Teresa Suárez Zapater
El abandono de los pozos mineros

Asturias, vida negra

Desde principios del siglo XVIII y durante casi doscientos años, la explotación carbonífera en las cuencas mineras del Caudal y del Nalón constituyó uno de los pilares fundamentales para el desarrollo económico del Principado de Asturias. Durante los años 80 y 90, la crisis industrial golpeó de manera drástica las cuencas mineras asturianas, obligando a más de 20.000 trabajadores a abandonar sus puestos de trabajo progresivamente.Treinta años más tarde, la gran mayoría de los pozos mineros se encuentran abandonados, recubiertos por la maleza, protagonizando sin quererlo el presente de una región anclada en el pasado y que mira hacia un futuro pesimista, agravado por la crisis económica.

Un autobús rompe cada hora el silencio que desde hace décadas se ha instaurado en el valle de San Juan, en el concejo de Mieres. Durante más de medio siglo, el eco de las máquinas y de las voces de miles de obreros recorrieron sin descanso sus montañas. La llegada de la mina cambió por completo su paisaje, su historia y su identidad, convirtiendo el pequeño valle mierense en un destino atractivo para miles de personas que se instalan en barriadas como Rioturbio o Murias, construidas expresamente a principios de los años 50 para acoger a las familias de los trabajadores de los alrededores.

Los años de esplendor industrial son un vasto recuerdo de otro tiempo. En la actualidad, el valle de San Juan es uno de los rincones más olvidados del concejo, con un pasado industrial aún muy presente a través de los restos de explotaciones cercanas como el pozo Polio.

Caracterizado por sus dos castilletes gemelos, Polio es el perfecto ejemplo de la situación que atraviesan actualmente muchos de los pozos de la comunidad. En su interior, el tiempo se ha detenido por completo. Los rayos del sol iluminan dos grandes máquinas de extracción completamente oxidadas, que en su día, y durante más de 40 años, ascendieron y descendieron centenares de hombres a las profundizadas de la tierra. Paulino Pardo Hevia, minero actualmente prejubilado, lo recuerda bien, Polio fue su primer pozo en el año 1952 hasta su cierre en 1994. «El pozo era todo un ejemplo a seguir, uno de los pozos más modernos y con mejores condiciones que he visto en mi vida». Poco queda de esos años de fulgor tecnológico. Hoy en día, Polio es un amasijo de hierros descuidado y condenado al abandono más absoluto.

Polio no es un caso aislado. San José en Olloniego, Pumarabule en el Carbayín o Tres Amigos en Mieres son solo algunos de los nombres de una enorme lista de pozos que se mantienen en pie por puro azar. No todos han corrido la misma suerte, algunos han escapado de la decadencia convirtiéndose en bienes de interés cultural o transformándose en museos, centros pedagógicos o atracciones turísticas para aquellos aventureros con ganas de ponerse en la piel de un minero por un día.

Pese a los años de crisis, el carbón sigue siendo una parte muy importante de la cultura contemporánea asturiana. No hace falta alejarse demasiado para darse cuenta de ello. Quince minutos en coche desde Oviedo, la capital, son suficientes para llegar a Mieres, el corazón de la cuenca del Caudal.

Un entramado de enormes y largos tubos blancos procedentes del aún en activo lavadero de carbón El Batán, da la bienvenida a sus visitantes. A pie de calle, la población está envejecida y la media de edad ronda entre los sesenta y setenta años. La gran mayoría de los hombres que pasean por la calle son grandes y robustos. Todos se conocen y se saludan alegremente: cada uno de ellos comparte un pasado común manchado de una manera u otra por el hollín del carbón. Hernán Rodríguez, de 59 años, es uno de ellos.

Numerosas fotografías decoran las paredes verdes de su salón, entre ellas destaca un retrato de un Hernán joven, con la cara ennegrecida, recién llegado al pozo San José de Turón. «Los jóvenes como yo, sin estudios, estábamos destinados a trabajos como la construcción, la restauración, trabajos de poco nivel… Nadie quería entrar en la mina, la puta mina como decíamos, pero sin la puta mina no viviríamos. Es un amor entre algo que te da la vida y también te la quita…Yo siempre tuve la esperanza de poder salir». Hernán entra en el Pozo San José en el año 81, con 23 años, en una época en la que la mina daba trabajo directamente a más de 30.000 personas, una cifra ya en decrecimiento tras la llegada de los planes de reconversión y consigo los primeros cierres. «De aquella ya se hablaba que a la mina le quedaba poco, pero no estaba claro, las informaciones eran ambiguas… Durante los veinte años que estuve trabajando siempre escuchábamos las mismas historias, pero al final siempre llegaba un convenio que lo salvaba todo. No te lo creías, no querías creerlo», recuerda.

En 2010, tras años de negociaciones, aplazamientos, barricadas y manifestaciones, la Unión Europea dicta su sentencia final: El 31 de diciembre de 2018, toda explotación minera de interior deberá cerrar sus puertas. La fecha pone fin de manera clara y concisa a una situación agonizante desde hace más de cinco décadas. De las casi más de cincuenta minas que existieron a mediados del siglo, solo dos continúan activas, Carrio y San Nicolás, dando trabajo a menos de 1.500 personas en total.

Años de mucha lucha. Lejos quedan los años en los que los mineros gritaban revolución y salían a las calles para luchar por mejores condiciones o evitar los cierres. José Antonio García, minero prejubilado, recuerda las protestas en los años 90, tan solo unos años antes del cierre definitivo del pozo San José de Turón. «El espíritu de lucha siempre estaba ahí, es algo que nos caracterizaba, que nos unía, siempre había algo por lo que movilizarse y en aquellos momentos de tanta tensión la única cosa que queríamos es que esto no acabase, no solo por nosotros, sino por las generaciones futuras».

Los fondos mineros, juntos con las prejubilaciones y el mantenimiento de una cuota fija para beneficiar al carbón autóctono frente al extranjero, constituyeron los tres ejes principales del plan del entonces presidente español Felipe González, para impulsar un modelo económico alternativo e iniciar la transición hacia el cierre. Dos décadas más tarde el balance es agridulce. Los 6.000 millones de euros de los fondos mineros han tenido una repercusión limitada, envuelta en una nube de corrupción. Es cierto que muchas de las infraestructuras se han mejorado, pero a nivel económico y laboral la situación de la población, especialmente para los jóvenes, es precaria y peor que hace veinte años. Las comarcas mineras presentan la mayor tasa de paro de la región con un 20%, siete puntos por encima de la media asturiana. «Nuestros padres y abuelos estaban completamente explotados en un trabajo mecánico y repetitivo, pero había una serie de certezas, sabían que podían mantener a sus familias. Nuestro futuro no tiene nada que ver con eso, está completamente barrido», afirma Juan Ponte, de 33 años, actual concejal de empleo y patrimonio del Ayuntamiento de Mieres. Juan forma parte de esa generación joven que ha crecido bajo un contexto minero y que ahora vive las consecuencias de la mala gestión de su fin. «Los más jóvenes están destinados a irse porque los planes de reconversión no fueron eficientes, pero no todos pueden permitírselo. Además, uno de cada dos jóvenes no tienen estudios secundarios, lo que dificulta aún más su inserción laboral». La falta de empleo ha provocado que en los últimos años la población en ambas comarcas haya descendido en 40.000 habitantes, según la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (SADEI). «Nos dirigimos hacia una sociedad precarizada, de trabajo low-cost. Quien quiera quedarse en Mieres dependerá por completo de un sector servicios que no puede hacer frente a ciudades mucho más competitivas como Gijón u Oviedo», sentencia el joven concejal por Izquierda Unida.

Sin duda alguna, el carbón tiene sus días contados y para muchos ya forma parte del pasado. Europa prepara poco a poco su descarbonización absoluta para afrontar un futuro de energías limpias, respetuosas con el medio ambiente. Mientras tanto, Asturias encara esta recta final bajo la presión de sacar a las cuencas del abandono y ofrecerles un futuro alternativo más allá del carbón.