Jan Flemr
El luthier que viaja en el tiempo

Tocar a Mozart en un piano de Mozart

Paul McNulty es el hombre que intenta resucitar los pianos de compositores legendarios como Chopin y Mozart. Desde hace 23 años, en un taller de Divisov, un pequeño pueblo de la República Checa, el fabricante estadounidense realiza copias perfectas de aquellos instrumentos para que los virtuosos reproduzcan el sonido de los grandes maestros.

Un letrero brilla al sol en la fachada de una vieja casa anunciando una “fábrica de máquinas”. En este taller instalado en el pueblo de Divisov, cerca de Praga, se hacen réplicas de viejos pianos para virtuosos en busca de un sonido auténtico. Desde 1998, más de doscientas copias de pianos utilizados por Wolfgang Amadeus Mozart, Joseph Haydn y Robert Schumann han salido de este establecimiento ubicado en este lugar de la Bohemia Central, que no llega a los 1.700 habitantes, y está situado a unos 34 kilómetros al sureste de la capital checa.

«La autenticidad es lo único que importa en la reproducción de estos instrumentos», asegura su fabricante, Paul McNulty, un estadounidense de origen irlandés de 64 años que mira a través de unas pequeñas gafas redondas, lo que inevitablemente remite a John Lennon. Para confirmar sus palabras McNulty agrega: «Si el fabricante de pianos original pasara por delante de mi instrumento, no me gustaría que frunciera el ceño».

El italiano Bartolomeo Cristofori fue quién inventó el antepasado del piano, un instrumento conocido como pianoforte, alrededor de 1700, y por eso se le atribuye la invención de este instrumento. Los pianofortes fueron fabricados hasta el siglo XIX y utilizados por compositores barrocos, románticos y clásicos. Luego fueron reemplazados por el piano moderno, más pesado y con marco de metal.

Hoy, algunos pianistas que buscan un retorno a las fuentes del sonido original siguiendo la máxima de «tocar a Mozart en un piano de Mozart», constituyen la clientela de McNulty.

Este luthier estadounidense primero estudió guitarra y posteriormente se graduó como afinador de pianos, antes de formarse como fabricante de pianofortes en un taller de Boston. Diploma en mano, McNulty propuso entonces al propietario de aquel taller que trabajaría para él al precio de únicamente un dólar por hora. «No pudo decir que no. Luego me enseñó cómo afilar una cuchilla y se produjo una ósmosis», asegura.

Trabajo de detective. El edificio de Divisov está lleno de copias de pianos realizados originalmente por Johann Andreas Stein, Jean-Louis Boisselot o Anton Walter, el fabricante del mismísimo Mozart y el más famoso de su tiempo en Viena. Paul McNulty produce entre diez y quince instrumentos por año, dedicándoles entre 800 y 6.000 horas de trabajo a cada uno de ellos. Después los vende por 30.000 euros como mínimo y garantía de por vida.

Si se mudó a la República Checa en 1995, después de una parada en los Países Bajos, fue porque estaba buscando piezas de calidad: «El bosque de Schwarzenberg, en las montañas checas de Sumava, es la fuente original de madera para los fabricantes de pianofortes en Viena y alrededores», según explica este artesano, que ha obtenido la nacionalidad checa recientemente.

McNulty tiene su propio método: «Elijo un árbol y lo corto en ocho pedazos que luego permanecen en mi jardín de cinco a diez años. Después los utilizo para hacer las cajas de resonancia», confiesa.

También usa cuerdas de hierro y no de acero, y las cabezas de los martillos de sus instrumentos están cubiertas con piel de una oveja perteneciente a una raza poco común, cercana a las que se criaban hace tres siglos. Pero «ahora tienen más lana, por lo que la textura de la piel ha cambiado», afirma. En realidad, termina por reconocer que «es un trabajo de detective mantener el diseño original».

Genio y maestro. Este ex guitarrista y luthier confiesa que no sabe tocar el piano, pero aún así tiene una probadora muy competente: su propia esposa, Viviana Sofronitsky, virtuosa del pianoforte e hija del pianista ruso Vladimir Sofronitsky. Sentada ante al piano, la propia Viviana Sofronitsky comenta durante nuestra visita: «No soy una persona romántica y pensé que no podía tocar música romántica, pero luego comencé a tocar este piano y me di cuenta de lo hermoso y fácil que era».

Conoció a su marido cuando le encargó un pianoforte, después de que tocase uno de sus instrumentos en la Universidad de Harvard. Cuando fue a recogerlo a su taller, ya no se marchó más: «Paul es un genio. Estos instrumentos hacen que la música esté viva y permiten que incluso las personas que no les gusta la música clásica descubran todo un universo».

Entre los clientes del estudio se incluyen, además de virtuosos, universidades, conservatorios o instituciones como el Instituto Federico Chopin de Varsovia, que recientemente compró la copia de McNulty del pianoforte de Fryderyk Buchholtz, un fabricante con base en la capital polaca de principios del siglo XIX. «Para mí, Paul McNulty es la encarnación del maestro ideal, que toma lo mejor de los creadores de diferentes tiempos. Es un maestro que puede viajar en el tiempo como si llevase unas botas mágicas, pasando de la época de Mozart a la de Chopin, para luego volver de Brahms a Beethoven», ha dicho de él el pianista ruso Alexei Lubimov.

Este luthier no piensa en jubilarse –«¡pregúntame dentro de diez años!»– y sueña con reproducir un piano de Graf tardío utilizado por el compositor alemán Robert Schumann. Y sigue siendo humilde: «Me gusta estar a este lado del espectáculo. Es mi trabajo, soy feliz si el piano funciona. Todo lo que cuece en la cocina, detrás del escenario, es precisamente mi trabajo y compensa si lo haces bien. Eso me hace feliz».