Mertxe Aizpurua
Elkarrizketa
arnaldo otegi

«Por razones poderosas, hay interés en no hablar de Catalunya porque demuestra muchas cosas; la primera, que se puede hacer»

Desde su excarcelación hace ahora un año, y tras permanecer en prisión seis años y medio, Arnaldo Otegi ha desplegado una actividad incesante. Una larga gira europea, la campaña electoral de EH Bildu, su inhabilitación como candidato, un mapa parlamentario en la CAV inédito, la refundación de Sortu... No duda en calificar estos doce meses de frenéticos y muy intensos. Con la impresión de que ha pasado muy rápido, se muestra satisfecho por haber respondido al gran reto que percibía a la salida de prisión: «reordenar la casa» y devolver el orgullo y la ilusión a la gente de ser parte de la izquierda abertzale.

Hace un año le preocupaba la falta de pulso que detectaba en la izquierda abertzale porque, según decía, en la medida en que esta perdía el pálpito, el país también lo perdía. ¿Se ha recuperado?

Sí, la izquierda abertzale y el independentismo están recuperando el pulso, pero al país todavía le falta mucho. Ahora nos tenemos que dedicar a que lo recupere el país. A este país le falta ponerse frente al espejo y tomar determinadas decisiones.

¿Qué refleja ese espejo, según usted?

A mí me llama mucho la atención la lejanía con la que se vive lo que sucede en Catalunya. Es una paradoja que un país como el nuestro, que ha luchado siempre por sus libertades nacionales, en el momento en que Catalunya va al choque de trenes con el Estado, lo viva como si estuviera a miles de kilómetros. Algunos quieren mirar hacia otro lado y no se dan cuenta de que en Catalunya se juegan una buena parte de nuestras libertades nacionales. Por eso digo que el país todavía no ha recuperado el pulso.

La izquierda abertzale ha reorientado su estrategia y, tras el proceso de refundación de Sortu, en su plancha de dirección hemos visto un relevo generacional importante. ¿Qué supone?

Una gran tranquilidad, porque cuando los procesos de liberación se alargan, como es nuestro caso, tienen el hándicap de que se produzcan rupturas generacionales sin que haya transmisión de valores y principios. Hemos conseguido hacer esa traslación del proceso de liberación nacional y social y, junto con ello, cambiar el modo de decisión de la línea política y el método de elección de la dirección. Creo que Sortu ha hecho tres grandes cosas: ha reordenado la casa y la estrategia, ha planteado el cambio generacional y, además, ha adoptado métodos democráticos para hacerlo. Me parece que el balance es muy positivo.

En movilizaciones de diferentes sectores llama la atención la presencia mayoritaria de gente de cierta edad. ¿Qué pasa con las generaciones jóvenes?

El proceso de liberación nacional se ha sostenido sobre las espaldas de la generación que va desde el 56 hasta los primeros años de los sesenta. Esa generación se ha educado en unos valores militantes que va a mantener de por vida y es la que acude a las movilizaciones. Quizá, las generaciones más jóvenes no conectan tanto ni con nuestras formas de militar ni con nuestras formas de movilización. Ese es un reto, porque si este país quiere culminar su proceso de liberación nacional, necesita de los sectores juveniles. En este sentido, tengo la impresión de que últimamente ha habido un cierto despiste: el motor del proceso de liberación de este país es la cuestión nacional. Otra cosa diferente es que, desde el punto de vista social, queramos construir un estado y que este sea un estado socialista, pero no podemos perder el punto de vista esencial que es el motor de lo que ha sido la lucha de este país, que es la cuestión nacional. Si perdemos el pulso ahí, nos vamos a perder en el camino.

Tantos años de conflicto han marcado política, social y culturalmente a la sociedad vasca. ¿Cree que la fractura se va recomponiendo? ?

Diría que a nivel social está bastante recompuesta. Eso no quiere decir que todavía no haya espacios de sufrimiento y de desencuentro importantes, pero en sectores cada vez más minoritarios. Ocurre que el Estado quiere cobrar un precio político con la paz. Y el precio político es que se ponga en una bandeja la cabeza de la izquierda abertzale, que esta renuncie a lo que ha sido durante 40 o 50 años y que comparta un relato, que es un relato de parte. Aquí ha habido violencias en plural, una estrategia violenta por parte del Estado, que es estructural y se mantiene, miles de torturados y conculcaciones de derechos humanos por parte de ETA.

O ponemos todo esto encima de la mesa o, de lo contrario, será un relato que no va a construir la convivencia, sino la victoria de una parte de la sociedad sobre la otra. Y eso es una irresponsabilidad. Esa es la batalla del relato. No tiene nada que ver con la ética. Tiene que ver con la política.

Siguen pendientes cuestiones no resueltas como la de los presos…

Es una carga más dolorosa aún para la izquierda independentista y el Estado juega con ello. Los presos son hoy más rehenes que nunca y el Estado mantiene la hipoteca de los presos para que no pongamos en marcha un proceso independentista. Yo estoy esperanzado con el proceso de debate interno del colectivo y no porque vaya a solucionar todos los problemas, sino porque el colectivo se adecuará a la nueva fase política. Nosotros vamos a respetar y defender lo que decidan, sea lo que sea. Tal y como dije en el discurso de la fundación de Sortu, los vascos y las vascas tenemos derecho a vivir en una nación sin presos, sin deportados ni refugiados, y en la que no haya fuerzas de ocupación.

Hay un cambio cultural que va más allá de las fronteras. Sin embargo, los problemas de fondo no solo no han cambiado sino que se han agravado en todo el planeta...

Estamos en medio de una crisis civilizatoria, en medio de un cambio climático cada vez más evidente, en una trayectoria cada vez más profunda de desigualdad social. La crisis económica y financiera ha golpeado de tal manera que a la gente se le ha caído un mundo de certezas para sumirla en un mundo de incertidumbre.

Todo esto se acentúa, además, porque estamos en un proceso de aceleración histórica. Hemos vivido décadas sin que pasara nada y ahora en dos años todo ha cambiado. Nadie sabe si dentro de cinco años la Unión Europea seguirá existiendo, nadie sabe qué va a pasar con Donald Trump, nadie sabe qué va a pasar en el Estado español… En este mar de incertidumbre, las generaciones jóvenes, educadas en la perspectiva de que con una carrera universitaria, dos másteres y hablando tres lenguas tendrían casi con seguridad una vida plena, con trabajo y una casa... todo eso se ha ido al carajo. Y con todo ello se ha ido al carajo una buena parte de las ideologías y las religiones que daban sustento a determinados sectores sociales.

Ante ese panorama, sería lógico pensar que la izquierda tiene el terreno abonado. Y, sin embargo, son los valores de la derecha los que se imponen...

En esta aceleración histórica hay un levantamiento de las clases populares contra las élites a nivel global. Esto en algunos lugares se expresa con el Brexit, en otros con Donald Trump y en otros con opciones más progresistas. En periodos de crisis y en tiempos de incertidumbre la gente necesita de liderazgos sólidos. En ese escenario, la gente otorga a la izquierda poca credibilidad y busca en las posiciones autoritarias y reaccionarias una especie de refugio para sus propias frustaciones económicas, sociales y culturales. Esa es la tragedia. Si la izquierda no ocupa ese liderazgo lo ocupan los sectores más reaccionarios.

¿Considera que hace falta un rearme ideológico desde la izquierda?

O inoculamos en la gente el virus del que hablaba Gramsci y hacemos que la gente disponga de instrumentos ideológicos para seducir y convencer, o no lo vamos a lograr. Los grandes medios de comunicación van a jugar a lo que juegan, a estabilizar el sistema; y quienes deseamos socavarlo no tenemos más que la palabra y la convicción. El problema es que las izquierdas deben dotar de esos instrumentos a la gente.

¿Y la izquierda está a la altura de ese reto?

Creo que no. A veces entendemos la militancia dentro de las estructuras de los partidos, y ese es un estilo de militancia que se acaba. La militancia hay que hacerla en el centro de trabajo, entre los amigos, en las asociaciones. Se trata de transmitir el virus que decía Gramsci, el virus que socava el sistema. Y ese virus se transmite boca a boca. No hay otra manera de hacerlo. Aunque de la misma forma que no soy partidario de la militancia estricta tradicional, pienso por otro lado que debe haber un núcleo organizado y cohesionado que dedique a esta tarea parte de su vida. Si no, no hay manera de avanzar.

¿También lo ve difícil en Euskal Herria?

Tenemos buenas condiciones para el cambio social, pero también percibo una sociedad bastante autosatisfecha, con niveles de vida importantes y que se ha hecho más conservadora. Pero, al mismo tiempo, el nivel de desigualdad ha crecido, el horizonte de muchos jóvenes es marcharse para poder encontrar trabajo o, tras haber cursado dos carreras, trabajar por seis euros la hora. Todo esto existe, pero todavía no somos capaces de darle forma y plantear la alternativa. Además, hay algo que el sistema neoliberal sí ha conseguido. Eso que los jóvenes definen tan bien cuando dicen «esto es lo que hay». Esa frase define perfectamente cuál es la situación. Han conseguido meter en la cabeza de la gente que esto es lo que hay, que no se puede cambiar y que cualquier alternativa ecónomica o política es peor.

¿Considera necesaria una alianza internacional de izquierdas?

Sin duda, aunque, por ahora, tengo la impresión de clamar en el desierto. En la conferencia ante la Fundación Rosa Luxemburgo lo dije claro; necesitamos una nueva Internacional. Sería la Quinta y quizá no deba ya llamarse así, pero si hay algo cierto es que el sistema juega a nivel global y nosotros también debemos hacerlo. Viví desde la cárcel lo que ocurría en Grecia y algunos nos preguntábamos dónde estaban la izquierda, los sindicatos europeos, los vascos... Nos pasamos la vida hablando de la troika, del Banco Central Europeo, de la oligarquía alemana o de la Unión Europea como estructuras de dominación, pero no se ha convocado una huelga general a nivel de continente. Debemos converger en luchas globales. Haciéndolas globales va a ser difícil ganar; haciéndolas por separado es, sencillamente, imposible.

Piensa que a Syriza se la dejó sola...

A Syriza se la deja sola. Después es muy fácil decir que Tsipras es un pequeño burgués vendido al imperialismo, que es muy yanki y que siempre fue así. Pues no. A Tsipras le pusieron una pistola metafórica en la cabeza. Le dijeron: muy bien, como hagas este plan, no tienes dinero para nada, ni para pagar a los pensionistas. Y él cedió. Se puede ser más o menos crítico con lo que hizo, pero ¿quién tiene en Europa la autoridad moral para decirle qué a Tsipras? Mientras él dio la batalla, aquí nadie se movió. No entendimos que esas batallas ya no se pueden ganar en un país. Soy partidario de estructurar a nivel mundial y europeo un foro de organizaciones sociales, políticas y sindicales que queremos construir el mundo desde otro punto de vista.

¿Y en su gira europea ha detectado si hay posibilidades para crearla?

La izquierda es consciente del problema, pero tengo la impresión de que está muy inmersa debatiendo en el marco que pone el sistema. La izquierda necesita recuperar su relato del mundo, el que pone a la gente en el centro y a partir de las personas construye una alternativa. Creo que eso lo hemos perdido y entramos a discutir en términos de eficiencia energética, eficacia económica, servicios públicos o mixtos… que son debates que hay que hacer, pero son debates de expertos. La izquierda tiene que hablar de emociones.

Volvamos a Euskal Herria y al proceso soberanista del que tanto se habla. ¿Existe realmente? ¿Dónde nos encontramos?

De momento, no hay proceso. Tengo la impresión de que llevamos años dando vueltas a una rotonda de la que no somos capaces de salir. Términos como soberanía, autogobierno o comisiones parlamentarias han secuestrado el debate porque han llevado a la gente a pensar que esas son cosas de la política y los medios de comunicación. Debemos prestigiar el debate sobre la soberanía.

Al hablar de soberanía no hablamos de un programa político sobre un papel, sino de instrumentos para hacer frente a los problemas de todos los días. Soberanía es tomar decisiones en política económica y política social y debemos conectar las necesidades de la gente con el término soberanía; hacerle ver que, al final, la soberanía es recuperar el control de nuestras vidas y hay que hacer de ello un debate popular. Por ahora estamos lejos, aunque tengo la sensación de que empezamos a introducirlo.

¿Se puede dar ese proceso sin la suma del PNV?

Por el momento, estamos obligados a iniciar un proceso soberanista sin el PNV porque la dirección de ese partido no quiere ponerlo en marcha. Esto es así. Hay quien lo vive como una tragedia y hay quien lo presenta como la gran confirmación de que el PNV es el gran satán del país. No es ni una cosa ni la otra. El PNV no está en un proceso soberanista porque, entre otras cosas, sin estar en él, le va bastante bien y para qué meterse en líos. En cualquier caso, ese no es el problema. El problema es si los independentistas o los soberanistas, en estos últimos años, hemos sido capaces de poner encima de la mesa una oferta que haya conectado con la gente. Hemos estado en la agenda de un proceso de paz en el que el Estado no tenía ningún interes y no nos hemos ocupado de ello. El arrope de Gure Esku Dago o los votos de quienes en Vascongadas y Nafarroa votan por opciones que defienden la soberanía certifican que hay un caldo de cultivo suficiente para el proceso. Hace falta ponerlo en marcha y a eso es a lo que nos tenemos que dedicar ahora.

Se insiste mucho sobre el derecho a decidir pero se hace poca pedagogía sobre la independencia...

Las encuestas ya dicen que el 70% de los vascos y otro tanto de navarros están a favor del derecho a decidir. Esa es una conquista que ya está alcanzada en la mente de la gente. En Nafarroa con un margen más ajustado, pero en el Parlamento de Gasteiz 57 de los 75 diputados dicen que somos una nación con derecho a decidir. Por tanto, creo que ya no se trata tanto de discutir si tenemos derecho a decidir o no, sino de plantear un ejercicio práctico de ese derecho y para eso es necesario hacer pedagogía independentista. Yo soy independentista. Quiero decidir para crear un estado independiente. Junto con la puesta en marcha del proceso soberanista, desde EH Bildu debemos poner una alternativa clara por construir un estado. En la medida que lo hagamos crecerá el nivel de independentismo en el país. Si nadie hace eso, no puede crecer.

Se han producido cambios importantes en Nafarroa y también en el norte con la creación de la Mancomunidad de Ipar Euskal Herria. ¿No sería este el mejor momento para iniciarlo?

Debemos tener siempre presente cuál es el nivel de relación de fuerzas en cada territorio. En toda nuestra historia, en un país dividido como el nuestro, pocas veces hemos tenido tres administraciones dispuestas, como mínimo, a colaborar. Eso es un acontecimiento histórico. Aquí siempre ha habido dinámicas centrífugas; centrípetas ha habido pocas. Y ahora tenemos la posibilidad de poner en marcha una de estas. Al mismo tiempo que hacemos la apuesta por un proceso de tres ritmos, es necesario construir simultáneamente dinámicas y estrategias de carácter nacional.

¿Una estrategia nacional en tres ámbitos ?

Sí, porque estoy convencido de que cuando se levante la bandera del independentismo o de la necesidad de un estado ligado a las necesidades de la gente, cuando veamos con claridad que el Estado no se democratiza, cuando nos demos cuenta de que un previsible escenario de ruptura o confrontación abierta en el Estado por parte de Catalunya hace ese Estado económicamente inviable, cuando aceptemos que las bases materiales y económicas del llamado estado de las autonomías han colapsado, el debate independentista será el debate central de nuestro país.

En el norte también se han producido hitos como la activación de fuerzas muy diferentes para el impulso del desarme de ETA y el llamamiento a la implicación de los estados. ¿Por qué lo que es posible en un lado resulta imposible en el otro?

Hay varias razones. Una es que el impacto de la lucha armada en Hego Euskal Herria ha generado determinadas condiciones que dificultan algunas cosas. Esa puede ser una explicacion aceptable. Pero hay una segunda razón más importante. En el sur, el independentismo de izquierdas es un fuerte adversario electoral, cosa que no ocurre en Iparralde. Si el abertzalismo de izquierdas estuviera en el 25% de los votos, probablemente los acuerdos serían bastante más difíciles. Para el PNV es fácil hacer cosas en Iparralde, pero en Hegoalde se juega la hegemonía electoral con nosotros. Eso es lo que dificulta enormemente los acuerdos a este lado. Pero, por encima de todo, quiero destacar a esa generación de militantes extraordinarios de la izquierda abertzale que han tejido una red de complicidades y compromisos que permiten alcanzar acuerdos plurales en el norte del país. Creo que tenemos que aprender mucho de estos y estas militantes.

Dificultad para acuerdos en el sur y subida de tono en declaraciones…

Antes nos decían que había que acabar con la violencia armada. Pusimos de nuestra parte todo para que así fuera, surge un escenario como el actual y, de repente, ya no somos socios para la paz, somos contrincantes electorales. El nivel de agresividad con el que el lehendakari se dirige a EH Bildu y a determinadas personas en concreto no responde al intento de ser socios en la paz. Nos ven solo como contrincantes electorales. Y esto dificulta los acuerdos.

A lo largo de esta entrevista ha hecho continuas referencias a Catalunya. El referéndum despunta ya sobre el horizonte de este verano...¿Es posible abrir a tiempo ese segundo frente al Estado que viene propugnando?

De momento, no. Desgraciadamente, porque lo que va a cambiar al Estado español va a ser Catalunya. Esa es mi certeza; pase lo que pase, nada va a ser igual después del proceso catalán. Desde Euskal Herria deberíamos aportar un ejercicio de solidaridad, porque también allí nos jugamos nuestros derechos nacionales.

Que nadie piense que nuestra vida va a ser mejor dentro del Estado español si se derrota a Catalunya. Claro que sería necesario abrir el segundo frente al Estado, porque así este sería más débil, pero ahora mismo no estamos en condiciones de hacerlo con la intensidad que exigiría ponerle en un aprieto. Además, por razones poderosas, hay un interés mediático y político para no hablar de Catalunya. Y no se quiere hablar porque Catalunya demuestra muchas cosas; la primera, que se puede hacer.

¿Quién no quiere que se hable de Catalunya?

El PNV tiene poco interés; el Estado ninguno y no sé hasta qué punto Podemos lo tiene. El problema es que nosotros tampoco hemos hablado mucho de Catalunya en los últimos años. Además de demostrar que el Estado no se va a democratizar, Catalunya es una prueba de que si se quiere, se puede, porque en el Parlamento de Gasteiz hay mejor relación de fuerzas que la que tiene el independentismo en Catalunya. Demuestra también que no hay terceras vías y por eso resulta incómodo. Recuerdo, décadas atrás, cuando nos decían que debíamos parecernos a los catalanes; ahora ya no les gusta nada. Y antes había que parecerse a los irlandeses o a los escoceses, hasta que dejaron de gustarles. Es curioso cómo a medida que a nosotros nos van gustando, ellos se van desenamorando.

Recientemente escuché decir a Iñaki Anasagasti en una tertulia radiofónica que nosotros (EH Bildu) queremos un proceso como el de Catalunya para que ellos (PNV) acaben como Convergencia y EH Bildu como hegemónica. Dijo que para eso no hacían ese viaje. El problema de mi buen amigo Anasagasti es que, igual que el PNV, confunde intereses de país con intereses de partido. Si conquistáramos un estado independiente, a nosotros nos daría igual que el hegemónico fuera el PNV durante los siguientes veinte años.

¿En qué centrará sus esfuerzos durante los próximos meses?

Las fuerzas que forman EH Bildu están interesadas en iniciar este camino, creo que la mayoría sindical podría estarlo y deberíamos sumar a sectores de independientes e intelectuales pero, al mismo tiempo, vamos a hacer el esfuerzo de alcanzar acuerdos de mínimos entre las fuerzas políticas y sociales de Nafarroa y Vascongadas para llevar a Madrid un marco democrático que, desde nuestro punto de vista, Madrid no va a aceptar. Pero vamos a estar en los dos esfuerzos. Lo que no vamos a hacer es jugar a una sola carta, porque necesitamos un estado como medida de autoprotección para la que nos viene encima. Con la humildad que haga falta y con la fuerza que tenga en el inicio, pero hay que poner la bola de nieve a rodar porque puede ser una bola imparable.