El diamante en la montaña

La vida avanza muy rápidamente. Los bebés se convierten en niños antes de que uno se dé cuenta, los niños en adolescentes, los adolescentes en adultos… Y así hasta que nos convertimos quizá en otra cosa distinta, quizá en nada.
Y, en cada etapa, la persona que somos, con sus pensamientos, sentimientos, su cuerpo, sus acciones y sus relaciones, se proyecta hacia adelante. Se imagina quizá en la siguiente etapa y se imagina con una determinada forma, con una manera de ser que normalmente recoge lo que se necesita en ese momento, los modelos… Los sueños de cada etapa se encuentran con la realidad en la siguiente, quizá antes de poder reaccionar. Los otros, el contexto, la realidad, en definitiva, confronta, potencia, impide o sobrepasa los sueños que soñamos para nosotros mismos, para nosotras mismas. Y esa materialización deja a menudo algunos sueños inconclusos colgados, por ahí, pululando.
Puede que alguien soñara con dedicarse a algo determinado, con tener hijos, con no tenerlos, con ser un virtuoso de algún instrumento, con tener un hogar que considere propio… O puede que un niño soñara con que sus padres hicieran algo para sentirse fuerte o capaz, o que una adolescente soñara con no tener que preocuparse por lo que digan los demás. Los sueños son infinitos, a menudo tiene que ver con el deseo, pero otras veces, con la necesidad. En cualquiera de los casos, esa proyección de uno mismo, de una misma, contiene tanta verdad, tanta energía propia, o tanta esperanza, que terminamos manteniendo una relación interna con ella. Casi termina materializándose como una imagen con vida propia.
Cuando pasa el tiempo y la realidad -como no puede ser de otro modo- nos limita las opciones nos encontramos ante un dilema que hay que resolver: ¿qué hago con todo lo que yo había deseado para mí que no ha sido posible? ¿Qué le cuento a todas estas imágenes de mí que me miran esperando a materializarse algún día, si yo sé que no lo harán? Es entonces cuando merece la pena dedicarles algo de tiempo, reconocerlas en su importancia. Quizá podemos tomar algunas clases de aquel instrumento que quisimos dominar, o implicarnos en aquello que nos hace sentir fuertes, o apuntarse a un taller de teatro para perder la vergüenza de aquella adolescente; quizá pensar en cómo convertir en hogar propio este lugar de paso que hemos encontrado… Quizá merece la pena decantar parte de la esencia de aquellos sueños y ver cuál es su traducción en la vida de hoy, en la real.
No se trata de llevar sueños huérfanos por ahí, o de amputarnos las imágenes que tanto nos gustaban o necesitábamos crear. Siempre hay una oportunidad de actualizarlas, de integrarlas, tirando de la creatividad resultante de la experiencia. Hoy seguimos necesitando de la participación de todos esos sueños, porque contienen, como si de una joya en la montaña se tratara, lo más íntimo de nuestra persona. Y cómo vamos a renunciar a eso…

«Saltsa Nostra», falta pan para tanta salsa

Por una actitud más saludable en Navidad

Paula Ostiz e Imanol Etxarri, una simbiosis de éxito mundial

Mirando a los ojos del pueblo saharaui
