IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Una cubierta protectora

La muerte también necesita de sus arquitecturas. Cada cultura y cada religión se enfrentan a esta realidad universal con diferente espiritualidad y ánimo. Frente al oscurantismo católico y ortodoxo, el shintoísmo japonés busca su refugio en la naturaleza. El centro comunitario en el cementerio Sayama, obra del arquitecto Hiroshi Nakamura, es reflejo de esa relación directa de retorno a la naturaleza que plantea la cultura japonesa.

Situado a cuarenta minutos del centro de Tokio, el complejo fue terminado en 2013 por Nakamura para celebrar el cuarenta aniversario del cementerio. El edificio del centro comunitario parece flotar encima de un lago en calma. Las vigas de madera que construyen la cubierta, el elemento más sobresaliente del proyecto, vuelan sobre el agua, mientras que los árboles que ocupan el patio central emergen del centro de la cubierta. La gran cubierta, que parece adoptar la forma del sombrero tradicional de ala ancha de un agricultor del arroz, se presenta así como la pieza que une esos dos elementos naturales, el agua y los árboles.

El cementerio está enclavado en los frondosos bosques de las colinas de Sayama y en su entrada principal, cercana a la ciudad, en un solar en pendiente se encuentra el centro comunitario. La parcela goza de excelentes vistas, pero el edificio ni se abre completamente a su paisaje, ni se cierra en su totalidad, más bien ofrece pequeñas dosis de paisaje, lo modula. De este modo se ha creado un espacio que, si bien es abierto, tiene un cierto grado de cierre, de protección, como un cobijo en medio de la naturaleza. Con este fin, los espacios relacionados con áreas de servicio se agruparon en un núcleo central de hormigón armado y el salón de visitantes y los comedores, es decir los espacios más públicos, se organizaron alrededor del núcleo en una planta circular abierta al exterior. Todo el perímetro se levanta sobre un delicado anillo de esbeltos pilares y vigas de acero revestidos por un marco de madera que dan al techo la apariencia de flotar por encima de los espacios. Este se remata en un ventanal especialmente bajo, de 1,35 metros de altura, y se convierte así en un gran elemento protector de los visitantes.

Rodeando el edificio se encuentra un estanque de agua, que a modo de superficie espejada, resuena como el cercano lago de Sayama, donde se sitúan, fuera de la vista, el aparcamiento y otras funciones auxiliares.

Como resultado, el edificio ofrece dos vistas diferentes del paisaje dependiendo de la postura del usuario, sentado o de pie. Para las personas que están de pie, es un espacio de introspección para mirar a la naturaleza de forma indirecta, los reflejos del cielo y la vegetación que se refleja en el agua del estanque. Las grandes vigas del techo, que descienden hacia el estanque exterior, inducen a los visitantes a moverse hacia las ventanas. Allí, un banco tapizado en piel se integra en la fachada, justo bajo las ventanas, y los visitantes, como respuesta a la baja altura del techo, inconscientemente se sientan en el banco.

Así, el inmueble dice a los visitantes «siéntate y recupérate un rato antes de salir». En el momento en el que se sientan, las colinas y los bosques de Sayama salen a la luz, bajo el alero, y la ciudad aparece en la distancia. En el exterior, la urbe, como espacio de los vivos, presenta un contraste con el tranquilo bosque, en donde descansan los muertos.

Levantando la cabeza para seguir las líneas de las vigas, se ve el cielo más allá de la luz solar filtrada por los árboles. Y en ese espacio de introspección, enmarcado por el entorno natural de Sayama, los visitantes recuerdan a sus antepasados y familiares queridos. En este espacio, la estructura de madera se sitúa siempre íntimamente cercana, guiando el comportamiento y aportando calidez. La azotea sobre las oficinas es un espacio para los árboles, rodeado de altas ventanas laterales que permiten que entren la luz y la brisa en los espacios para los visitantes del espacio inferior.

Los árboles de hoja caduca en la azotea sirven como una cortina natural. Crecen hojas gruesas durante el verano, que tamizan la brillante luz del sol transformándola en suave y ligera. En invierno, permiten que los rayos de luz del sol calienten el interior.

El anillo de ventanas está ligeramente inclinado, con su punto más alto por encima de la sala de recepción y de espera. Además de organizar el ritmo del interior, la inclinación de las ventanas tiene el efecto de guiar a las personas hacia el interior del edificio y, al mismo tiempo, permite que el aire fresco entre al inmueble mediante una ventilación natural. El aire frío es aspirado desde el espejo de agua, mientras que el caliente es expulsado a través de las ventanas en su punto más alto, construyendo un ciclo natural como el de la propia vida.