Ainara Lertxundi
Interview
Victoria Sandino Palmera

«¿Habrá forma de hacer política legal sin temor a que nos asesinen?»

Victoria Sandino Palmera es comandante de las FARC-EP. En abril de 2013 llegó a La Habana para unirse a la delegación de paz de la guerrilla. Es una de los diez negociadores plenipotenciarios que integran la mesa de conversaciones. Junto a otras delegadas guerrilleras, impulsó la creación de la Subcomisión de Género, integrada también por miembros del Gobierno colombiano y cuyo aporte cobra cada vez mayor relevancia. Su objetivo, que la voz de las mujeres sea tenida en cuenta tanto en la redacción de los acuerdos como en su puesta en práctica. Su nombre se lo debe a Alfonso Cano, muerto en un operativo terrestre y aéreo del Ejército el 4 de noviembre de 2011. Ambos compartieron unidad guerrillera.

Pese a su apretada agenda, recibe a 7k tras una maratoniana reunión de la Subcomisión de Género. La conversación se alarga durante algo más de una hora en la terraza del hotel Palco de La Habana, algo alejada del trasiego de la recepción, que se ha convertido en lugar de encuentro privilegiado para quienes cubren el proceso de paz.

Sandino es directa en sus apreciaciones. El papel de la mujer en la guerrilla, las acusaciones de abortos forzados, las denuncias de violencia sexual que pesan sobre la organización, la relación diaria con los delegados del Gobierno o los miedos y expectativas ante el día después del Acuerdo Final son algunas de las cuestiones que van surgiendo en un ambiente distendido y con una dicción pausada.

¿Qué importancia tiene una Subcomisión de Género en un proceso de diálogo?

La misma ONU ha reconocido el papel que está jugando esta subcomisión, porque la guerra afecta a todo el mundo, pero fundamentalmente lo hace a las mujeres. Es una herramienta fundamental e inédita. Somos una insurgencia con un alto número de mujeres. Aspiramos a tener en la sociedad la misma presencia que tenemos ahora dentro de la organización. Además, las mujeres colombianas son muy activas y han exigido ser partícipes. Las mujeres insurgentes planteamos a las delegadas del Gobierno la necesidad de activar un mecanismo para escuchar la voz y propuestas de las mujeres de Colombia con respecto a la paz. Tenemos una enorme satisfacción por los logros obtenidos; hemos escuchado a las mujeres, recogido sus propuestas y procurado al máximo plasmar esas esperanzas e iniciativas en los acuerdos.

¿Cómo describiría el trabajo con la delegación del Gobierno?

Le voy a contar una anécdota. Una de las integrantes de la delegación del Gobierno, Elena Ambrosi, me acaba de hacer un chiste muy gráfico del ambiente que se vive. Cuando llegué a La Habana, a los seis meses del inicio de las conversaciones, la relación con ella era muy tensa. Hace un tiempo, empezamos a hablar y esa tensión se fue suavizando hasta el punto que hemos logrado una relación amable. Ambas nos intercambiamos películas. El año pasado, ella me prestó unos DVD y a mí siempre se me olvidaba devolvérselos. Esta mañana los había metido en el bolso, pero cuando me ha preguntado si se los había traído, pensaba que no los llevaba. Entonces, le he dicho, «¡Ay Elena, me vas a matar, creo que se me han olvidado otra vez!». Así me ha respondido: «¡Si no te he matado hasta ahorita, ya que te voy a matar, te voy a dar un abrazo!». «Yo también te quería matar», le he contestado entre risas y ambas nos hemos dado un abrazo. Este chiste entre Elena y yo es muy representativo de la evolución que han tenido las relaciones con la delegación del Gobierno durante estos más de tres años.

¿Cómo vive el hecho de ser comandante y mujer?

Para ser mando, una mujer debe demostrar una conducta casi intachable. Pero antes de eso, hay otro problema: convencer a la mujer para que sea mando. Ese es el primer obstáculo al que nos enfrentamos. Yo trato de entender esa realidad. Casi por primera vez en su vida se sienten respetadas y valoradas como mujeres y guerrilleras. Pero ese estatus de respeto y reconocimiento desaparece cuando te enfrentas a la responsabilidad de ser mando, porque debes demostrar que eres más valiente que todos esos hombres que van a estar bajo tu mando. Muchas han rechazado ser comandantes porque así se evitan las críticas y siguen aportando sin que nadie les amargue la vida o las critique por sus decisiones. Esa actitud ha cambiado y las guerrilleras hemos ido entendiendo que no somos sujetos pasivos, sino sujetos con derechos y muchas capacidades. La guerra no es solo brutalidad, es sobre todo inteligencia y requiere de mucha disciplina. Es por esa disciplina que soy comandante. Siento un enorme agradecimiento hacia quienes me han acompañado en el terreno, hombres y mujeres combatientes. Lo han hecho con amor y una disposición absoluta, porque la guerra también nos hermana.

¿Teme el regreso a una sociedad tan tradicional como la colombiana?

Sí, ese es nuestro gran temor. Yo ya soy una mujer hecha y derecha, con una edad y sé lo que quiero. Las mujeres que conformamos el 40-50% de la fuerza guerrillera vamos a volver a una sociedad que no ha cambiado, que no nos va a ofrecer ni siquiera las más mínimas condiciones que hemos ganado en la organización como sujetos políticos. Una joven puede que no supiera escribir, pero en las FARC aprendió; y puede que no tuviera mayor formación, pero en las FARC es respetada. ¿Qué irá a pasar cuando esa mujer ahora guerrillera llegue a su casa, tenga hijos o recupere a los hijos que tuvo siendo guerrillera? ¿Qué actitud adoptará ese marido, así haya sido guerrillero, en ese nuevo contexto? ¿Cómo se establecerán los roles en un contexto en el que lo tradicional es que la mujer cuide del marido? No vislumbramos la posibilidad de que tras un proceso de conversaciones y un acuerdo de paz, regresemos a esa vida. Por ello, estamos preparando a la gente, estamos haciendo pedagogía en los bloques, unidades, territorios…

En una entrevista con integrantes de la Red de Mujeres Excombatientes de la Insurgencia, Leonor Esguerra, del ELN, y María Herminia Rojas, del M-19, subrayaron que tras la firma de los acuerdos de paz, muchas mujeres combatientes no tuvieron a dónde ir y, en algunos casos, hasta fueron rechazadas por sus familias. ¿Teme que una situación así se pueda reproducir?

Lo que se dio con esas guerrillas (M-19, EPL, PRT, Quintín Lame, Corriente de Renovación…) en la década de los 90 fue una desmovilización; entregaron sus armas a cambio de mínimas ayudas económicas y todos esos movimientos se desarticularon; cada quien se fue para su casa. Todas esas personas, hombres y mujeres que no pertenecían a la gran dirigencia, se vieron abocadas a la nada; no tenían ni tierra, ni vivienda, ni trabajo, ni estudios… Las mujeres guerrilleras fueron abandonadas por sus parejas, los hijos ya no las querían porque no los criaron o no tuvieron contacto con ellos… se vieron en una situación psicológica tremenda. Tuvieron que hacer un esfuerzo sobrehumano para reagruparse y crear la Red de Mujeres Excombatientes de la Insurgencia, que vino a suplir esa carencia organizativa. Eso no va a ocurrir con las FARC. Nadie contempla la desarticulación de la organización; una cosa es que no usemos las armas para hacer política, pero otra que cada quien se vaya por su cuenta. El año pasado tuvimos la oportunidad de hablar con los guerrilleros en las regiones. Hay un ambiente muy hermoso entre nuestra gente, de esperanza, de seguir construyendo nuestros proyectos de manera colectiva. ¿Preocupaciones? Claro. Nos inquieta nuestro proyecto revolucionario como tal y las garantías para desarrollarlo sin que nos maten y que las reformas institucionales posibiliten, realmente, que las mayorías colombianas –y no estoy hablando de los combatientes– puedan mejorar sus condiciones de vida. Este proceso tiene que lograr eso. Si no, seguirá la lucha porque no hay otra alternativa. ¿Habrá forma de hacer política de manera legal, abierta y sin temor a que nos persigan y asesinen?

¿Cuál ha sido el momento que más la ha marcado?

Ha habido muchos momentos difíciles, pero cada uno de ellos también nos muestra el límite de la resistencia humana, de la solidaridad y de la hermandad entre nosotros. Uno de los dolores más grandes para mí a nivel personal fue la pérdida del camarada Alfonso Cano. Una es consciente de que en cualquier momento puede morir porque estamos en una guerra, pero a lo que no me acostumbro como mujer guerrillera es a la muerte y menos cuando esta no se corresponde con la trayectoria de lucha de la persona fallecida. Si una está en un combate y muere porque el enemigo tenía una mejor posición, o fue más rápido o calibró mejor… es algo previsible en una guerra de tú a tú. Cada quien tiene su fusil. Pero los bombardeos son atroces y causan una indignación profunda, porque son un acto de cobardía. Si algo dejan en la mente de los combatientes, además del trauma, es una rabia incontenible que se traduce en lucha, disposición y fortaleza.

¿Cómo afrontan las denuncias de violencia sexual contra las FARC?

Somos una organización revolucionaria y comunista con unos principios férreos de solidaridad, de igualdad y justicia. En nuestro caso, no nos mueven odios ni retaliaciones. Antes que nada, militamos en un partido político que está permanentemente vigilando, controlando y formando nuestro temple, moral y forma de actuar en concordancia con esos principios. Eso no se enseña en ninguna otra parte, en ningún ejército. Los ejércitos enseñan cómo producir daño al enemigo. A nosotros no nos mueven esos sentimientos. Además de la norma, hay un comportamiento ético dentro de la organización. Hay una absoluta vigilancia que implica respeto no solo a los hombres y a las mujeres que estamos en las filas, sino también a la población civil. Esos principios éticos son reforzados con nuestra normatividad interna. Por eso, en las FARC, la disciplina es algo consciente. Eso no quiere decir que no se puedan presentar hechos aislados, pero yo le aseguro que jamás serán en la magnitud en la que la plantean los medios de comunicación, y cualquier hecho de ese tipo es abordado de manera interna y rigurosa por nuestra normatividad. Y lo digo con conocimiento de causa. Una guerrillera no se aguanta ni la más mínima falta de respeto por parte de un compañero, por eso hay una normatividad, porque es necesario prevenir esos hechos y tener la forma de castigarlos.

¿Y respecto a la población civil?

Las normas son aún más rigurosas, porque están en juego la imagen y prestigio de la organización. Y las FARC sustentan su lucha y así lo han hecho de manera histórica sobre el apoyo de las masas. Ese respaldo de las comunidades donde estamos arraigados no sería posible si la organización no tuviera buen prestigio y no respetara los derechos de la población, sus intereses y sus bienes. Eso incluye a las mujeres. Ahora, uno no puede decir que no puedan ocurrir hechos semejantes. No vamos a decir que somos puros y no sé qué diablos. Se han presentado relaciones de guerrilleros con civiles y, por eso, se prohibieron. No tomamos esa decisión porque fueran violentas, sino porque estar de novio con una civil conlleva problemas de seguridad, porque durante mucho tiempo ese fue un mecanismo de infiltración o se valían de esas relaciones sentimentales para hacer seguimientos e introducir georadares… Todo un operativo de contrainteligencia del Ejército que solía acabar en bombardeos y en la muerte no solo del enamorado, sino también de la gente que estaba a su alrededor. Por ello, las FARC tomaron la decisión de prohibir las relaciones de hombres y mujeres guerrilleros con civiles. Las veces que se han producido actos de violencia, han sido las propias comunidades las que los han denunciado y las FARC han tomado medidas rigurosas al respecto. En mis más de veinte años de vida guerrillera, conozco un solo caso. Un guerrillero salió a cumplir una misión, se emborrachó y, de regreso, violó a una civil. Al día siguiente, nos dimos cuenta de lo que había pasado. La población no se calla eso. Y delante de la comunidad, para que fuera testigo de que sí cumplimos nuestras normas, se aplicó la justicia guerrillera.

Otra de las acusaciones recurrentes contra ustedes es la práctica sistemática de abortos forzados...

El aborto en la guerrilla es legal. Es posible que se hayan podido cometer abusos por incomprensión o por cualquier otra circunstancia. El aborto se ha de practicar con el consentimiento de la guerrillera. Estamos investigando unidad por unidad sobre si se han podido presentar casos en los que se realizó en contra de su voluntad. Puede haber personas que, tal vez, no entendieron la normatividad de la guerrilla. Estas indagaciones son posibles ahora, porque en medio de la guerra, no se podía llevar a cabo una labor de esta naturaleza y, seguramente, un día diremos algo al respecto, aunque se trata de una investigación interna y esos datos son internos de la organización para que pueda actuar en consonancia. Sobre lo que dicen de «el Enfermero» –Héctor Albeidis fue detenido y posteriormente puesto en libertad en Madrid en diciembre acusado de practicar 500 abortos forzados– es la falsedad más ridícula que han podido inventar. Los enemigos de la paz nos quieren presentar como monstruos y temen que seamos reconocidos como una organización revolucionaria compuesta por hombres y mujeres que hemos entregado hasta la vida misma por unos ideales y que queremos contribuir a los cambios que necesita el país.

El comandante Timoleón Jiménez admitió recientemente que para poder estrechar la mano del presidente Juan Manuel Santos el 23 de setiembre de 2015 en La Habana tuvo que dejar «la mochila de guerra» en Colombia. ¿Cuántas «mochilas» se deben guardar para sentarse a diario con la contraparte?

Más que mochilas de guerra, hemos tenido que dejar mochilas de dolor. Son muchos dolores, nostalgias, pérdidas y sentimientos. En mi caso, tuve que dejar muchos dolores, apegos. Un mes antes de venir a La Habana, murió una guerrillera de mi unidad. Hablaba mucho sobre la paz. No sé de dónde lo sacó, pero ella predijo que habría un proceso de paz y estaba completamente convencida de que sería fuera de Colombia, porque no había condiciones en el país y que yo participaría en él. Y que como era mi asistente, iría conmigo a firmar la paz. Me imaginaba dando discursos tras la firma del acuerdo y a sí misma dirigiendo un centro de formación para las comunidades. Nos reíamos mucho. Hace tres años que Laura murió. Tenía una hija, a la que buscaré cuando firmemos la paz. Le he escrito una carta para contarle que sus pronósticos se cumplieron.

¿Cuál ha sido el momento más especial para usted a lo largo de estos tres años?

Para mí, todos. Las visitas de las víctimas fueron absolutamente conmovedoras. Escuchar sus relatos, dolores, pesares… fue tremendo. Hay casos que a una le marcan y no se olvidan. Recuerdo el testimonio de una campesina que relató cómo fue capturada por el Ejército, pateada y maltratada pese a estar embarazada. La llevaban a pie, golpeada, hacia la zona donde la iban a subir a un helicóptero militar. Durante la marcha, abortó. El comandante de la unidad echó a la criatura al perro que llevaban. Su relato fue extremadamente desgarrador. Toda la delegación lloró. Escuchamos historias de violencia sexual por parte de los paramilitares, de mujeres torturadas, asesinadas, macheteadas, desaparecidas… La guerra es impresionantemente dolorosa, hasta el punto de que, a veces, se vuelve inenarrable.