La Furia, rapera feminista

Una casita en el mar

La Furia, maquillándose antes de un directo.
La Furia, maquillándose antes de un directo. (Jone ALBENIZ)

Lo dejo.

Me dije.

Todo es mentira, decorado, todo es farsa, solo hay títeres sin cabeza, ¿quién coño maneja mi barca?

Lo dejo y que se apague el ruido. No hay música, solo ruido.

Depresión, ansiedad, anorexia.

Un foco te alumbra la cara y parece un rayo de sol, pero es un foco.

Un aplauso dura una media de 30 segundos y tampoco he sabido jamás recibirlo. Creo que nadie debería acostumbrarse a recibir aplausos, por poco que duren.

Lo dejo, me dije. Y me lo dije cuando vivía de hacer canciones y cantarlas por las plazas. Me lo dije llenando la nevera y pagando las facturas.

Imagínate en las vacas flacas. Me rajo.

Vivir del arte es una locura.

Primero porque no te lo mereces, tú eres solo una chica.

Y no una buena chica.

Tú no eres una buena chica, tampoco mala en plan guay como les gusta, rebelde con dos lazos, tú ya me entiendes.

Deberías demostrar ser la mejor para merecer el último sitio. No hay espacio para todas, aunque los incautos dirán que sí, que todo está superado y que nunca se atisbó un ápice de machismo en nuestro bosque musical.

Nos representasteis siempre corriendo asustadas por el bosque, hijosdeputa.

Segundo, porque los tiempos que requiere la creación artística no tienen nada que ver con los tiempos capitalistas. Entran en conflicto. Se matan.

La creación de una obra requiere reflexión, aburrimiento y una conexión emocional profunda, así como experimentar, investigar y dejar que las ideas maduren, te enamoren, las odies, las tires y las recuperes. Este proceso no es lineal y es imposible acelerarlo sin afectar a su calidad, a su verdad.

En contraste, el capitalismo se basa en la producción rápida y la eficiencia. Se valora la inmediatez, la rentabilidad y la capacidad de satisfacer la demanda del mercado. Esto puede llevar a las artistas a sentir la presión de producir obras que sean comercialmente viables en lugar de seguir su propia inspiración, visión artística, o pulsion política, que para mí es todo lo mismo.

Números, producto, números.

Esta discrepancia en los tiempos genera tensiones ante las cuales hay quien opta por comprometer su proceso creativo para adaptarse a las exigencias del mercado, mientras que otras luchan por encontrar un equilibrio entre la autenticidad de su trabajo y las expectativas comerciales. Luego hay un tercer caso, las fracasadas idealistas. Mi rollo.

Siguiendo con lo anterior, también es importante considerar cómo el capitalismo influye en la percepción del valor del arte. A menudo, el valor se mide en términos monetarios, lo que desvirtúa hasta volver amorfo el significado y la intención de la obra.

Números, producto, números.

Todo es cuestión de pasta, cariño.

No va de música la música. Va de dinero.

No va de cambio, no va de mover cimientos, no va de luchas por derechos. Va de dinero.

Cuanto antes lo sepamos mejor.

Y entre un ‘lo dejo’ y el siguiente, pienso que debería llevarme la dicha por los caminos, en volandas, ser yo la más feliz del reino o por lo menos no la más llorona, porque también es sabido que debemos ser agradecidas, porque si nos va mal es por nuestra culpa pero si nos va bien es que hemos sido bendecidas y hay que agradecer a no sé quién… lo que pasa es que hay encrucijadas que atraviesan nuestras carnes y es justo observarlas. Y es necesario. Y aquí han quedado dichas algunas. Hala.

También me gusta hablar de moda.

Están de moda muchas cosas. Está de moda llamar música urbana a todo lo que no es rock, ir al monte los domingos, llamar indie al pop, el ramen, o pasar los días de fiesta en las Landas con una furgoneta camperizada.

Está de moda, sobre todas las cosas, parecer transgresor, el más punk, están de moda los niños malos. Antes eran contracultura, eran interesantes, ahora los asimila la industria y gritan «Gora ETA» con autotune, mientras acosan a tías por twitter.

Está de moda hablar de salud mental, a mí me da asco la expresión. Porque una vez más el capitalismo AKA la industria musical hace lo que mejor se le da: robar, vaciar de contenido y vender.

Así que quienes nos dedicamos a esto (o a cualquier cuestión artística) estamos igual de mal de la cabeza, pero ahora tenemos que escuchar a gente que se suma tantos o se lleva pasta hablando de esto en los mismos espacios donde se nos hace polvo.

Ongi etorriak al circo romano, hijas mías! Nosotras somos las gladiadoras y tenenemos las de perder.

Pero.

Claro que hay un pero. Siempre tuvimos las de perder. Esa es una ventaja si queremos buscarle una vuelta.

Porque, aunque más que un bosque esto sea una estepa, tú, la que lee, estás curtida en mil batallas y sabes perder. Ahora el reto es aprender a ganar y sobre todo creer que lo mereces.

He hablado de lo feo pero existe lo precioso. Existen millones de artistas obstinadas que imaginan mundos donde hacernos posibles y de pensadoras brillantes que nos alimentan las mentes y de activistas que queman la maleza, existe gente todavía que ama la música por encima de todo, y yo conozco a bastantes.

La Furia sobre el escenario. (GOIKO)

No lo dejé.

La posibilidad de irme me relajó tanto que entendí que lo que más deseaba del mundo era buscar por los adentros a ver qué había ahí. Yo pensaba que ya nada, porque pensaba en términos de fuera.

Pero no había nada que perder, cualquier día lo mando todo a la mierda. Así que hagámoslo solo por el placer de hacerlo. Por la experiencia.

Es excitante situarse ante la nada.

El vacío, el abismo, el riesgo creativo es uno de los momentos que más me ponen de este trabajo.

Como podía ser la última vez, me permití todos los caprichos.

Como estoy rodeada de amores, me concedieron todos los deseos.

Me fui sola a una casa en el mar.

Me fui con tres cosas y un micrófono a tumbarme en un suelo de azulejos viejitos y esperar sin ansiedad a que pasara algo.

Este disco es el permiso que yo necesitaba darme. Otro más.

Como si fuera un grifo a toda hostia empezaron a salir letras y melodías e ideas, como si fuera yo una hippy me sentía canal de algo que viene de otra parte. Pero pienso que todo esto tiene que ver con lo mismo, este sistema colapsa la creatividad hasta extinguirla. Produce, consume y muere. Ese es tu cometido.

Así que al sacar una patita de esa lógica me aparecí.

Algunas letras venían conmigo de lejos, ‘Una canción que nadie va a cantar

nació en el Dorado de Bogotá,

nadie va a venir a visitarla,

no tiene patria ni potestad

Inorez doan kanta bat

Akaso bizirik ez dagoela

Nork entzungo zaitu laztana?

Nork? Auzoak ez bada?’

Y siguieron creciendo allí, en la casita del mar.

Este disco viene de muchos sitios, como yo.

Cuando voy a Cascante y algo me nubla la cabeza me voy a andar. Me voy por el camino de Tulebras. Los paisajes riberos tienen una especie de rotundidad honesta que a mí me da calma. Aunque el cierzo te machaque la frente. Hay horizonte. Encabronada por el camino de Tulebras preguntándome qué coño significaba ser vasca de Cascante. En euskera bardenero revisitado en Arrasate. Y una vez más en la casita del mar se hizo canción.

Música electrónica de la que me pone cachonda.

Me ha gustado mucho también decir que ‘HAN MATADO EL ARTE’ y señalarlos con el dedo.

Me ha gustado mucho hacer este disco entero, con sus notitas tristes y sinceras, su rabia madura, su calidad musical, sus sitios para el goce, sus sonidos todos… me ha encantado rodearme de gente talentosa y generosa, ofrecérnoslo todo, hacer los amores, ver cómo todo se hacía real, y hasta pasar las penurias propias de estos procesos, pero solo las que tienen que ver con lo creativo, de las otras ya hemos hablado y no las quiero ni en pintura.

Y con todo esto y este disco en la mano, que es el quinto, con todos mis conflictos y mi ilusión remendada, mis identidades en disputa y mis dudas, me voy por primera vez a la Azoka, a ver qué se siente, a formar parte y a disociarme, a creer en la necesidad del espacio y a cuestionarlo, pero esta vez dentro del mostrador.

Quien esté libre de contradicción que tire la primera piedra.