Crítico musical / Musika kritikaria

El Kursaal contra las cuerdas

GEWANDHAUSORCHESTER LEIPZIG
Int.: Gewandhausorchester Leipzig. Isabelle Faust, violin. Dir.: A. Nelsons. Prog.: ‘Cantus in memoriam Benjamin Britten’ de A. Pärt, ‘Concierto para violín’ de A. Dvořák, ‘Sinfonía n.º 2’ de J. Sibelius. Lug.: Donostia, Kursaal. 28/08/2025

Gewandhausorchester Leipzig y la violinista Isabelle Faust.
Gewandhausorchester Leipzig y la violinista Isabelle Faust. (MUSIKA HAMABOSTALDIA)

En un mundo globalizado en el que las orquestas tienden a parecerse cada vez más (tanto en sonoridad como en calidad, ya que el nivel general ha subido mucho en las últimas décadas), aún quedan un puñado de instituciones con un aura única que las distingue de sus pares. Las filarmónicas de Berlín y Viena, la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam, las de Nueva York o Cleveland… forman un selecto grupo al que pertenece también la Gewandhausorchester de Leipzig, que ha visitado Euskal Herria por primera vez para clausurar la 86 Quincena Musical. La marca de la casa de esta orquesta, fundada en 1743 y que en su historia ha protagonizado estrenos de obras de Schubert, Schumann, Mendelssohn, Brahms o Wagner, es su legendaria sección de cuerdas. Y esto lo quisieron dejar bien claro desde el principio de su actuación, que se abrió con ‘Cantus in memoriam Benjamin Britten’, que emplea solo cuerdas y una campana. Es una pieza de concepto sencillo, minimalista: un lento canon que va descendiendo desde el agudo hasta el grave en voces superpuestas. Pero la riqueza de color de las cuerdas de Leipzig, su espectro armónico densísimo, llenaron el espacio vacío del Kursaal con una fisicalidad casi escultórica. Oír para creer.

Otra cosa es, claro, qué hacer con una herramienta como esta. El ‘Concierto para violín’ de Dvořák, por decirlo directamente, resultó soso de tan controlado como estaba. Isabelle Faust, que sustituía a la extrovertida Hilary Hahn, es una violinista de técnica sobresaliente pero de sonido pequeño y expresividad sobria. Quizá hubiese hecho un estupendo concierto para violín de Brahms, pero en esta página de Dvořák, llena de dinamismo, pasajes de carácter improvisatorio y resonancias folclóricas, se mostró constreñida. Fue una lectura muy buena desde el punto de vista de la integración de la solista con la orquesta, pero a la que simplemente le faltó carácter y fantasía.

La cosa cambió mucho con el Sibelius que ocupó la segunda parte de la actuación. Los primeros dos movimientos resultaron desconcertantes tal y como los dirigió Andris Nelsons. Sibelius decía que construía sus sinfonías como si fueran piezas de puzle que le caían desde el cielo, y que él encajaba. Al principio, Nelsons pareció querer mostrarnos las piezas en sí mismas y no tanto el paisaje que surge de su unión, y lo hizo transitando de manera muy sistemática de un motivo o fragmento al siguiente, aislando muy claramente las melodías de cada instrumento, o las respuestas entre estos. Habría sido incluso una visión deslavazada si todas estas piezas no hubieran desembocado en un finale glorioso, que fluyó como un caudaloso río en el que las cuerdas, con un volumen demencial que les permitía sobresalir sobre los tutti más poderosos, dejaron una impronta inolvidable.