TERESA MOLERES
SORBURUA

Rosa y las flores

Rosa Luxemburg (1871-1919), teórica marxista de origen polaco, luchó por la emancipación de la mujer en todos los ámbitos: político, laboral, familiar... En 1911 asistió a la Conferencia Femenina de Jena con Clara Zetkin y Luisa Zietz, y además de mostrarse antibelicista, pidió el sufragio para la mujer y abogó por «organizar a las mujeres para que se desarrollen como líderes capaces de tomar el control». Esta luchadora estuvo encarcelada por su actividad revolucionaria. Cuando salió de la cárcel de Berlín, en noviembre de 1918, participó en la revolución frustrada de 1919. El 10 de marzo fue detenida de nuevo y asesinada por paramilitares de extrema derecha. Su cadáver fue arrojado al canal Landwehr de Berlín.

Pese a que durante su estancia en prisión, Rosa Luxemburg estuvo aislada del mundo exterior, con misivas y libros censurados y dos cartas mensuales permitidas, logró sacar de la cárcel varios manuscritos y artículos políticos publicados bajo el seudónimo de Junius. Existen diversas publicaciones de “Cartas de la prisión”(Akal. Básica de Bolsillo), que escribió a sus amigos Carlos y Lulu Kautsky y Sofia Liebknetch, en las que describe su día a día en la cárcel. En ellas cuenta su interés por insectos, animales y plantas, interés que desarrolla durante sus visitas al Jardín Botánico: «Se apoderó de mi la pasión por las plantas. Hice herbolarios sobre todo de ‘flora indígena’», dice. En la cárcel-fortaleza de Wronske le permitieron plantar flores en la ventana con las semillas de pensamientos, miosotis y nomeolvides que le traían sus amigas, y sentarse en el jardín cerca de árboles jóvenes, arces y castaños. En primavera oía el trino de los pájaros como el del herrerillo, que aprendió a imitar. Cuando le trasladaron a Berlín se despidió de ese sendero empedrado «que rodea la pared y por el que durante nueve meses he paseado diariamente. Ahora que es casi verano las abejas y avispas anidan bajo las piedras…». Recordó el paisaje: «Los arbolitos que han crecido, acacias y álamos blancos, se mecen graciosamente al viento (...). Cuántas sensaciones y qué de pensamientos me han venido en mis paseos».

En Berlín, sin jardín ni camino, regaba cada mañana sus tiestos antes de ponerse a escribir. Curiosamente no le gustaban las orquídeas, las consideraba refinadas y decadentes, mientras el tejo en floración era su preferido.