Querer y no poder

Estereotipos: imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Arquetipo: representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la realidad. Prototipo: modelo más representativo de algo. Estas son algunas de las categorías en las que las personas tratamos de clasificarnos mutuamente, en particular cuando tratamos de extraer las cualidades particulares de los individuos y llegar a una descripción cruda, pelada, que trate de expresar la esencia, en este caso, de alguien. Pero estas etiquetas, a pesar de orientarnos en la teoría, también se mueven entre la aspiración inalcanzable del ideal y la simplificación del modelo.
Entre hombres, nuestras miradas mutuas también están cargadas de expectativas, nos comparamos, competimos, y nos acercamos o excluimos a veces con planteamientos radicales de todo o nada, de capacidad e incapacidad, en una suerte de simplificación mecánica de algunos de nuestros procesos de capacitación, de vinculación, o incluso de identidad.
Estas comparaciones y tensiones competitivas en lo social, en la soledad se pueden volver trampas que suponen un peso enorme para la autoestima y el autoconcepto de muchos hombres. Y es que, a través de la crítica interna, el cuestionamiento, podemos aplicarnos un grado de castigo que se convierte en sí mismo en un maltrato hacia nosotros mismos. En este sentido, las zonas de indefinición y duda, de incapacidad, de inapetencia o falta de pericia pueden convertirse en una fuente muy dolorosa de vergüenza, que nos encierre en la imposibilidad de crecer, aprender o soltar lo que quizá nosotros mismos, pero también otros y otras, esperan de nosotros. La vergüenza contiene en sí rabia, tristeza, miedo y complacencia con la crítica que la genera, relegándonos a la inacción y a una vida de complejos.
El ‘no poder’, tan extendido entre los hombres a menudo -y de forma estereotípica- con una connotación sexual, de logro, se vive en muchas otras facetas como un secreto. Cuando no nos está permitido no poder, cuando se presupone y presuponemos que la voluntad genera realidad, es frustrante e incomprensible no conseguirlo. El logro en nosotros, como en cualquier organismo, depende de muchas circunstancias más allá de nuestra capacidad; variables ambientales o de relación van a marcar el resultado, también de nuestra voluntad.
Bien entre los grupos de hombres, bien en las relaciones con otro sexo, de alguna manera, el ‘no poder’ esto o aquello, puede llegar a anular el ‘querer’, perdiéndonos en lo que se supone que se espera que consigamos -lo que se consigue es siempre mucho más visible, más difícil de ocultar- siendo una fuente también de depresión o insatisfacción vital que confunde.
Defender nuestro deseo es defender nuestro ritmo, también para no poder o querer, para necesitar y dudar siempre que sea necesario. Negárnoslo a favor del logro perpetuo es una manera de tratarnos mal.




