IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Seguir creciendo cerebralmente

Durante mucho tiempo –hasta mediados de los 90–, hemos pensado que la producción de neuronas en el cerebro no se activa más allá de la que tuvo lugar en el inicio de la vida y unos cuantos años después, tras lo cual el número de nuestras células cerebrales permanece estable. Según esta visión, solo las iríamos perdiendo por el camino de la vida a medida que los años pasan o las agresiones a nuestra salud se suceden –«una borrachera así mata neuronas»–. Sin embargo, cada vez más investigaciones apuntan a que también en la vida adulta se generan nuevas neuronas, lo cual tiene un importante papel en la memoria y el aprendizaje.

Somos un organismo vivo, cambiante, que se adapta, y el cerebro es el órgano flexible por excelencia. De hecho hay quien habla de él como el resultado evolutivo y fisiológico de las vivencias de nuestra especie. Es decir, como un órgano que se ha ido construyendo para dar respuesta y retener nuestras respuestas creativas como especie a lo largo del tiempo a las exigencias de nuestro entorno.

Así que tiene sentido que también el propio cerebro tenga la capacidad de modificarse a sí mismo para abrir nuevos caminos neuronales que fijen nuevos comportamientos o protocolos cerebrales a lo largo de la vida. Sin embargo, la neurogénesis –que así se llama la generación de nuevas neuronas–, está también sujeta a condicionantes, algunos internos y otros externos. Es lo que recoge un breve trabajo de la facultad de Medicina de la Universidad de Cantabria (Enrique Valdeolivas-Noemí Rueda) que revisa varias investigaciones al respecto. Hablábamos de factores internos como los propios de la biología de los individuos, es decir, que la creación de nuevas células en nuestro cerebro tienen mucho que ver con lo que ya podemos intuir: con la edad, o factores genéticos. Pero lo interesante es que también hay otros factores que intervienen sobre esta generación positiva o negativamente, por lo que está más a nuestro alcance hacer algo al respecto.

En particular en la zona de nuestro hipocampo, el centro de la memoria, aspectos como el ejercicio físico aeróbico demuestran tener un impacto. En este caso, positivo; siempre y cuando sea voluntario y sin estrés asociado, el ejercicio aumenta el tamaño del hipocampo y la funcionalidad de la memoria. Sin embargo, el estrés cuando es prolongado e intenso, afecta negativamente a dicha producción de neuronas y la supervivencia de las que se han creado, aunque curiosamente, cuando es esporádico y ayuda a adaptarse, el estrés influye positivamente –como decíamos antes, cierto grado de alerta adaptativa estimula respuestas que se fijan si son útiles–.

Las relaciones sexuales también están relacionadas con la supervivencia de células cerebrales. La dieta, por otro lado, es otro factor que parece muy relevante, ya que las bajas en calorías parecen influir positivamente en el mantenimiento de las funciones cognitivas (¿quizá porque el cerebro se activa en busca de comida?), mientras que las dietas con alto consumo de grasas parecen tener el efecto contrario. También las interacciones sociales y un entorno estimulante parecen influir en la supervivencia y diferenciación de las células cerebrales, mientras que el aislamiento influye en el descenso de la proliferación celular, por lo menos en ratones.

En conjunto, parece que tiene sentido pensar que lo que nos exige una adaptación al entorno nos obliga a generar nuevas células cerebrales y a mantener viva su actividad, mientras que lo que nos estresa y presiona o lo que nos deja de estimular y nos anquilosa, influye en que nuestro cerebro deje de adaptarse y, por tanto, de crecer. Esto ha sido una enumeración muy sucinta, pero toda ella sustentada en investigaciones interesantes de revisar.