IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Acción-reacción

Las vacaciones de verano representan una época de descanso, evidentemente, pero también de balance de un periodo laboral que termina o se interrumpe considerablemente. El parón que muchas personas hacen en su ocupación habitual da espacio a la reflexión sobre lo hecho hasta el momento y lo que está por venir a partir de setiembre. Como en cualquier momento de reflexión, la mirada hacia atrás es imprescindible, tomarnos un rato para revisar lo vivido y mirar al futuro con las posibilidades que ofrece y podemos desarrollar.

‏Las personas somos muy complejas, en particular por esa dimensión histórica que se nos escapa de la vista en un mundo occidental cada vez más trepidante y (des)conectado. Somos hijos y nietos de nuestra historia, de nuestros contextos, de los acontecimientos que han influido en nuestro desarrollo desde el momento de nuestro nacimiento e incluso antes. Todo ello es fruto en parte de la visión del mundo de nuestros mayores, sus vivencias y conclusiones vitales, y a su vez estas, producto de la vida de sus ancestros. Hoy somos depositarios de la Historia, con mayúsculas, que recae sobre nosotros como la columna de aire atmosférico. Esa columna histórica ejerce una presión sobre nosotros en diferentes intensidades y guía y limita nuestros movimientos espontáneos de forma también diferente entre unos y otros. Para algunas personas, esa presión natural se parece más a la de caminar por el fondo del mar, donde el peso de esa columna es muchísimo mayor, mientras que para otras, es como caminar por la superficie de la luna. Si tenemos la oportunidad de mirar a nuestra propia historia con cierta distancia (viajar funciona), podemos entrever sus mecanismos y cómo nuestros antepasados hicieron lo necesario para sobreponerse a las dificultades de su época, razón por la cual, entre otras, estamos aquí. Podemos apreciar sus esfuerzos, incluso su sufrimiento, sus logros, y cómo lo hicieron posible. Y al mismo tiempo, podemos aprender lo que ya no sirve como solía en el mundo de hoy, en el nuestro, para ser más precisos.

A menudo, los mecanismos de supervivencia de nuestros ancestros llegan a nosotros como un legado importante que ha de continuarse si también queremos sobrevivir a las hostilidades del mundo, y llega en forma de creencias o conductas automáticas que no se cuestionan (la gente va a lo suyo, por lo que tú tienes que defender lo tuyo; no se puede confiar en el extranjero, porque no conoce lo nuestro; el dinero hay que guardarlo y no despilfarrar; no se deja comida en el plato…). Más allá de la cultura, que evidentemente nos trae mensajes del pasado, la historia de supervivencia de los ancestros ha marcado la conducta cotidiana de las personas a lo largo de la Historia, igual que nos marca a nosotros hoy. Y al mismo tiempo, igual que en la evolución biológica de las especies las mutaciones genéticas han favorecido la diversificación, y por tanto la vida, a lo largo de esa misma Historia, la revisión de lo que hemos hecho, e incluso su desafío, es una responsabilidad individual y grupal para la continuación de la vida. Actualizar nuestros modos y maneras con respecto a los que nos rodean será el inicio del legado para el que viene detrás. Afortunadamente, los seres humanos de hoy somos fruto de todas las mutaciones y el mestizaje a lo largo de los milenios, no solo biológico, sino también mental, psicológico.

El verano puede que no sea para darle demasiadas vueltas a estas cosas, o puede que sí. Sea como fuere, elegir el setiembre que queremos será fruto del marzo que ya ha pasado y lo que se nos ocurra creativamente en agosto; no necesariamente hay por qué tener dos «marzos» en el mismo año