Marian Azkarate - Sebastian Smith
EL ORO QUE ESCONDE LA SELVA

Los Waiãpi se preparan para la guerra

En el corazón de la Amazonía brasileña y únicamente armados con arcos, flechas y algún teléfono móvil –la tecnología les permite colgar sus protestas y enseñar su vida tradicional en las redes sociales–, los indígenas Waiãpi se preparan para defender su hogar. Temen ser invadidos por los lobbies de minería que codician el oro escondido bajo el mar verde y les preocupa que se repita la masacre de los años 70.

Tzako Waiãpi recuerda perfectamente la primera vez que se topó con un hombre blanco mientras cazaba en la selva amazónica: a partir de aquel día casi todas las personas que conocía murieron misteriosamente. Ese encuentro, a inicios de los años 1970, fue un cruce inesperado entre dos mundos, pero también el inicio de una terrible tragedia para su pueblo. De un lado, estaban los miembros de la tribu Waiãpi. Del otro, los pioneros brasileños de la implacable minería, la tala de árboles y la explotación de las riquezas naturales en la Amazonía, los garimpeiros. Ninguno antes sabía de la existencia del otro.

«Los blancos sacaron sus revólveres, nosotros nuestras flechas y nos quedamos mirándonos cara a cara», recuerda el anciano Tzako, jefe del pueblo de Manilha, en la profundidad amazónica. Manhila está ubicada en la reserva indígena de Waiãpi, enclavada en plena selva tropical y cerca del extremo oriental del río Amazonas. La reserva es parte de una zona de conservación mucho más grande llamada Renca, que cubre un área del tamaño de Suiza. Rodeada de ríos y árboles imponentes, la tribu vive aquí casi en su totalidad de acuerdo con sus propias leyes, con una forma de vida más cercana a la Edad de Piedra que en el siglo XXI. Sin embargo, el Brasil moderno está apenas a unas pocas horas en coche.

Aquel primer contacto con los blancos. El incidente con los garimpeiros en los 70 terminó de forma pacífica, pero aquellos mineros que penetraron en la selva acababan de dejar un arma mucho más letal que cualquier revólver para la tribu. Enfermedades como el sarampión y la influenza estaban controladas hacía tiempo en las sociedades desarrolladas. Sin embargo, al propagarse entre indígenas sin ninguna inmunidad natural, esos virus se dispararon como bombas. «Los Waiãpi no estábamos acostumbrados a esas enfermedades y mataron a la población rápidamente», dice Tzako recostado en una hamaca bajo un techo de palma, rodeado de gallinas y miembros de su familia, todos ataviados con el tradicional taparrabos rojo de la tribu. «Cuando teníamos la gripe, mejorábamos, así que, cuando empezó el sarampión, pensábamos que también mejoraríamos. Pero el sarampión es más fuerte y algunos murieron en apenas un día», rememora en lengua waiãpi Tzako, mientras uno de sus hijos lo traduce al portugués.

El jefe indígena no consigue recordar su edad exacta –cree que tendrá unos 80 años– pero la memoria del horror que vivió cuando era joven está dolorosamente fresca. «No quedó nadie para enterrar a los muertos. Los animales se comían los cuerpos porque no quedaban familiares para enterrarlos», narra. De acuerdo con un censo gubernamental, el pueblo Waiãpi quedó con apenas 151 miembros en 1973, muy por debajo del estimado anterior, de alrededor de 2.000. Miembros de la tribu aseguran que había otros grupos de Waiãpi, tradicionalmente asentados entre Brasil y la Guayana Francesa, que escaparon de la plaga gracias a su aislamiento. Esos supervivientes y un posterior programa gubernamental de vacunación ayudaron a que la tribu se fuera recuperando, hasta llegar a alrededor de 1.200 miembros hoy en día. Mientras la ausencia de ancianos resulta evidente en los poblados Waiãpi, se ven niños por todas partes.

Temer, un presidente al que temer. Ahora ya no son las enfermedades las que hacen temblar a esa tribu, sino la presión cada vez mayor del Gobierno conservador brasileño y de los lobbies industriales para abrir su selva a la minería y la deforestación. El intento fallido del presidente Michel Temer en agosto pasado de acabar con las restricciones a la minería en la zona de Renca, lo que permitiría que las compañías mineras internacionales entraran a sustraer los ricos depósitos de oro y otros metales escondidos bajo el mar verde que tanto codician, sembró el pánico a mediados de año y desató también la protesta de ambientalistas de todo el mundo y de activistas famosos como Leonardo DiCaprio.

Temer dio marcha atrás en setiembre. Sin embargo, los Waiãpi, que tienen muy fresco el recuerdo de su masacre en los 70, continúan muy preocupados. «Estamos luchando para que eso nunca más se repita. Eso es lo que les digo a mis hijos, a mis nietos, a mi gente», dice el jefe Tzako. «Ahora estamos preparados para la guerra», afirma.

«Seguiremos luchando», añade Tapayona Waiapi, de 36 años, quien vive en el asentamiento llamado Pinoty. «Cuando lleguen las compañías, seguiremos resistiendo. Si el Gobierno brasileño envía soldados para matar gente, seguiremos resistiendo hasta que muera el último de nosotros».

Y la guerra, hoy en día, incluye también las redes sociales. Los jóvenes apelan a ella para dar a conocer su lucha. Mientras graba sus danzas tradicionales en su teléfono móvil, un joven llamado Janukular explica que «tenemos que publicarlo en internet para que vean cómo es nuestra vida. Todos en la tribu están muy preocupados».