IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Presente

Cuando en el colegio pasaban lista, una respuesta estándar era decir «Presente» para indicar que habíamos ido a clase, por lo menos físicamente, aunque en un rato estuviéramos pensando en nuestras cosas y casi en otro mundo. La presencia también hace referencia al momento presente, al aquí y ahora, y si aunamos ambos aspectos, podríamos entender la presencia como estar y ser nosotros aquí y ahora, con lo que sea que traiga el momento presente.

A lo largo de la historia, podríamos ver cómo la capacidad de imaginar nuevos escenarios nos ha acompañado desde el nacimiento de la memoria y el pensamiento abstracto. Desde muy pronto, hemos podido «viajar» internamente hacia lugares inexistentes, pero estadísticamente probables que nos aseguraran una preparación previa para una mejor adaptación. De hecho, las figuras relevantes dentro de los grupos humanos primitivos, como los chamanes o los jefes de las tribus, habitualmente estaban más conectados con esos otros mundos espirituales.

Imaginar es una manera peculiar de no estar totalmente presente, pero es francamente necesario también en términos de toma de decisiones. Algo así como desconectar momentáneamente la entrada de estímulos nuevos para poder gestionar las conclusiones o la información acerca de los que ya hemos vivido.

Con otros propósitos, también hemos buscado activamente la manera de no estar conectados con la realidad a través de las drogas, como el alcohol, los opiáceos o las plantas alucinógenas, en un principio usándolas entorno a lo ritual, al viaje espiritual, pero muy pronto simplemente como una forma de alterar nuestros sentidos y conciencia. También actualmente encontramos maneras de desconectarnos de lo que nos rodea a través de nuestros dispositivos electrónicos, los juegos, la información trepidante y, paradójicamente, las redes sociales. Son muchas las maneras de interrumpir el flujo constante entre dentro y fuera de nosotros, a lo cual aprendemos, pero también nos invitan.

Sea como fuere, la salud mental individual y probablemente la del grupo entero tiene mucho que ver con que ese flujo sea alterno, es decir, nos es muy difícil estar conectados y completamente implicados con todo lo que nos sucede (imaginemos cómo sería encontrarnos y tener en cuenta a cada persona que nos cruzamos por la calle en una ciudad grande, no haríamos nada más). Pero, al mismo tiempo, necesitamos la conexión y las relaciones del exterior para cubrir nuestras necesidades y para recibir nuevos estímulos que nos hagan crecer.

Es un proceso del que pocas veces hablamos, pero del que todos participamos y que es de particular importancia en las relaciones que tenemos. Más si cabe, es relevante en las que tienen, por ejemplo, los niños o los adolescentes. La presencia de los adultos en esta fase es esencial para tener una referencia sólida y fiable que les ayude a afrontar un mundo que crece a medida que lo hacen sus capacidades y que puede ser francamente confuso.

La presencia de los padres no solo tiene que ver con estar ahí físicamente, como decíamos antes sobre el colegio, sino con la disposición a tomar en cuenta al otro, en este caso los avatares de un muchacho o una muchacha «en construcción», y aunque los adultos no sepan muy bien por dónde tirar. La presencia es una certeza de que pase lo que pase, por complejo que sea, no voy a estar solo con ello, sola, y por tanto, no me voy a desbordar, asustar demasiado, no me voy a quedar colgado, sino que habrá alguien a quien volver. La familia es habitualmente esa referencia, esté presente o no, pero si damos un paso hacia fuera y pensamos en cómo estamos presentes socialmente, surgen preguntas que dejaremos en el aire. ¿Estamos ahí unos para otros? ¿Nos acompañamos, aunque no sepamos cómo? ¿Nos arropa nuestro propio grupo? ¿Queremos estar presentes para quien no conocemos?