen será realmente algo volátil, pura alma sin cuerpo que nos abocará a un tipo de comunicación sin materia.

 

Joan Fontcuberta i Villá (Barcelona, 1955)

Artista, ensayista, crítico y docente. En 1998, fue premio estatal de Fotografía y en 2011, de Ensayo por su libro “La cámara de Pandora”. Su producción artística ha sido expuesta en países como Estados Unidos, Japón o Canadá y su obra se encuentra en colecciones privadas de espacios como el Museum Of Modern Art (MOMA) de Nueva York o el Centre Pompidou de París. Su relación con la producción fotográfica ha conformado una trayectoria crítica que se refleja también en su producción escrita, trabajando en torno al poder de la imagen, la noción de veracidad o el contexto social en el que esta se desarrolla. En 2008 la Asociación de Artistas Visuales de Catalunya lo eligió como presidente y en el 2013 le fue concedido el premio internacional de la Fundación Hasselblad de Suecia, uno de los galardones más relevantes de la creación fotográfica a nivel mundial.