Janina Pérez Arias
Elkarrizketa
Lynne Ramsay

«Estamos pagando mucho dinero por una entrada, por lo que ir al cine tiene que convertirse en toda una experiencia»

Al final de la tarde, Lynne Ramsay (Glasgow, 1969) disfruta de los últimos rayos del sol del día en una terraza situada frente al donostiarra mercado de La Bretxa. Sobre la diminuta mesa bailan las burbujas dentro de una copa de cava; en su rostro, una sonrisa de esas que te reconcilian con el mundo. Saluda desde lejos, en medio del bullicio de coches y paseantes; hace apenas unas cinco o seis horas que hemos estado hablando. «Podría quedarme a vivir aquí», dice mientras su evidente alegría se acentúa, dejando entrever un lado travieso que acompaña con una risa contagiosa. Lynne Ramsay es bajita, de cabello oscuro, labios rojos, cálida de trato, dicharachera. Bañada por el encanto de la luz de las casi-siete-de-la-tarde, retoma la conversación que hemos mantenido en el hotel María Cristina «¿Sabes qué? Un ex novio siempre me decía que soy una mujer con cojones». Esto último lo dice en castellano y riendo.

Su ex novio parece que tenía toda la razón. Ramsay es una cineasta auténtica, cuya osadía le ha llevado a ubicarla en un apartado propio, creado por y para ella, dentro de la cinematografía de Gran Bretaña, y por ende, de la europea. Formada como fotógrafa, posteriormente estudió en la National Film and Television School en Beaconsfield (cerca de Londres) y, desde su primer cortometraje, “Small Deaths” (1996), premiado en el Festival de Cannes, esta realizadora escocesa llamó la atención tanto del público como de los expertos en cine.

Se siente muy cómoda orquestando sus oscuras historias, en las que explora la violencia tanto interna como externa. Puede que sea explícita con la sangre, pero Ramsay se las ingenia para que nos quedemos pegados a la butaca, fascinados con esas poderosas imágenes que probablemente se nos alojarán para siempre en la memoria.

Deslumbró con su debut, “Ratcatcher” (1999), un retrato de la infancia en el Glasgow de los 70, rodado en Maryhill, el barrio de clase obrera donde creció. Para su segundo largometraje se apoyó en la novela homónima de Alan Warner, “Morvern Callar” (2002), sobre una mujer que, tras el suicidio de su novio, se adueña de su novela y con el dinero emprende un viaje de aventura. Volvió nueve años más tarde con otra adaptación, la del escalofriante thriller psicológico “Tenemos que hablar de Kevin” (2011), basado en el aclamado libro del mismo nombre, publicado en 2005 y escrito por Lionel Shiver.

Tras esa historia extrema de “amor” materno-filial, que dejó paralizado tanto al público como a la crítica, a su pesar Ramsay protagonizó dos intentos fallidos que terminaron en escándalo: el de “Jane got a gun”, cuando abandonó el proyecto por desavenencias con los productores, así como cuando hasta Steven Spielberg interfirió para arrebatarle “The Lovely Bones”, una historia que terminó dirigiendo Peter Jackson. Cabe destacar que ambas películas no dieron los mejores resultados y hay quienes, a día de hoy, se preguntan si en manos de Lynne Ramsay los destinos de estos trabajos hubieran sido diferentes.

Su cuarto e impecable largometraje, que se estrenará en nuestras salas comerciales el próximo día 24 y que está protagonizado por un rara avis de la interpretación como es Joaquin Phoenix, está basado en la novela homónima del autor estadounidense Jonathan Ames. La historia de Joe, un veterano de guerra que vive en su casa de toda la vida con su anciana madre y trabaja como detective, y cuya especialidad es rescatar a niños raptados y dados por desaparecidos, fue premiada en el Festival de Cannes por partida doble: Mejor Guion (compartido con el filme de Yorgos Lanthimos “El sacrificio de un ciervo sagrado”) y el premio a la Mejor Actuación Masculina para Phoenix.

¿Cómo logró el equilibro entre la parte de acción de «En realidad, nunca estuviste allí» y el viaje interior del personaje principal?

La violencia se encuentra dentro de Joe (Phoenix), ya que vemos marcas en su cuerpo plasmadas en sus cicatrices. La forma en la que lo vemos es primero más como lo harían las cámaras de vigilancia de un circuito cerrado de televisión; es decir, mecánicamente, en sus entradas y salidas de un sitio a otro. Pero entonces esa violencia se convierte en algo más personal. No quería que fuese un acercamiento centrado en que la violencia está en su mente, por eso me propuse escapar de todos los clichés que pueda tener un personaje como ese. Y quería retarme a mí misma al eludirlos. También su físico era muy importante, ya que, si bien tiene una figura imponente que le permite convertirse con facilidad en una verdadera bestia, no quería a un tipo sexy como los de Hollywood, con los músculos abdominales marcados, sino que más bien que tuviera barriga. Todos eran elementos importantes que contribuían a subrayar su vulnerabilidad.

En medio de esa historia tan oscura, ¿cómo halló los puntos de luz, sobre todo para el público? ¿Por qué era importante darle claridad?

Se trataba de buscar el equilibrio, lo que representó todo un desafío. Las primeras proyecciones de la película fueron muy importantes, porque a través de las mismas pude sentir al público. La primera proyección en Cannes fue muy especial, no por el hecho de estar en ese festival, sino por la propia reacción de los espectadores: hubo gente que lloró, que se sintió realmente impactada. Por cierto, mi hermana también estuvo allí y me contó lo impresionante que había sido ver todo aquello. Y en ese momento es en el que te das cuenta de que has hecho algo con mucha fuerza. Y, si bien la historia es bastante oscura, el personaje tiene su momento de redención.

Redención es una gran palabra…

Lo sé… Debería retirarla de lo que acabo de decir (se ríe). Tal vez exista una palabra más pequeña que “redención” para explicarlo mejor.

En el cine actual se tiende a explicar cada detalle de las historias. Pero usted reta al espectador a que haga él mismo el puzzle. ¿Es así por la novela de Jonathan Ames o fue una decisión propia?

Usé la novela como inspiración. Cuando Joaquin aceptó, pensé «¡Dios, Joaquin Phoenix dijo que sí!». Entre tanto, yo tenía aún un millón de cosas por hacer, incluyendo la búsqueda de locaciones por todo Nueva York. Cuanto más estudiaba al personaje, me daba cuenta de que tenía que despojarlo de los clichés, además de algunos aspectos que estaban en el libro, pero que no queríamos que tuviera en la película. Hablé mucho con Joaquin Phoenix, y en algo estábamos de acuerdo, y es que no queríamos contarle al público todo sobre Joe, ni explicarle cada cosa que pasara. Joaquin interpreta su personaje de una forma que no sabemos qué va a hacer en la próxima escena, y allí está una de las claves para que te quedes a ver lo que va a ocurrir después. A veces puede que te preguntes: «¿Pero qué demonios es eso?», y es que realmente resulta fascinante porque es tan impredecible. Es cierto que hay una tendencia en el cine a sobre explicarlo todo, incluso las secuencias de violencia; sin embargo siempre he pensado que tiene más poder el que retemos a la imaginación. Ahora mismo estamos viendo que la televisión está ofreciendo cosas realmente buenas, muchas de ellas hasta son mejores que las películas que se ven en una sala de cine. Entonces, si tienes en cuenta que estamos pagando mucho dinero por una entrada, definitivamente el cine tiene que convertirse en una experiencia y, por eso, como realizadora, tengo que desafiar los límites para hacer que ir al cine resulte toda una experiencia cinematográfica.

Una verdadera artista. «Ya se sabe, Cannes es Cannes», Lynne Ramsay opta por el sobreentendido cuando se refiere a la cita cinematográfica en la que se escriben las primeras líneas (y, a veces, los nefastos puntos finales) del que será el destino de las películas que se presentan en cualquiera de sus secciones.

En el influyente festival de la Riviera francesa, el trabajo de Lynne Ramsay siempre ha sido bien acogido y reconocido, desde aquel primer cortometraje que presentó en 1996. Sin embargo se atreve a decir esto: «Creo que soy casi la única persona en el mundo a la que no le gusta mucho la idea de que una película suya sea presentada en Cannes» y se ríe refiriéndose específicamente al estrés que lleva consigo una misión como esa. Para muestra, una confesión: la versión de “En realidad, nunca estuviste”, cuando se presentó en Cannes, para ella no esta terminada del todo.

Cuenta Joaquin Phoenix que quiso trabajar con Ramsay como fuera, que ni siquiera se leyó el guion antes de dar el sí y, en cuanto tuvo su agenda despejada, la directora escocesa no dudó en adelantar el rodaje. Después de una «experiencia sin igual», tal como ha descrito su trabajo con Lynne, Phoenix no ha dudado en calificarla como «una verdadera artista», lo cual son palabras mayores si se piensa que este actor se resiste a usar una palabra tan pisoteada en el mundo del cine. Sin embargo, en el caso de Lynne Ramsay, tal como declaró en un medio estadounidense, esa era la mejor palabra que la podría describir.

Tilda Swinton dijo sobre usted: «Lynne es una de esas directoras extrañas que crea un tipo de películas que no serían posibles si ella no existiera». ¿Dónde encontró usted los ‘cojones’ para rodar esas historias?

(Risas) Mis cojones crecieron en Glasgow, en medio de la locura. Provengo de una familia de clase obrera, crecí en un ambiente donde te tienes que levantar gracias a tus propios recursos, en medio de un mundo de machos, aunque es innegable que las mujeres tienen el control. No sé realmente cómo responderte, pero pienso que hoy en día como mujer debes mantenerte firme en tu punto de vista. Para las mujeres puede ser bastante duro, porque si eres hombre dicen «¡Oh, qué loco, qué artístico!», pero, si eres mujer, te enfrentas a actitudes bastante cínicas. A veces resulta difícil, pero pienso que, si no crees en lo que haces, la gente tampoco creerá en tu trabajo. Eso es importante para mí. Tienes que darle un espaldarazo a tu trabajo en un 100%, lo cual cuesta esfuerzo y dinero. Es que al final se trata de hacer películas emocionantes y me encanta ver al público viendo mis filmes, para constatar que, de alguna manera, les toca. Pienso que existen muy buenos realizadores que admiro mucho, no es que me esté incluyendo en ese grupo, pero es gente que defiende la visión que tienen, sin ninguna excusa ni miramiento.

Usted tiene una actitud muy honesta, además de una voz propia desde el punto de vista artístico. ¿Cree que la industria del cine puede tener un problema con eso?

Existen varias personas que han insistido bastante en que haga una película completamente diferente a las que ya he realizado hasta ahora, y con ello me refiero a verdaderamente diferente, con final feliz y todo (se ríe). Sabes que no vas hacerlo porque está muy alejado de esa voz propia tuya, pero sobre todo porque se trata de algo en lo que crees realmente. Sin embargo, me encantaría hacer una comedia. Por otra parte, mantengo mi círculo de colaboradores, conozco el trabajo desde el punto de vista técnico y por eso siempre me propongo a alcanzar un nivel más alto. Lo perverso de la industria, no es solamente el aspecto intelectual, es que te hacen cumplir obligaciones ineludibles.

Tiene una forma muy particular de trabajo con sus actores. Joaquin Phoenix ha dicho que nunca había trabajado con tanta cercanía, tanto física como humana. ¿Cómo ha desarrollado usted esa forma de trabajo con sus intérpretes?

No sé de dónde viene. La cosa es que mi primera película la hice con actores «naturales»: nunca les di el guion, sino que cada día les contaba lo que iba a suceder. De esa manera se mantenía como una especie de emoción porque, en realidad, no sabían lo que pasaría después. Me quedé con esa experiencia y, aunque he trabajado con actores profesionales, los que no lo son han sido como una fuente de inspiración no solo para mí sino también para los intérpretes profesionales. Me gusta tener esa combinación tan interesante, y es un recurso al que suelo recurrir. He trabajado con intérpretes geniales como Samantha Morton, que es una asombrosa actriz; con el fantástico John C. Reilly; con Tilda Swinton, que es la persona más modesta que he conocido jamás y con quien me mantenía intercambiando impresiones e ideas; o Ezra Miller, a quien le conocí bastante joven, y cuando lo vi me dije: «¡Ese es el chico!» después de hacer un casting con unos quinientos actores jóvenes para el papel principal en “Tenemos que hablar de Kevin”. Recuerdo que, cuando estaba rodando “Movern Callar”, a alguien se le ocurrió hacer un video de mí mientras dirigía una escena nocturna y captaron el momento en el que rodábamos esa escena. Se me ve haciendo un sinfín de muecas, fue muy gracioso. Me di cuenta de que prácticamente había hecho ese viaje con los actores, que me había convertido yo misma en un personaje más. Quien lo vea desde fuera, puede pensar que es absolutamente demente el hecho de seguir tan cerca a los actores, pero yo disfruto plenamente de ese proceso. Mis películas están bastante centradas en los personajes, y me encanta acompañarles, aunque siempre me preocupo de que sea el camino correcto. Por lo demás, creo que he sido muy afortunada por haber tenido la oportunidad de trabajar con los mejores actores del mundo; al menos, yo así lo creo.