Xabi Otero
encuentro entre culturas

Vascos y Primeras Naciones: indígenas a ambos lados del mar

Las empresas emprendidas por los vascos durante los últimos siglos de la Baja Edad Media y con posterioridad en las costas de América del Norte no habrían tenido éxito de no haber contado con la colaboración de los indígenas pobladores de aquellas tierras, las Primeras Naciones. Esas relaciones entre nuestros antepasados y las culturas indígenas americanas serán el centro del congreso titulado «Atlantiar Knekk Tepaw» que tendrá lugar en setiembre en Sydney (Canadá), organizado por Jauzarrea –fondo para el estudio y difusión de la cultura vasca; una asociación con componentes internacionales de la que es impulsor el conocido fotógrafo Xabi Otero– y la Universidad canadiense de Cape Breton.

La exploración, el intercambio de objetos entre vascos y los pobladores del este de Canadá (comprendiendo Labrador y Terranova), a donde nuestros antepasados llegaron empujados por la caza de la ballena, la pesca del bacalao, el comercio de pieles, y las relaciones sociales que han perdurado hasta la actualidad son evidencias más que suficientes como para reivindicar un reencuentro con los herederos naturales de aquellas culturas y de sus tierras, las Primeras Naciones de Canadá. En el congreso “Atlantiar Knekk Tepaw” se irá aún más atrás de la época reciente, de apenas 800 años, para tratar cuestiones que nos atañen desde hace más de 20.000 años. Y se discutirán con ellos, porque el interés general se centra en conocer mejor nuestro pasado para poder afrontar el futuro con coherencia. Se trata de dar la visión de los indígenas a ambos lados del Atlántico, narrada por sus protagonistas.

Antes que nada, situémonos: el Gobierno de Canadá considera que poseen identidad aborigen 1.400.000 personas del conjunto de los 35.000.000 de habitantes del país, repartidas en un territorio que abarca unos 10.000.000 de kilómetros cuadrados. Esta población está constituida por 60.000 inuit, 440.000 métis (mestizos), mientras que 900.000 pertenecen a las Primeras Naciones. Hay más de 600 Primeras Naciones, donde se hablan algo más de sesenta lenguas. Para nosotros, el interés se centra en todas aquellas que abarcan el ámbito geográfico de los bosques del noreste que comprende, de oeste a este, desde la región de los Grandes Lagos hasta el estuario del río San Lorenzo en toda su extensión, y de norte a sur, desde el Ártico hasta el norte de Labrador y bahía de Ungava, incluidos los actuales estados de Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos de América.


El escenario general. La cultura algonquina abarcaba todo el noreste de América del norte –en la actualidad, Canadá y Estados Unidos–, una inmensidad de árboles y agua, de bosques boreales, cuyos pobladores tenían en común su tipo de vida como cazadores-recolectores. Hace algo más de 2.500 años, grupos organizados de guerreros (a los que conocemos como iroqueses) irrumpieron en el escenario de los algonquinos y se asentaron en él. Posiblemente aquella migración hacia el norte desde el valle del Mississipi se debiera a un cambio en el clima local que forzó el desplazamiento de un nutrido flujo humano, llevando consigo la cultura del cultivo del maíz, del frijol y la calabaza. Algo muy parecido a lo ocurrido con la llegada de los indoeuropeos a Europa hace 9.000 o 5.000 años, dependiendo del area geográfica que se trate. Aquellos visitantes –como ocurrió en Europa– obtenían de ese modo el sustento básico que les permitía establecer asentamientos permanentes: los poblados de casas largas de los iroqueses, unos asentamientos protegidos por defensas con empalizadas de postes de siete a diez metros de altura, hincados en el suelo, unas fortificaciones que aseguraban la vida de sus habitantes.

Sin que fuese masiva, esa cultura fue imponiéndose entre los pobladores del noreste que, poco a poco, fueron aproximándose a estos nuevos grupos, a su cultura y su lengua. Ese panorama de intercambio entre distintas culturas trajo consigo un enfrentamiento que se vio acrecentado hace 400 años con la llegada de los “conquistadores” de la Nueva Francia, que servían a los intereses de su corona, y que manipularon a los grupos indígenas para enfrentarlos unos contra otros, para así poder obtener el control del territorio, como acabó sucediendo con las intervenciones de las dos potencias conquistadoras, la francesa y la británica.

Este sometimiento de la población indígena ha llegado hasta época muy reciente en el “modélico” Canadá. Desde inicios del siglo XX hasta finales de los años 70 se impulsó la doctrina de la “solución final" diseñada por el superintendente general para Asuntos Indios de Canadá, Duncan Campbell Scott. Ya en 1907 utilizaba ese siniestro epígrafe, antes incluso que los nazis, para su particular cruzada que consistía en separar a los niños de sus familias desde los 6 a los 18 años. Lo que hoy llamaríamos una “inmersión cultural”, aunque dicho con toda la ironía. Con aquella política se pretendió que, cuando regresaran a las reservas –los que sobrevivieran, ya que hubo una tasa de mortalidad del 40%–, serían personas desestructuradas. En aquel cruel reclutamiento forzoso, para enviar a los niños a los centros de reclusión los agentes que se ocupaban de ello podían entrar en cualquier hogar y llevárselos consigo, y los padres que se negaran o se enfrentaran eran encarcelados. Se procuró el aniquilamiento sistemático de las poblaciones amerindias mediante la política de las “escuelas residenciales”. Hoy en día, el reconocimiento de las políticas agresivas de asimilación que se convirtieron en lo que se ha admitido como “genocidio cultural” son parte del proceso de reconciliación.


El río San Lorenzo y los Grandes Lagos. Las Primeras Naciones que tuvieron relación con los vascos tenían el río San Lorenzo como eje central. En ambas orillas son de cultura y familia lingüística algonquina. En la occidental se asientan los algonquinos. Extendidos desde el Ártico hacia los Grandes Lagos están los cree, naskapi, innu, atikamekw, algonquin, odawa, ojibwa y mississauga. En la orilla oriental, desde la isla de Terranova y hacia el sur, hasta Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos, los beothuk (hoy en día desaparecidos), lnu o mi’kmaw, maliseet y abenaki. En el sur y en los Grandes Lagos-San Lorenzo, los iroqueses (otra cultura y otra familia lingüística): los huron-wendat, mohawk, onondaga, seneca, cayuga, oneida y tuscarora.

Los cree son, en su conjunto, la nación más numerosa en Canadá, a la que también pertenecen los naskapi, innu y atikamekw. El conjunto de diferentes grupos que abarca se extiende hasta las praderas del oeste, Manitoba, Saskatchewan y Alberta. Se denomina cree a la porción que habita el interior subártico de Labrador, desde la Bahía de Hudson en Québec y parte de Ontario. Los naskapi se identifican más con el área geográfica concreta que habitan, el subártico al este de Labrador. Los innu se asientan en el territorio de Nitassinan y tuvieron un protagonismo destacado en la relación con los vascos, con el trato de pieles y la lengua. De hecho, el pidgin vasco-algonquin es una lengua franca que se creó entre grupos que no tenían una lengua común para usarla entre ellos. Es la mezcla de términos que generan una manera simple de entenderse sin tener que conocer la lengua del otro. Tadoussac fue el puesto más relevante en ese comercio y estaba conectado por sendas a través de los bosques con la lejana Huronia, a más de 1.200 kilómetros al sur, en la península de Midland (Ontario). La imagen icónica del innu es la de la caza del orignal o alce, término que procede del «oreina» (ciervo) vasco. Entre los innu que habitan la franja costera del sur de Labrador, en la Baja Costa del Norte, nomadean cazadores que constituyen hoy en día la herencia de un modo de vida del pasado cercano, en calidad de tramperos.

Los atikamekw habitan Nitaskinan. Son tres comunidades enclavadas en lo más profundo de los bosques, en el valle del río San Mauricio, a donde se accede por pistas de tierra en trayectos que suponen cinco horas de coche desde la carretera más próxima. En mi opinión, ellos construyen las canoas con las formas más bellas, cuyas características las hacen idóneas para sortear los rápidos. El emplazamiento de sus territorios de caza supuso la conexión necesaria para establecer la ruta interior de comercio atravesando un laberinto de bosques, ríos y lagos entre macizos montañosos, con los innu –que trataban directamente con vascos, bretones, ingleses o franceses en Tadoussac– y sus vecinos del sur.

Dentro de la extensa familia algonquina, la rama lingüística anishinaabe-anishinini es la segunda mayor en cuanto a población de Canadá y agrupa a naciones relacionadas con los vascos por su localización geográfica y por la evolución de sus poblaciones: son los algonquin, odawa, ojibwa-chippewa y missisauga.

La Primera Nación Algonquin al norte de los Grandes Lagos está integrada por grupos que habitan las regiones del Outaouais y del Abitibi-Témiscamingue. El rasgo más peculiar en su cultura material son sus canoas. Son sencillas y con la forma que todos reconocemos más fácilmente, coloquialmente hablando es la canoa india, debido a que este modelo se ha copiado en todo el mundo. Pinock Smith, en Kitigàn-zìbì Anishinàbeg, es el heredero de una saga de constructores (William Commanda), especializados en hacer las mejores canoas preservando su forma tradicional, por ser la que mejor se adapta a las aguas en esa región.

Los ojibwa-chippewa viven en su mayoría en Canadá. En los 90 fueron estudiados por el genetista Doglas Wallace, de la Universidad de California Irvine, y son esos datos, unidos a la historia que conocemos de los últimos 700 años, pero sobre todo con la novedad de la hipótesis de la Solución Solutrense, los que sugieren la posibilidad de que estemos ante una historia muy interesante por redescubrir (según la teoría denominada Solución Solutrense, hay similitudes significativas entre la cultura Solutrense del Refugio Vasco y la aparición de la cultura indígena Clovis, la primera cultura americana propiamente dicha. Desde 1999, Bruce Bradley, del departamento de Arqueología de la Universidad inglesa de Exeter, y Dennis Stanford, director del Programa de Paleoindio y Paleoecología del Smithsonian de Washington, sostienen la hipótesis de que durante el Último Máximo Glacial, entre 24.000 y 18.000 años, se desarrolló una tradición marítima en el océano Atlántico que pudo durar unos 4.500 años, y que habría permitido que grupos europeos de Homo sapiens accediesen hasta las costas de América del Norte; algo que ya apuntaran en 1928 Remy Cottevieille-Giraudet y Emerson Greenman en 1963). Eso fue lo que nos animó a crear en 2009 un proyecto en el que ahora entramos de lleno con la celebración del congreso en Canadá, que cuenta con el indiscutible liderazgo en el ámbito de la genética del equipo de Martin Richards en la Universidad de Huddersfield (Inglaterra).

Los objibwa poseen canoas de proa y popa elevadas que resultan aptas en la difícil navegación de los Grandes Lagos, para enfrentar las grandes olas provocadas por inesperadas tormentas. Existen ilustraciones de estas canoas del conocido pintor Paul Kane, en las que se ven decoradas con el lauburu en proa y popa.

Con los missisauga y los odawa, repartidos entre Ontario (Canadá) y los estados de Michigan y Oklahoma (EEUU), se completa el recorrido en el suroeste, de los Grandes Lagos.

Al este del San Lorenzo, en su orilla oriental, desde la isla de Terranova y continuando por las actuales provincias marítimas de Canadá hasta Nueva Inglaterra en los Estados Unidos están los beothuk, mi’kmaw, maliseet y abenaki. Los beothuk, asentados en Terranova, desaparecieron a inicios del siglo XX a causa de la presión y la persecución ejercidas por los europeos. Grupos beothuk formaron nuevas colectividades, integrándose en otros grupos culturales: mi’kmaw al sur o innu de la Baja Costa Norte en Labrador. Poseían un tipo de canoa que sería capaz de navegar en el mar, por lo que se desprende de experiencias que se han realizado con réplicas y, consecuentemente, podrían afrontar la navegación. Otros se habrían integrado por mestizaje, quedando diluidos en la amalgama de nueva población, sobre todo irlandesa.

Los mi’kmaw o lnu están presentes en Nueva Escocia, Nuevo Brunswick, Isla del Príncipe Eduardo, Gaspesie (Québec) y en el estado de Maine (EEUU). Serían los primeros a quienes se encontrarían los navíos vascos al enfilar la desembocadura del río San Lorenzo. Existe constancia de una larga tradición de buenas relaciones entre ellos y pasarían a ocuparse del mantenimiento de las txalupas balleneras hasta llegar a construirlas, incluso para los balleneros. Los mi’kmaw compartían con nuestros antepasados ese pidgin vasco-algonquin estudiado por el lingüista Pieter Jan Bakker y aún comparten con nosotros, incluso hoy en día, la utilización del lauburu. A ellos se les debe también la creación del stick de hockey, actividad que practicaban sobre las superficies heladas de los lagos.

Hay una interesante leyenda recogida por un antropólogo del siglo XIX en 23 diferentes ubicaciones de la cultura algonquina. En dieciocho de esas ubicaciones la protagonista era vasca. Se refleja a una joven (y a su madre de Baiona) que finalmente acaba quemada en la hoguera por los soldados de la corona francesa, alentados por los misioneros católicos, en el siglo XVII según la versión de la nación mi'kmaw de la Isla del Príncipe Eduardo (“La bruja de Port Lajoye”).

Los maliseet ocupan gran parte de Nuevo Brunswick y parte de Gaspesie en Québec, también en el estado de Maine (EEUU). Por parte de los europeos se ha documentado una diferenciación en el atuendo con sus vecinos, aunque mantienen una similitud de estilo con los mi’kmaw y los abenaki. Sobre esto, una sugerencia que Bernard Hoffman presentó en la Universidad de New Brunswick en 1986: cuando mostró una serie de ilustraciones comparativas de tocados del siglo XVI de las mujeres vascas con los de las mujeres malisset y mi’kmaw, indicó que podría haber una influencia de los tocados vascos, habida cuenta de la estrecha relación existente entre vascos y estas Primeras Naciones. Y sobre todo, debido a los registros de varios viajes de vuelta a Euskal Herria, en los que consta que los balleneros trajeron al país a personas de esos grupos, concretamente a Baiona o Donibane.

Los abenaki son los arsigantegok y missisquoi en Québec. Abenaki del oeste en New York, Vermont, Massachusetts, New Hampshire y parte de Maine: los cowasuck, sokoki y penacook. Abenaki del este en Maine y parte de New Hampshire: penobscot, kennebec, arosaguntacook y pigwacket. Hay bastantes bandas que han ido reagrupándose para hacer frente a la dinámica impuesta por los europeos. La cultura material es similar a la de sus vecinos mi’kmaw, maliseet, mahican, y los delaware extendidos por los estados de Delaware, New Jersey, New York y Pennsylvania. Todos conforman un conjunto de poblaciones parecidas, condicionadas por la similitud del hábitat, los bosques boreales y el contacto con el mar.


Las familias de los iroqueses. En la actualidad, los huron-wendat viven en Wendake (Québec) y pudieron estar allí como iroqueses del San Lorenzo antes del siglo XVI. Su región natural es la Huronia: una considerable extensión de la provincia de Ontario, que abarca desde la península de Midland hasta la actual ciudad de Toronto. La tradición les sitúa en esa zona en la bahía de Georgia, donde está el “agua buena” (ur ona). El nombre genérico wendat se interpreta en el sentido de “isleños” o “habitantes de una península”. La confederación huron-wendat tenía excelentes relaciones con los también iroqueses petun y neutral; buenas relaciones con sus vecinos algonquinos al norte, odawa, nipissing y algonquin, y muy malas con sus hermanos en cultura y lengua de la Liga de las Seis Naciones Iroquesas: mohawk, onondaga, seneca, cayuga, oneida y tuscarora, con los que antes de la llegada de los europeos estaban enfrentados.

Sufrieron en un breve período de pocos años una dramática disminución de la población por enfermedades contagiadas de los europeos y fueron casi exterminados por sus hermanos de cultura y lengua de las Seis Naciones, partidarios de la Corona inglesa. Pasaron entonces de una población de 35.000 a pequeños grupos que buscaron nuevas ubicaciones. Como profesaban la fe cristiana, un grupo de 400 encontró refugio en la colonia francesa, lejos de Huronia, en el actual emplazamiento de Wendake, junto a la ciudad de Québec.

Hay enterramientos de hurones en los que, en un mismo enclave, aparecen hasta 17 cadáveres con un hacha sobre su pecho; un tipo de hacha de los siglos XVI y XVII conocida como bizkaina (biscayne o biscayenne). Existe también un diccionario de frases francés-hurón recopilado por un misionero recoleto identificado con el nombre afrancesado de Sagard (Sagardia), que corresponde a Gabriel Sagard (?-1650). El diccionario fue recopilado entre 1623 y 1624, y publicado en 1632.

La Liga de Seis Naciones Iroquesas (mohawk, odana, cayuga, seneca, oneida y tuscarora) se asienta actualmente entre Canadá y EEUU, enclavados desde el norte de Nueva York hasta el sur de Ontario y al sur de Montreal (Québec). La confederación se formó hacia el año 1142 y, con la cultura del maíz, sus miembros fueron capaces de expandirse a través del territorio de los algonquinos.

Las diferencias que existían entre los huron-wendat y la Liga de las Seis Naciones, aún siendo todos ellos de la misma filiación cultural, se acentuaron con la llegada de los europeos, que incrementaron la aversión ya existente entre esas naciones. Los huron-wendat se aliaron con la corona francesa y la Liga de las Seis Naciones con la inglesa, lo que trajo consigo influencias que han quedado incrustadas hasta la actualidad.

Una referencia conocida para nosotros es la novela de James Fenimore Cooper (1789-1851) “El último mohicano” (1826). Los huron-wendat son los que combaten del lado francés contra los ingleses y en la situación se ven envueltos, del lado de los británicos, unos algonquinos mahican que mantenían buenas relaciones con los iroqueses, principales aliados de los británicos en las guerras contra la corona francesa. Y enlazando a los mohawk con la conexión cultural vasca, nos remontamos a la pintora Frances Anne Hopkins (1838-1919) y a los cuadros que pintó a partir de los bocetos de sus viajes, durante los años 1864-1869, acompañando a su marido, que era secretario del Gobernador de la Compañía de la Bahía de Hudson. Frances Anne Hopkins explicó el uso del lauburu en la proa de la canoa de la compañía, de su famosa serie de óleos, porque este era el símbolo más apreciado por los mohawk. De hecho, este mismo símbolo decoraba la proa de todas las canoas de la reserva de Kahnawake, al sur de Montreal.

El símbolo del lauburu lo tenemos inventariado en Euskal Herria en infinidad de ubicaciones: casas, mobiliario, tumbas y una larga lista de objetos de la cultura material, desperdigados por las viviendas, museos y colecciones particulares por todo el país. El lauburu es también el logotipo de la asociación Jauzarrea y el diseño concreto que utilizamos es similar al que se ve en la proa de una canoa de las utilizadas en el comercio del trato de pieles entre Montreal y la región de los Grandes Lagos. Una canoa de Maître o de Montreal es capaz de acarrear hasta 18 personas y dos toneladas de carga.

Hay un universo por descubrir en lo que respecta a las relaciones con nuestros hermanos de la otra orilla. Tan lejos y tan cerca: Knekk Tepaw.