XANDRA ROMERO
SALUD

«Sacacuartos» nutricionales

El número de personas que acuden a las consultas refiriendo un diagnóstico de intolerancia a algún alimento o nutriente crece sin cesar. Se trata, la mayoría de las veces, de casos de falsos diagnósticos. Se entiende por intolerancia alimentaria todas aquellas reacciones adversas que se producen ante la ingesta de alimentos o sus ingredientes, en las que no está implicado el sistema inmunitario.

Y entonces, si tiene una definición clínicamente tan clara, ¿por qué hay tanto falso diagnóstico? Pues porque cuando alguien percibe algún tipo de dolencia o lo que cree que es una reacción adversa no acuden al médico para intentar averiguar cuál es el problema. En su lugar, recurren a los llamados test de intolerancia alimentaria, cada vez más disponibles en el mercado. Estos test son anunciados por numerosos centros privados que realizan este tipo de estudios. Y digo privados porque la Seguridad Social no cubre los test de intolerancia alimentaria, ya que no tienen respaldo científico y sus resultados no son fiables.

Lo primero que clama el cielo es que cuando intentas explicarle a alguien que su «diagnóstico» no es fiable y que, sobre todo, no se trata de un diagnóstico clínico, te advierten de que ha sido realizado por un médico aunque la mayoría de las veces no los llevan a cabo profesionales sanitarios cualificados.

Lo segundo es aún peor, ya que el diagnóstico de una falsa intolerancia, en ocasiones, viene acompañado de otras promesas, como por ejemplo, la de bajar de peso. Un gancho que algunos de estos centros lanzan para lograr más pacientes.

El test tiene diferentes modalidades, pero lo más común es que la supuesta intolerancia a cientos de productos alimenticios o aditivos se «diagnostique» mediante una simple prueba de sangre. Posteriormente, aparece una lista de alimentos a los que, en teoría, se es «intolerante».

¿Pero qué dice la ciencia sobre este asunto?

En primer lugar, el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas en la revisión sobre este tema efectuada en 2010 concluía que estos sistemas «no han sido validados mediante métodos científicos rigurosos». También consideraron que «no han mostrado ser fiables ni reproducibles, además de no correlacionarse con los síntomas del paciente». Además, añadían que «pueden dar lugar a resultados confusos y a la instauración de tratamientos dietéticos ineficaces y, en determinadas ocasiones, potencialmente perjudiciales».

Por si necesitamos más, en un artículo científico de 2003 titulado “Abordajes diagnósticos y terapéuticos no probados de la alergia alimentaria y la intolerancia”, se concluye que existe una escasez de estudios bien realizados (rigurosos científicamente hablando) que investiguen estos enfoques y que no hay que olvidar que el efecto placebo no debe pasarse por alto como un factor potencialmente importante.

Por si fuese poco, no hay ninguna sociedad científica de alergología de prestigio internacional (European Academy of Allergology and Clinical Immunology, la American Academy of Allergy, la British Society for Allergy and Clinical Immunology) que apoye el uso de estos tests si no que, al contrario, advierten de que estas pruebas son ineficaces, ya que sus resultados ni son reproducibles ni se correlacionan con la clínica del paciente.

Y respecto a si las pruebas para bajar de peso son eficaces, la respuesta es: evidentemente, no. Hay que tener en cuenta que un solo alimento no es responsable de la ganancia de peso y, por lo tanto, eliminarlo tampoco hará que se pierdan kilos. Más bien es el tipo de dieta general así como otros factores los que intervienen en el aumento o la reducción del peso.