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Kurdistán resiste el asedio del Estado Islámico

Año y medio antes de que comenzaran los bombardeos de la coalición antiyihadista encabezada por EEUU, Kurdistán Oeste ya resistía el asedio del Estado Islámico. Abandonado a su suerte por la comunidad internacional y con la amenazante sombra de Turquía siempre planeando, el pueblo kurdo lucha para impedir que los islamistas acaben con el autogobierno logrado en Siria tras décadas de represión.

Milicianos kurdos en el frente ubicado a 30 km al suroeste de Sarekaniye. (David MESEGUER)
Milicianos kurdos en el frente ubicado a 30 km al suroeste de Sarekaniye. (David MESEGUER)

Es un momento histórico para el pueblo kurdo. Llevábamos años esperando esta oportunidad y por fin podemos gestionar nuestro territorio», explicaba Attef Abdo, miembro del Partido de la Unión Democrática (PYD) y máximo responsable del Parlamento del Pueblo Kurdo en Afrin, ciudad ubicada 60 kilómetros al norte de Alepo.

Era agosto de 2012 y hacía apenas tres semanas que las fuerzas de Bashar al-Assad habían abandonado primero Kobane y los cantones de Jazira –excepto Qamishli– y Afrin, después. El movimiento de Damasco vino inducido por la presión de la minoría kurda –el 10% de los 23 millones de sirios– y por la voluntad de situar sus tropas en grandes ciudades como Alepo, para combatir a la oposición y presionar a Turquía, aliada de los rebeldes sirios y enfrentada con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) desde 1984. En estos dos años de revolución kurda, el PYD, afín ideológicamente al PKK, ha encabezado un proyecto autonómico al margen de Damasco y de una oposición siria con una marcada agenda árabe e islamista. «Pese a las dificultades de gestionar un territorio en guerra, nuestro autogobierno ha conseguido llevar la enseñanza del kurdo a las escuelas, garantizar los derechos de las mujeres y las minorías y crear ciertas estructuras de estado como un ejército y un cuerpo policial», destaca Salih Muslim, presidente del PYD.

Este proyecto ha sido observado con recelo por Damasco y Ankara, que siempre han tratado de torpedearlo. «Erdogan no puede permitir bajo ningún concepto que los kurdos de Siria tengamos derechos y libertad y está apoyando a grupos islamistas para combatirnos», denunciaba en otoño de 2012 Bdran Ciakurd, uno de los máximos dirigentes del Movimiento Democrático Popular de Kurdistán Oeste (TEV-DEM), organismo paraguas de las organizaciones afines al PKK en Siria.

Desde entonces, las Unidades de Protección Popular (YPG) se han enfrentado a diferentes grupos de corte islamista, como Ghuraba al-Sham o el Frente Al-Nusra –la franquicia de Al-Qaeda en Siria–, y ahora plantan cara al Estado Islámico (EI), la organización yihadista que ha puesto en jaque las fronteras de Oriente Medio y ha provocado la intervención de una coalición internacional liderada por los EEUU.

La amenaza del Estado Islámico. Surgida de una escisión de Al-Qaeda en Irak y liderada por Abu Bakr al-Baghdadi, el entonces conocido como Estado Islámico de Irak y el Levante irrumpió con fuerza en 2013 en el conflicto sirio. Su estrategia inicial fue rehuir un enfrentamiento directo con el régimen de Al-Assad y combatió a los rebeldes sirios y al Frente al-Nusra, pasando a controlar amplias zonas del norte de Siria en las provincias de Alepo, Raqqa y Deir ez Zor. Desde ese mismo momento, la organización islamista puso Kurdistán Oeste en su punto de mira, sitiando los tres cantones kurdos y forzando a las YPG a una firme resistencia que a día de hoy aún continúa.

El pasado mes de junio, y con el apoyo de insurgentes suníes y antiguos seguidores de Saddam Hussein, el grupo yihadista lanzó una ofensiva en Irak y consiguió hacerse con el control de ciudades como Mosul y Tikrit, así como de importantes yacimientos petrolíferos. El 29 de junio una excavadora conducida por un militante yihadista destruía el muro fronterizo entre Siria e Irak y acababa de forma simbólica con la división territorial establecida en 1916 con el Pacto de Sykes-Picot, por el que el Estado francés y Gran Bretaña se repartían los territorios del Imperio Otomano en Oriente Medio en caso de resultar vencedores en la Primera Guerra Mundial. Fue en ese momento cuando Al-Baghdadi proclamó el califato del Estado Islámico, un territorio con una extensión semejante a la de Gran Bretaña, que abarca desde la frontera de Turquía en Raqqa hasta las puertas de Bagdad.

El poder del EI radica básicamente en su gran número de efectivos y su capacidad de captación, así como su poder financiero. Según datos facilitados por la CIA, el grupo yihadista cuenta con cerca de 31.000 combatientes, de los que 12.000 son extranjeros de hasta cincuenta países distintos y 3.000 de ellos provienen de estados occidentales como EEUU, Estado francés o el Gran Bretaña.

«El éxito de captación del EI reside en la ideología que han construido en base a una narrativa histórica que defiende que el mundo musulmán había entrado en decadencia en los últimos años porque no existía un califato donde se aplicara la sharia, la versión más estricta de la ley islámica», detalla Aymenn Jawad al-Tamimi, experto en yihadismo. Por este motivo, el EI siempre enfatiza en sus mensajes propagandísticos la necesidad de creación de un califato y la lucha global para establecer la autoridad de la ley islámica en todos los países musulmanes.

Se calcula que el Estado Islámico dispone de 235 millones de euros procedentes de donaciones de jeques de países del Golfo Pérsico, los rescates pagados por los secuestros, el asalto a sucursales como el Banco Central de Mosul y la producción diaria de entre 25.000 y 40.000 barriles de petróleo que después vende en el mercado negro.

La gran cantidad de armamento de última generación incautado al Ejército iraquí –gran parte de los tanques y artillería pesada son de fabricación norteamericana– ha permitido al EI lanzar una ofensiva sobre Kurdistán Sur e incrementar sus ataques en Kurdistán Oeste.

El rol del PKK. «El hecho que el Estado Islámico haya tomado Mosul y la provincia de Saladino sin encontrar ningún tipo de resistencia demuestra que hay un plan regional preestablecido con potencias internacionales implicadas, porque el EI no puede avanzar con tanta rapidez por sí mismo», denuncia Cemil Bayik, cofundador del PKK y copresidente la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK). Para el líder de la guerrilla kurda, «el principal objetivo de este plan es desintegrar pueblos y estados y, a su vez, crear nuevos estados, así como eliminar las fuerzas revolucionarias de Kurdistán Oeste».

El PKK, que se había mantenido a la expectativa de los acontecimientos en territorio iraquí, movilizó a centenares de sus milicianos cuando el pasado agosto el EI atacó la región de Sinjar en Kurdistán Sur y provocó el éxodo de 200.000 personas, en su mayoría yazidíes, según datos de la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR). Los desplazados yazidíes coinciden en afirmar que, si no hubiese sido por la presencia de los guerrilleros kurdos, el Estado Islámico hubiera cometido una auténtica masacre.

También en Makhmur, donde viven miles de refugiados procedentes de Kurdistán Norte a causa del conflicto con el Gobierno turco, fue vital la presencia del PKK, que, en colaboración con los peshmerga, pudieron frenar el avance de los yihadistas hacia Erbil, la capital de Kurdistán Sur. La intervención de la guerrilla dejó una instantánea inimaginable pocos días antes: Massoud Barzani, presidente del Gobierno Autónomo del Kurdistán iraquí, tomando té junto a comandantes del PKK para agradecerles su cometido.

Tras los hechos acontecidos en Kurdistán Sur y documentar la ejecución de 700 soldados iraquíes chiíes en Tikrit, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, denunció al EI por «crímenes contra la humanidad, así como limpieza étnica y confesional». En su discurso, Pillay destacó que «el Estado Islámico captura de forma sistemática a hombres, mujeres y niños, según su afiliación étnica, religiosa o confesional, y está llevando a cabo sin compasión una amplia limpieza étnica y religiosa en las áreas bajo su control». Entre las comunidades directamente afectadas, la máxima responsable de derechos humanos de la ONU mencionó a «kurdos, cristianos, chiíes, yazidíes, shabaks, turcomanos, kakais y sabeos».

En un reciente informe realizado tras el ataque del EI a la región de Sinjar, Amnistía Internacional ha denunciado el rapto de centenares de mujeres yazidíes, que están siendo violadas y vendidas como esclavas.

La brutalidad mostrada por el Estado Islámico y la acelerada descomposición del Ejército iraquí han llevado a EEUU y sus aliados a intervenir en Iraq y Siria. La intervención se está desarrollando a diferentes niveles: mientras países como Alemania e Italia han comenzado a enviar armamento a los peshmerga, una coalición formada por los EEUU, Gran Bretaña, Estado francés y un grupo de países árabes ha comenzado a realizar ataques aéreos sobre objetivos del Estado Islámico en territorio sirio e iraquí.

«Estamos abiertos a colaborar con los EEUU y Europa para combatir a los yihadistas», expone Kenan Bereket, ministro del Interior del cantón de Jazira. Pese al ofrecimiento y ser la fuerza más experimentada en la lucha contra el Estado Islámico, la coalición es reacia a armar a las YPG debido a sus vínculos con el PKK. «La Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) y Goran, dos de los principales partidos políticos de Kurdistán Sur, han reconocido públicamente la gran labor del PKK en Makhmur y Sinjar. Aunque Turquía presione, es inevitable que parte del flujo de armas con destino a los peshmerga acabe en manos de la guerrilla», advierte Manuel Martorell, periodista especializado en Kurdistán.

Resistencia como forma de vida. En el frente de Tel Hanzir, situado 30 kilómetros al suroeste de Serekaniye (Ras al-Ayn, en árabe), en la provincia de Hasakah, las YPG intercambian fuego de ametralladora con el objetivo de debilitar las posiciones del EI y tratar de avanzar hacia Tel Abyad, bastión yihadista en el norte de Raqqa y gran escollo para unificar Jazira y Kobane.

Tras unos sacos terreros, Seal Haidar, miliciana de las YPJ, guarda su posición. «He tomado las armas contra el Estado Islámico para defender los derechos del pueblo kurdo y de la mujer», cuenta sin quitar ojo al horizonte. A tan solo dos kilómetros en línea recta y detrás de una pequeña colina, el EI tiene una base logística. «Llevo más de tres meses sin visitar a mi familia, pero cuando me alisté en la milicia sabía que sería así. La emergencia de la situación requiere que todos nos sacrifiquemos para defender nuestra tierra», añade Seal.

«El Estado Islámico solo concibe la mujer como un ser débil y puramente decorativo. Únicamente recurre a ella para tener sexo», explica Farida Abdo desde la comisaría de Afrin. «Las mujeres tenemos aptitudes y la mejor manera de demostrarlo es combatiendo a los yihadistas para hacer que se sientan inferiores», remarca esta agente de policía.

Desde que comenzó la guerra siria en marzo de 2011, las mujeres kurdas están llevando a cabo una doble lucha por el reconocimiento de su pueblo y la reivindicación del rol femenino en un Oriente Medio marcadamente patriarcal. Siguiendo la tesis de Abdullah Öcalan, el Movimiento Democrático Popular de Kurdistán Oeste está apostando por la activa participación de la mujer en la esfera político-militar y por un coliderazgo en los diferentes organismos.

Entre los duros días de combates también hay hueco para el divertimento. Ridwan Deriki ha venido acompañado de su tambur, la guitarra tradicional kurda, para animar a los milicianos de las YPG. «Para combatir hay que estar contento y con la moral alta; por eso, siempre suelo venir al frente cada tres o cuatro semanas», comenta el cantante desde el interior del cuartel de la milicia kurda en Tel Hanzir.

A la gran capacidad militar del EI hay que añadir el oscuro papel que está jugando Turquía que, de momento, se niega a comprometerse de pleno en la coalición internacional antiyihadista. «Hemos visto cruzar a células yihadistas desde la frontera turca e incluso hemos sido atacados por la artillería turca desde allí. Dos de nuestros combatientes fueron asesinados por soldados turcos, pero también tenemos una gran colección de pasaportes pertenecientes a combatientes procedentes de Egipto, Túnez, Bahrein... muchos de Irak y, hasta el momento, tres de Turquía», denuncia Redur Khalil, comandante y portavoz de las YPG, mientras muestra los pasaportes incautados como prueba.

La reciente ofensiva del EI sobre la región de Kobane ha encendido las alarmas sobre la intención de Ankara de crear una «zona de seguridad» en el norte de Siria. Según diversos analistas, el Gobierno turco justifica esta posibilidad para «alejar al Estado Islámico de sus fronteras y poder recolocar al más de millón y medio de refugiados sirios que alberga en su territorio». Salih Muslim ve en este plan la consecución del objetivo que el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan ha buscado desde el inicio de la guerra en Siria: «Aplastar el autogobierno de Kurdistán Oeste».

La presión ejercida por Turquía –miembro de la OTAN– ha hecho retrasar los ataques aéreos de la coalición sobre las posiciones del Estado Islámico en Kobane. Estos han llegado mucho después de iniciarse la ofensiva yihadistas y cuando los acólitos de Al-Baghdadi se han encontrado a escasos kilómetros de la ciudad kurda.

Los tres cantones de Kurdistán Oeste no están conectados entre sí, en gran parte debido a la política de arabización del Partido Baaz, que llevó a gran cantidad de población árabe hacia el norte del país en los años 60 y 70 con el objetivo de asimilar la población kurda y dar un vuelco demográfico en la región. Esta desunión territorial es uno de los principales inconvenientes para que, en un momento tan crítico, Kobane pueda recibir ayuda de Afrin y Jazira.

La minoría siríaca ha formado el Consejo Militar Siríaco, que está combatiendo codo a codo con las YPG contra el Estado Islámico. El grupo yihadista ofrece una doble opción a los cristianos si no quieren ser ejecutados: convertirse al islam o marchar de los territorios que conforman el califato. Además, el EI ha implantado la crucifixión como método de ejecución para acabar con todos aquellos que consideran infieles.

«Antes de la guerra, todas las naciones y religiones vivíamos en armonía. Yo, por ejemplo, solía ir a las bodas de mis vecinos musulmanes», recuerda Elías Kerbo, un farmacéutico sirio que tiene su establecimiento justo en frente de la iglesia de San Jorge de Serekaniye. Firme defensor del presidente Bashar al-Assad, este veterano farmacéutico pone cifras a la diáspora cristiana que está sufriendo esta población en la provincia de Hasakah. «Cuando comenzó el conflicto, en marzo de 2011, cerca de 1.500 cristianos vivíamos en Serekaniye. Ahora, solo quedamos 100», denuncia Elías.

«La iglesia fue parcialmente destruida. Rompieron imágenes, frescos, cruces y el altar. Lo que no tocaron fue la biblioteca», recuerda Huda Karakos, desde el interior de la iglesia de San Jorge. Esta mujer siríaca de 50 años y madre de tres niños detalla que «los islamistas tirotearon la entrada principal porque pensaban que en su interior se escondían los combatientes kurdos que defendían la ciudad». Después de una ofensiva de las YPG, la ciudad se libró del Estado Islámico en julio de 2013, aunque los combates continúan a tan solo 30 kilómetros.

Independientemente de su nación o confesión, lo que comparten todos los sirios es el pesimismo respecto al fin del conflicto y la reconstrucción de los lazos de convivencia entre las diferentes comunidades. «No creo que la situación vuelva a ser la que era antes del estallido de la guerra», expresa esta mujer en un esfuerzo de honestidad, donde la cruda realidad se antepone a la fe y los deseos.